¡Los Rusos de nuevo en Cuba!

Historietas de turistas

Vicente Morín Aguado

El turismo ruso se incrementa en Cuba. Foto: tvcamaguey.co.cu

HAVANA TIMES — Cayendo la tarde sobre la Habana Vieja, venía yo desde la biblioteca provincial Rubén Martínez Villena, uno de esos regalos que la ciudad debe agradecerle a su historiador, Eusebio Leal Spengler.

Era el usual recurrido desde una punta de la calle Obispo hasta su otro extremo, donde El Floridita saluda a los turistas.

Me senté a tomar un descanso junto a la estatua de Albear, gigante de la ingeniería cubana, quien nos legara el acueducto que aún hoy está en servicio, pasados los cien años.

Cuando me levanté para seguir rumbo a casa, casi tropiezo con aquel hombre, un tanto robusto, de estatura regular y piel “colorada”, al decir nacional.

Balbuceó algunas palabras incompresibles, pero suficientes para saber que era ruso. Estaba pasado de tragos, aún así ciertas oraciones cortas en inglés determinaron que estaba perdido, buscando a su esposa e hija.

Dimitri no conseguía decirme cuál era su hotel, pero con esa amabilidad típica de los curdas, me invitó a La casa del Daiquiri.

Dentro del Bar preferido por Hemingway, me preocupaba su capacidad monetaria, pues cada cóctel vale seis pesos convertibles.

Todo estuvo tranquilo cuando pagó el servicio, menos mi conciencia; me atenazaba la idea del provecho que un cubano le extrae a doce CUC en la economía familiar.

Debí contentarme con la oportunidad de disfrutar un sitio tan exclusivo, mientras intentaba ayudarlo en su dilema: encontrar el camino hacia los suyos.

Finalmente logré entender que él era parte de un grupo de rusos, cuyo programa nocturno concluía en el cabaret Tropicana.

Estaba claro que mi destino eran las exclusividades, esta vez, el más famoso y caro espectáculo de variedades cubano, esperaba por dos hombres pertenecientes a dos naciones que convivieron treinta años de solidaridad, sin llegar a entenderse bien.

Tomamos un taxi y, por si acaso, me ocupé de asegurar el pago por adelantado. A mitad de camino, Dimitri pidió un alto junto al hotel Colina en El Vedado, con el objetivo de cambiar sus flamantes euros.

Debo aclarar que tarde en la noche, no hay casas de cambio- CADECAS- disponibles y algunos hoteles son la única opción legal para esta operación.

La precaución de pagarle al taxista antes de finalizar el viaje, se volvió contra nosotros. El hombre aprovechó mi obligada asistencia al turista como improvisado traductor, para escapar, ahorrándose la mitad del recorrido. Felizmente el buen ruso aceptó contratar otro auto, arribando al Paraíso bajo las estrellas cuando el espectáculo ya había comenzado.

Me recibieron con los brazos abiertos, especialmente el guía cubano, representante de una turoperadora nacional. Yo lo había salvado de un gran percance esa noche, con aquel turista rescatado, cuya búsqueda ya estaban ordenando.

Imagínense ustedes el cambio: de vuelta desde una biblioteca, servicio totalmente gratuito, pasé a un centro nocturno que cobra el equivalente a setenta dólares por persona. Mi conciencia no tenía sosiego, mientras me zarandeaban con hurras y copas de Havana Club.

En tanto Dimitri dormía cabizbajo, los demás se movían al compás de las hermosas caderas de nuestras bailarinas, sin que por ello faltaran las preguntas sobre mi país.

 

Aunque obviamente no estábamos en el mejor momento para un intercambio, una cosa recuerdo: Me hablaban de Cuba tal cual fuéramos un museo, no el Museo de la Revolución u otro de los muchos existentes en el país, nada de eso, se trataba de Cuba completa, de “nosotros los sobrevivientes”.

Poco pude decirles, en medio del gran espectáculo que habitualmente ofrece Tropicana. A la hora del regreso, el guía profesional del grupo amablemente me invitó a tomar asiento en el Bus turístico, camino hasta el Habana Libre, hotel donde la mujer de Dimitri le esperaba en la puerta, con una cara que no quisiera verla yo en mi propia esposa jamás en la vida.

Aún así, el amigo ruso ya se había recuperado de sus tragos. Me ofreció un taxi e intentó despedirme con los consabidos besos eslavos. De momento me volví japonés, reculando para evitar el besuqueo, y a la vez ofreciendo la mano, como nos cuadra a los cubanos.
—–

Vicente Morín Aguado:  morfamily@correodecuba.cu

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