La hora de callar y gobernar

Martín Guevara

HAVANA TIMES — Bueno, se acabó un período, el pueblo de su país habló, eligió como nuevo presidente a Trump y este ya asumió. Cualquier otra cosa es nostalgia.

Acaso no sea motivo para la algarabía pero tampoco para la depresión ni el desánimo, siempre que entendamos el juego democrático como una secuencia de experimentos comandados por la alternancia de las diferentes sensibilidades más generalizadas en los grupos poblacionales, con el fin de progresar y de agotar ciclos hasta el más fantástico de los ciclos imaginables llega a su fin.

Bien usado el revés en los comicios es una oportunidad para reforzar las convicciones del bando depuesto, esta es una invitación a despertar para acompañar, proteger e invitar a que sigan profundizándose en los logros cívicos y pacifistas, al tiempo que los tecnócratas y empresarios intenten reactivar el tejido empresarial y los aspectos pragmáticos en que muestran su cara más eficiente, y aprovechar para encontrar nuevos caminos para contagiarles los deseos y la conveniencia de un mundo libre en progreso, en concordia, y en paz.

En Estados Unidos el presidente no puede hacer lo que le da la gana, tiene un control muy cercano estricto y bastante eficaz, aunque sí se pueda decir que es el hombre con mayor cuota de poder del mundo en cuanto a peligro, porque dispone del mayor arsenal nuclear a su orden, pero ni siquiera eso puede ejecutar en un día de irrefrenable rabia o jolgorio.

Por otra parte, Donald Trump es un ser menos imprevisible que lo que intenta aparentar, pero mucho más de lo que se espera del presidente más poderoso de Occidente, atendiendo a la escasa cultura política y general, y bajos estándares de inteligencia emocional en contraste con una gran capacidad intuitiva, una personalidad fuerte y carismática en las cortas distancias, es el tipo de persona cuyo discurso puede ser deplorable, sus chistes inaceptables, pero en las distancias cortas genera un ambiente gregario y de confianza.  Sin dejar ni un instante de poner en claro quién manda, genera el tipo de lealtad personal propia de sectas y logias.

Al revés de Al Gore, del cual gustaba su discurso, pero su cercanía física sumía a la audiencia en la más profunda siesta.

Habrá que ver. Los estadounidenses progresistas tendrán trabajo de ahora en más, estarán alertas observando si se cumplen las peores promesas para activarse como solo ellos saben hacerlo, y tarea similar tendremos el resto del mundo cercano al ideario democrático y al espíritu de libertad que ha simbolizado, ora sí ora no, Estados Unidos en diferentes períodos de su historia, precisamente porque la ola se forma allá y luego recorre todo el planeta, contagiando la reacción mimética u opuesta.

Y si resulta que el temperamental Trump termina colocando más acciones en el lado positivo de la balanza que en el lado por muchos temido, pues estaré feliz de suspirar de alivio, felicitarlo y desearle nuevos éxitos; aunque incluso su propio equipo, tras la pasada campaña electoral, debe entender que las dudas alrededor del orbe hoy son más que razonables.

Empieza una nueva era, los jugadores justos conocemos y aceptamos las reglas del juego antes de entrar en calor, así que ahora solo queda felicitar a los ganadores, participar para que lo hagan lo mejor posible y de lo contrario, tomar parte para cambiarlo.

Y a Trump ya le llegó la hora de callar y empezar a gobernar, de ahora en adelante la pelota está de su lado y depende de cómo encare sus metas, interpretará como un aliento positivo o una crítica mordaz cuando a su paso escuche el grito de:

¡Run, run, Donald Gump!

 

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