País provisional

Ernesto Pérez Chang

55 aniversario. Foto: Juan Suarez

HAVANA TIMES — Entre los sentimientos que invaden a una buena parte de los cubanos de hoy cuando se enfrentan al duro día a día en nuestro país, uno de los más devastadores en todos los sentidos es la provisionalidad.

No es difícil encontrarse en cualquier lugar a gente de distintas edades hablando de su idea de futuro en la cual Cuba es simplemente el lugar donde por una casualidad nefasta les tocó nacer y de donde tienen que salir lo más pronto posible.

No hay chance para esas dudas que, en un ayer algo lejano, retuvo a generaciones anteriores, esperanzadas por la promesa de un cambio positivo en las relaciones entre el poder político y los ciudadanos.

Alarmados por los fracasos constantes de un sistema que para ellos arruinó los sueños más esenciales de sus padres y abuelos, ya no son muchos los que apuestan por una permanencia en el espacio nacional que tanto compromiso exige a cambio de un desarrollo personal atiborrado de límites y que los obliga toda la vida a adoptar verdaderas estrategias de enmascaramiento, de pura sobrevivencia, lo cual convierte el entorno propio en una zona de represión y autorrepresión, de tensiones constantes entre el querer ser y la imposibilidad, entre el deseo y la conveniencia, todo eso unido a la certeza demoledora de avanzar hacia ninguna parte.

Nacida de otros sentimientos afines como el desencanto, la desesperanza y la apatía, la provisionalidad es parte de una de las tantas maniobras de resistencia pasiva y adaptabilidad al sistema con el cual se discrepa públicamente o en privado.

Las frases ya comunes escuchadas en boca de casi todos como: “cuando me vaya”, “el día que logre irme de este país”, “afuera es distinto”, “aquí en Cuba no se puede…”, “Ay, mijo, esto es Cuba…”, “tendrás que irte para lograrlo”, se unen a las exhortaciones similares de aquellos que envejecen y que están convencidos de que no hay solución a los problemas de Cuba mientras el compromiso ideológico y la terquedad oficial se impongan al sentido común, frenando las libertades políticas de los ciudadanos.

Quienes han sido invadidos por el sentimiento de provisionalidad, solo alcanzan a ver una perspectiva de cambio personal o familiar en la renuncia a vivir en el espacio donde nacieron, a manera de una escapatoria o de un acto de salvación. Me estremece observar cómo se generalizan estas actitudes pero mucho más me inquieta que no sea una opción sino una respuesta al acorralamiento.

No se trata de elegir entre el «albedrío supervisado» de aquí y las libertades que intuyen en otro lugar allende los mares sino de evadir el encierro prolongado e inútil, amparados en esa posibilidad de apostar que les ha sido negada bajo pretextos de todo tipo.

Area de venedores cerrada. Foto: Juan Suarez

Posibilidad, tengamos claro, que supone la ocurrencia de un verdadero milagro económico en sus vidas. Si antes la provisionalidad consistía en marcharse solo por un tiempo, con la expectativa de un retorno a raíz de un cambio político favorable, ahora el sentimiento se torna definitivo, bien radical en algunas personas que, cuando ven cerrarse las puertas del país a sus espaldas, sienten que ha terminado un periodo de condena y que es el momento de enterrar el pasado cien metros bajo tierra y, tal vez, resurgir como ser humano y no como pieza o cobaya de un experimento social fallido del cual no avizoran el final.

Desde la provisionalidad, la idea del retorno definitivo al espacio natal estará siempre asociada a un sinnúmero de imágenes negativas del pasado y, sobre todo, al temor a padecer nuevamente el aislamiento y renunciar quizás de modo concluyente a las libertades personales ganadas para condenarse a una nueva aventura de supervivencia, aguante y silencio, y eso funcionará en la mente de cualquier ser humano, haya vivido en Cuba o no, como una entrega voluntaria al mundo de las pesadillas o, peor aún, al de los muertos.

Por una parte, el espacio natal es el lugar invadido por el “no se puede”, “no digas eso”, “mejor te callas”, “no cojas lucha”, “ahora no”; la imposibilidad va conformando los contornos de nuestro espacio personal al punto de que la individualidad se desvirtúa en sometimiento y nuestro lugar de realización personal se desplaza, se posterga.

Una buena parte de los cubanos intuye esta realidad y, como les es negada la rebeldía, la desobediencia, provisionalizan todo cuanto existe en ese espacio de lo transitorio: desde la familia hasta los amigos, desde la nación hasta los objetos personales, pasando por la cultura, el idioma, la ideología, todo es efímero, siempre a la espera de ese instante en que el país natal se disipa irreversiblemente en el horizonte.

Si retornaran alguna vez sería para encontrarse con ese otro lugar no cotidiano, artificial, que les fue prohibido, el país vitrina que han visto exhibirse no solo en las revistas de turismo sino además en los discursos oficiales, y que tal vez soñaron vivir, disfrutar, si es que la provisionalidad no les hizo borrar de la mente incluso esos engendros de pirotecnia, fabricados más que para sostener una economía, para venderle al mundo lo que no es Cuba en verdad para los cubanos sin recursos ni poder para agenciárselos, es decir, para la mayoría.

En el balcón. Foto: Juan Suarez

Hace algún tiempo me encontré con un amigo del colegio. Hacía más de veinte años que no lo veía. Después de abrazarlo le pregunté lo que siempre es rutina: cómo estaba, en dónde había estado, y entonces comenzó a narrarme más de dos décadas de su vida en unos pocos minutos.

Ha trabajado muy duro, ha “luchado”, eso me dice, y solo le falta un poco de dinero para marcharse del país, ¡¡¡de-fi-ni-ti-va-men-te!!!, me recalca con alegría infinita. Le pregunto si tiene otros planes, si ya se casó o si tiene hijos y me responde con una sonrisa, como si la pregunta tuviera una respuesta demasiado obvia.

Lo entiendo, sobre todo cuando vuelve a repetirme la historia sobre sus tantas decepciones, de que ahora solo piensa en irse para poder hacer todo eso que tanto tiempo ha postergado.

“Aquí no se puede hacer mucho, tal vez nada, tú sabes”, me dice, y remata su sentencia con estas palabras: “Cuba es un país provisional, mi hermano”.

Llevo días pensando en esa frase que no me deja dormir tranquilo. Mi amigo tiene la misma edad que yo: cuarenta y dos años.

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