Maykel Paneque
La primera confesión vino directa y sin preámbulos. La directora de la escuela primaria donde estudiaba su hijo menor le había enviado un mensaje en el que decía que acudiera urgente a verla, lo estaría esperando en la dirección. “Hasta ahí, todo normal, alguna travesura, ya sabes cómo son los niños. El terremoto vino después”, y de golpe se dio un trago. Y luego otro.
Bebía acortando cada vez más la distancia entre un trago y otro. Quizás quería borrar algo parecido a la angustia o a la desesperación. De pronto, dijo, me vi entrando en la oficina de la directora. Ella estaba impaciente tras un buró y mi hijo esperaba sentado, cabizbajo, a que yo, su padre, fuera a rescatarlo del castigo. La escuela puede ser una celda de castigo, ¿no te parece? También una fábrica para producir niños y niñas en serie, infantes convertidos en papagayos de una ideología, quise decirle, pero me quedé callado.
¿Y por qué amonestaron a tu hijo?, le pregunté a cambio. “Había dicho en el aula que no quería ser como el Che, no quería morir, él quería ser como los Power Rangers”. Ah, el slogan de tantos años de la Revolución cubana, pioneros por el comunismo seremos como el Che. “La directora, muy seria, me dijo que debería llevarlo al psiquiatra, que mi hijo sufría un trastorno de personalidad”.
Entre tragos y recuerdos, el vecino me preguntó si yo podía imaginar cuánto quedaba del hombre nuevo en las actuales generaciones. Le dije que hacía poco había visto una obra de teatro en la que una madre decía: “Los jóvenes cubanos tienen en la cabeza un avión, no así las posibilidades de montarse en él”.
Me gusta esa imagen del hombre nuevo. Me seduce todo lo que contrasta con la utopía de que todos pensamos igual, cuando en realidad pensamos diferente. No importa que en las asambleas levantemos unánimemente las manos en señal de estar todos de acuerdo. Nos han obligado a fingir, a interpretar un teatro de las máscaras. Somos actores de un coro, otra imagen posible del hombre nuevo.
Si nos diera por parafrasear podríamos decir, sin ánimo de burlas, pioneros por el ostracismo y el encierro, haremos de la fuga un sueño y adiós a los discursos y a los comités. Esto último por el CDR, Comité de Defensa de la Revolución, una institución de espionaje y control que sigue garantizando, desde la base, las elecciones “democráticas” en el país.
No hay estadísticas oficiales que ofrezcan la desbandada de jóvenes que emigran mensualmente o cada año, lo cierto es que el hombre nuevo cubano de hoy busca un país, otra sociedad que deje de anunciar “vamos bien”, cuando en realidad vamos mal y hacia ninguna parte. Un país que “aumenta” el Producto Interno Bruto (PIB) todos los años, no así la calidad de vida ni las expectativas ni las aspiraciones. Un país cuyos gobernantes dicen que avanza, pero sigue estancado. Al no ser que caminar en círculos sea avanzar.
Se sabe. Sin mirada plural no hay futuro, al no ser un futuro totalitario basado en la imposición y la prepotencia. El hombre nuevo de hoy negará día a día ese mañana en el siglo XXI. Será rebelde y contestatario, aunque intenten silenciarlo y opinar diferente lo lleve a la marginación y la exclusión. Otra posible imagen que ha dejado de ser una utopía. Decir No cuando hay que decir no. Ya vendrán las consecuencias, pero no se habrá envejecido de antemano.
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