La Otra Cara Del Poder

Por Amrit

Adolescentes cubanos. Foto: Elio Delgado

HAVANA TIMES, 14 julio — Cuando veo a una sensual jovencita meneando los glúteos en un video clip, (¡todas tan idénticas!) me acuerdo de la película Quills, donde una tierna recién casada, sin amor, descubre su sexualidad en las letras prohibidas del Marqués de Sade, y en el adulterio.

¿Será verdad que el viejo pornógrafo, acusado de abusos a prostitutas, y violaciones pero adorado por muchos como símbolo de libertad, guió a una joven con las promesas de su poder de hembra, a una alternativa mejor que el asco a su marido y un largo camino de sumisión?  Lo ignoro, pero lo que me preocupa es: ¿por qué cuando hablan del poder del sexo, no mencionan la otra cara también?

Observo a las adolescentes cuando voy a la secundaria donde estudia mi hijo, cómo se visten, cómo se mueven, y hasta cómo bailan: parecen salidas también de un video-clip.  Me acuerdo de una campaña de sexualidad en los ochenta que abarcó programas de  televisión, documentales, la publicación de libros de ensayos (recuerdo dos, de autores alemanes), libros que fueron ávidamente acogidos por la juventud.

Claro que fue útil propagar, por ejemplo, que la mitificación del himen degradaba a la mujer, pero muchas adolescentes (yo entre ellas) llegamos a sentir que la virginidad era una vergüenza y un estorbo. Sin embargo, todavía en los 80 una muchachita podía mostrar su inexperiencia, su timidez, su candor.

Jovenes cubanos en la playa. Foto: Caridad

Las jóvenes de ahora sólo parecen tener la opción de ser pérfidas, porque es la imagen que proyectan las modelos, las malas películas, la imagen que repiten hasta el vértigo esos videos-clips donde el cantante sí puede, no sólo no ser atlético, sino hasta gordo, los hombres no están obligados a tener una buena figura: la mujer sí.

Sin embargo, quiero aclarar que no es culpa de los hombres si esas muchachas se sienten “poderosas”, por explotar sus encantos en un terreno tan escabroso como la lascivia. Más que cómodo, me parece ingenuo el papel de víctimas cuando se protesta contra un machismo que se sostiene con el consentimiento y actuación de las propias mujeres: jóvenes que experimentan el “privilegio” de ser devoradas con los ojos, consumidores machistas de estos sex-souvenirs (verdaderas epidemias del mercado), criados por madres machistas, tienen novias o esposas que cooperan con ese machismo.

Un desgarro al tejido moral

La crisis económica de los años 90, provocó un desgarro al tejido moral de la sociedad cubana que se ha expandido tanto como el viejo consejo del Marqués de Sade.  Es impresionante cuántos jóvenes consideran que jinetear es “normal”, “una forma de resolver”, de ser “independiente de los padres.”

Es impresionante el auge de una homosexualidad  que me parece más bien fruto del desorden, de la inconsciencia, hasta de la desesperación.  Una joven de 21 años me cuenta: Tengo varios amigos que son pingueros. ¿Pero son gays? –le pregunto. Algunos sí –responde– otros son hetero pero están con turistas por dinero. ¿Y por qué con hombres si no son gays? –insisto ingenuamente– Porque pagan mejor, y porque el mayor turismo que viene a Cuba es gay.

Sí, confieso que cuando miro a mi alrededor me asusta esa “mente abierta” no sólo a lo diferente sino a lo insincero, hasta a lo inhumano. Una vez más y más desplazado el borde, ¿cómo delimitar entre suelo y abismo?

Adolescentes cubanos. Foto: Caridad

Me asustan las adolescentes que no pueden experimentar libremente su sexualidad: al natural miedo de la inexperiencia tienen ahora la presión de ser agresivas, de ser “locas.”  Lo más triste es que tampoco son conscientes del machismo brutal contenido en esa “libertad” que limita a la mujer al papel de puta.

No porque haya elegido ese rol en el juego sexual, voluntariamente, sino porque lo expande a la calle, a la vida, y cree objetivamente que ese salvoconducto le abrirá muchas puertas. Nadie le dice que cuando se canse de ser “hembra” y quiera ser “humana”, los hombres no van a ser tan espléndidos.

Cuando se habla del poder del sexo, se debiera mencionar la otra cara.  Con la campaña en Cuba  contra la homofobia, escuché por varias fuentes que ya era legal el cambio quirúrgico de sexo. Me acordé de un talkshow que vi donde entrevistaban a varios gays: unos ya se habían hecho el cambio de sexo, otros aspiraban a ello.

Los primeros contaban desde el horror de la operación, hasta los traumas postoperatorios, se quejaban de los dolorosos métodos para mantener la vagina injertada y lo peor: de ya no sentir igual sexualmente. Uno de ellos incluso había perdido a su pareja. Pienso que para que la alternativa del cambio de sexo sea una verdadera libertad, deben promocionarse con igual diligencia,  las reacciones  adversas.

Para que la mujer sea más libre por ser “loca” debe tener la alternativa de descubrirlo en su propia exploración sexual. Hace unos quince años, recuerdo que un grupo de muchachas que estábamos en un grupo de danza,  conversábamos después de la clase. El diálogo derivó en el tema del sexo y, en esa atmósfera de simpatía y confianza, muchas confesaron lo que soportaban de su novio o esposo sólo “para no perderlo”: posturas en que la penetración les resultaba dolorosa, actitudes no sinceras que asumían, orgasmos que fingían…

Perspectivas del pasado

Cuando indagué acerca del enfoque que culturas antiguas le confieren al sexo, me asombré por ejemplo de que en el archiconocido y casi mitológico Kamasutra, no se recomiende el coito anal.

Jovenes cubanos. Foto: Elio Delgado

Me asombré todavía más al enterarme por manuales de alcoba taoísta, de los nombres que usaban en la liturgia sexual.  Llamaban al pene Tallo de Jade, a la entrada de la vagina Portal de Jade, al orgasmo femenino, Marea Alta, al sexo oral Beber del Vasto Manantial, al acto del coito Nubes y Lluvia… me asombré por lo que nos costó en el occidente legitimar las malas palabras como el non plus ultra de la libertad.

¿Y por qué las mismas palabras con que nos desahogamos en un rapto de ira, palabras que usamos para ofender y degradar?  Es la reacción contra una larga historia de puritanismo, nos rebelamos contra la visión de la iglesia que nos condenaba a ser “pecadores”, que nos lastraba la conciencia del placer.

Pero ¿ahora?  Cuando observo a las adolescentes, cómo se visten, cómo se mueven, me doy cuenta de que sólo falta la música y el tipo rudo manoteando ante la cámara, o el tipo menos rudo, o hasta el romántico, sólo las muchachas son idénticas en los video-clips. Tanto que parecen fundidas, (como aquellos soldados del cuento de Andersen), en un mismo molde: puticas de plomo, con mirada de plomo, o de lobo, como la alevosa Carmen de Merimé.

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