La Revolución Cubana y los huracanes

Por Osmel Ramírez Álvarez

Vista aéreas de casas en la punta de Maisí, el extremo más oriental de la Isla, duramente castigado por el Huracán Matthew. Foto: Juan Pablo Carreras/ Solvisión

HAVANA TIMES — Desde sus mismos albores hasta el día de hoy, ha sido estrecho el vínculo entre la Revolución Cubana y los huracanes. El Flora fue el bautismo, en el que Fidel estuvo a punto de perder la vida en labores de rescate y luego se volvió habitual verlo en medio del desastre ante cada meteoro; Matthew en estos días consagró a Raúl en la misma política, con su visita previa al Oriente cubano.

La Defensa Civil en nuestro país es muy eficiente y previsora, quién podría negarlo. Es parte del aparato militar, y un huracán es visto como si fuese una guerra. Enseguida se moviliza todo el sistema organizativo y el área en cuestión es considerada en estado especial. Los dirigentes del Partido y del Gobierno dejan sus vestimentas civiles y lucen orondos sus uniformes verde olivo.

Es bueno que el Gobierno se preocupe por la protección de la población. Es justo reconocer que en eso la Revolución es buena y ha acertado. Cuando un día tengamos democracia y un Estado de Derecho, sería excelente tener también los logros de la Revolución, ¡todos!, incluso aquellos que hoy lucen menguados. Pero no como el resultado de políticas voluntaristas y utópicas; mejor que sea por el dominio del arte del buen gobierno y que sea el resultado de ese cambio positivo que se necesita realmente.

Un huracán en Cuba termina igual que todo: politizado. Previo al paso de Matthew por la Isla, en un programa especial de la televisión constantemente ponían imágenes de Fidel recorriendo zonas dañadas por huracanes del pasado. No faltaron las palabras de fondo, vibrantes, con las cuales un periodista enaltecía al gran líder. Luego, el seguimiento del recorrido de Raúl por donde podría pasar este. El mensaje subliminar es muy claro: la Revolución protege a su pueblo y Raúl es continuador de Fidel. Luego repiten las noticias de los muertos en otros sitios, donde no tienen “la suerte” de tener una Revolución. Fin de la historia.

Es bueno proteger al pueblo y lo agradecemos; es bueno educar al pueblo y lo agradecemos; es bueno proporcionar salud accesible al pueblo y lo agradecemos. ¡Todo lo agradecemos! –no somos ni ciegos ni ingratos. Claro que nos gusta y queremos preservar todo lo bueno que deba ser preservado y sea viable.

Pero lo que no podemos comprender es el hecho aberrante de que para tener esos logros, muchos maltrechos, tengamos que perder otros derechos humanos tan elementales e innegociables como: libertad de expresión; libertad de asociación política; libertad de desarrollo individual pleno y de emprendimiento económico; libertad de ser un ciudadano verdadero, con derechos cívicos, democráticos; libertad de pertenecer a un pueblo realmente soberano.

No sería justo ni ético lucir crítico de un Gobierno por el hermoso acto de prevenir al pueblo  ante el peligro de un desastre: lejos estoy de semejante torpeza. Pero justo también es decir que los ciclones en Cuba terminan politizados como las Olimpiadas, la salud o la educación. Fallan en lo básico (que es la economía) y un huracán es oportunidad de mostrar eficacia en algo útil. Duele decirlo, pero más duele sufrirlo. Estos últimos cuatro años sin ciclones no dieron chance de “lucir”, a pesar de que los especialistas en las Mesas Redondas posteriores a Sandy vaticinaban decenas.

Matthew finalmente dio la oportunidad, ya que con Sandy, (que aparentemente era más débil y al cruzar las montañas supuestamente no quedaría nada), no valía la pena desplegar demasiados recursos. Pero sorprendió con una fuerza que nadie podía prever y los cogió fuera de base. Fue atípico.

Ahora con este desplegaron todas las medidas al máximo y no se escatimó esfuerzos. Parecía peor y por suerte no colmó las terribles expectativas. Solo por la estrecha franja por donde pasó el ojo y su anillo más próximo hubo vientos destructivos: Imías, Baracoa, Maisí y Moa. Aquí en Mayarí, a solo 130 kilómetros aproximadamente del centro, en línea recta, solo vientos leves y lluvia intensa, sin muchos daños. ¡Felizmente!

Martí dijo: “Respetar a un pueblo que nos ama y espera de nosotros es la mayor grandeza. Servirse de sus dolores y entusiasmos en provecho propio, sería la mayor ignominia”. No es justo valerse del dolor de una familia que perdió su casa ni de un padre desesperado y agradecido por la atención de su hijo que padece una enfermedad rara, para distraer y manipular a un pueblo, mientras se le roba su soberanía y sus derechos elementales. Un pueblo sin libertad es un pueblo castrado, y ninguna cosa en este mundo lo justifica o vale lo suficiente.

Es muy estrecha en verdad la relación de la Revolución con los huracanes: protegerse contra estos eventos que nos azotan inevitablemente está priorizado. Es parte de su línea de trabajo y de su estrategia política. Vale la pena, sin duda, salvaguardar para el futuro esta fortaleza; así como es oportuno y útil ahora convocar a la reflexión precisa.

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