Para los que hoy cumplen años

Por Amrit

Con mis hermanas (yo soy la del medio) cuando todavía creíamos en la burbuja.

HAVANA TIMES, 13 abr —  Hace poco mi madre cumplió 71 años. Un suceso que importó a muy pocos pero que a mí me arrastró a largas reflexiones.

No es que pensara en ese peso irreversible del tiempo que devasta sin piedad el cuerpo y por extensión la mente y los sueños. No; recordaba esa especie de inmunidad que en la infancia ella nos hacía sentir a mis hermanas y a mí.

De algún modo, teníamos la convicción de que el día que uno cumple años es intocable por la fatalidad, que sólo lo bueno o lo maravilloso tiene espacio autorizado en ese lapso de veinticuatro horas.

Mientras fui niña y mi madre se las ingeniaba para celebrar una fiesta mínima (siempre con la ayuda del refresco, los panes y los caramelos que provenían de la libreta de abastecimiento), mientras a mi alrededor todos conspiraban con la mágica burbuja, jamás me di cuenta de que era un engaño.

El tiempo me enseñó, lenta o rápidamente (ya ni me acuerdo), que la fatalidad no tiene días feriados y que el destino no diferencia alegrías o desgracias, porque esa es sólo nuestra interpretación en la neutral avalancha de acontecimientos.

Y en un cumpleaños, luego de esperar a alguien que nunca llegó, decidí ignorar en lo adelante esa fecha, aceptar que es un día común y no activar expectativas que tan fácil se malogran.

Jamás pude lograrlo, en parte por mi propio deseo de no perder esa deferencia anual pero también porque siempre hay alguien cerca que insiste en recordártelo. ¿Por amor, por inercia?… Quién sabe.

Un tiempo de cambios

De todos modos, mientras aprendía esta lección, paradójicamente, yo misma recordaba los cumpleaños de amigos y familiares y jugaba a construirles pequeñas burbujas de seguridad.

En medio de la crisis de los 90, que afectó desde los ideales hasta la calidad de las postales de felicitación, desde la hospitalidad hasta el sabor y consistencia de los dulces, descubrí que casi nunca tenía dinero para comprar obsequios y que las artesanías que antes hacía para regalar se habían convertido en mi medio de supervivencia.

Sin mencionarlo, los regalos entre mis familiares, mis amigos y yo, desaparecieron.

Con mis hermanas, mi madre y mi abuela. Yo estoy a la derecha.

Mi madre siguió perpetuando con hijos y nietos su parte de complicidad para el espejismo. Con lo que pudiera: una artesanía, un dulce casero, un dólar reunido moneda a moneda y que te permitiría saborear un helado Nestlé…

La mayoría de mis amigos emigró y perdí el contacto con ellos. Con los que han ido llegando, no sé por qué, apenas he cultivado el hábito de recordar sus fechas de nacimiento, ni ellos la mía.

Con mi madre mantengo la mutua conspiración, pero con ella es fácil porque le basta cualquier detalle: un paquete de café (aunque sea “mezclado”), un libro, una flor, un dibujo.

Sin embargo, en aquel jueves reciente, viendo su tristeza porque no sonaba el teléfono y con él la voz de mi hermana menor, que ahora vive en Miami, por primera vez sentí pesar de no haberle compartido nunca mi experiencia sobre la fragilidad de los cumpleaños, la realidad implacable de que la burbuja puede estallar y disolverse en el aire.

El mejor regalo

Una vez leí que unos aborígenes australianos, al conocer este ritual de celebrar el aniversario del nacimiento, reaccionaron desconcertados. En su opinión, es absurdo celebrar el hecho de envejecer, ya que esto ocurre de modo natural y hasta involuntariamente.

Ellos celebran, por ejemplo, el logro de una habilidad o virtud obtenida mediante la voluntad y la práctica. El homenajeado entonces cambia su nombre por otro que exprese el don adquirido.

En la India existe el noble precepto de que el nacimiento en un cuerpo físico es incompleto si no se nace también como alma, es decir, cuando se es iniciado en un sendero espiritual por un Maestro. Es ahí donde empieza para el alma (o conciencia) el viaje de regreso a Dios, y ese es para ellos el verdadero nacimiento.

Pero aun conociendo estos enfoques, no es fácil desarraigar los rituales que heredamos y para los que hay una conspiración multitudinaria y tácita. Una vez que me tocó a mí ser madre, la fuerza de la tradición y el instinto de protección me hicieron reproducir en los cumpleaños de mi hijo la falacia de felicidad, de seguridad, que tantas contradicciones me había producido… Justo hasta el día en que él cumplió los doce. Esa mañana despertó enfermo y pasó todo el día con fiebre altísima y visible malestar.

Poco después, él mismo me dijo: “Mamá, los cumpleaños no son días especiales, eso es mentira. El día del cumpleaños puede pasar cualquier cosa”.

Entonces sentí que me liberaba de un peso milenario. Le conté lo que yo misma había aprendido: que las fechas son sólo formalismos humanos para registrar el tiempo.

Por ejemplo mi antiguo bodeguero me comentó que su prima (la artista plástica Belkys Ayón) se suicidó el día del cumpleaños de él, así que nunca más pudo celebrarlo. Desde ese momento fatal la fecha se convirtió para la familia en motivo de duelo.

Por mi parte, mentiría si no añado que también he recibido regalos increíbles en algunos cumpleaños. Desde el mensaje de un amigo que no veía hace años y ese día me hace notar que se acuerda de mí, hasta el libro que había estado buscando y de pronto me lo obsequia alguien.

Justo en los áridos 90 recibí uno inolvidable. Estaba viendo en la televisión un noticiario internacional de arte que ponían los domingos. Como norma, entre los créditos aparecían mensajes como: QUE TENGAN MUY BUENA SUERTE HOY.

Con mi gato Bright en su cumpleaños.

Pero justo ese día de mi cumpleaños, el programa era todo sobre Van Gogh, que es una de mis obsesiones. Eso era de por sí un regalo pero además en la despedida apareció una frase inusual: “MUCHAS FELICIDADES A LOS QUE CUMPLEN AÑOS HOY” ¡…!

Por eso quisiera enmendar el título de este post y dedicar estas reflexiones a TODOS, celebren o no un cumpleaños. Ya que en lo más profundo, las celebraciones son pretextos para recordar que cada día es en sí una oportunidad, un regalo.

Y hoy cumple años uno de mis gatos… Hace exactamente diez años del día en que lo ayudé a salir del útero materno porque venía al revés y se ahogaba, hace diez años del momento en yo misma corté su cordón umbilical.

Sé que es un hecho que no importa a casi nadie. Sé que no hay inmunidad posible contra la fatalidad.

Pero tenemos este instante para compartirlo, así que transito mentalmente el recorrido que hemos hecho juntos y le hago notar (él me entiende) cuánto me alegra haber ayudado a ese milagro de que ahora esté aquí.

 

 

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