Por Osmel Ramírez Álvarez
Pero a juzgar por los precios de casi todo, pareciera que está siendo pensada solo para los que han “volado el charco”. Si revisamos la inscripción de nacimiento, sería de “los del campo”. Y si observamos su deprimente estado, da la impresión de que no es de nadie.
En provincia se idealiza La Habana. “Allí está lo mejor”, “lo más bello”, “lo más sofisticado”. Hasta hay una frase discriminatoria: “La Habana es Cuba y lo demás es área verde”.
Y hay que reconocer que la ciudad es la mayor y más poblada del país. Posee, además, una arquitectura imponente y alberga muchísimo de la riqueza cultural de la nación.
¡Pero qué sucia y descuidada está! Más que “Ciudad Maravilla” podría dársele el título de “ciudad basurero” o de “ciudad de los charcos”.
Hasta en las zonas más céntricas están tupidos los drenajes y los potes desbordados de basura no faltan en las esquinas.
Las calzadas, con sus corredores magníficos que ayudan a evitar el sol ardiente, muestran un falso techo de mugre y telaraña, incluso frente a establecimientos en divisas.
Los pisos rotos cubiertos de colillas de cigarrillos, latas, papeles y nylon sin fin, tantos que podrían recogerse a palas. Y las aguas residuales corren oscuras a tus pies.
Solo de vez en vez se intercalan edificios pulcros de acabado impecable, rescatados para el turismo o por la oficina del historiador de la ciudad, que dejan de ser rarezas y se vuelven más abundantes nada más en una pléyade de sitios del centro histórico.
Luce muy mal nuestro pueblo. Al punto de llamar la atención de los turistas, que junto a un bache o un viejo almendrón hacen la foto inolvidable.
Ni el Vedado ni Playa escapan al deterioro. Los árboles sembrados cuando el capitalismo han crecido y levantan las aceras; nadie las arregla, cual herencia que debe ser vitalicia. Muchas casas también en proceso de deterioro y falta alumbrado público.
Santiago de Cuba, Holguín y Cienfuegos son ciudades más pequeñas, pero también tienen menos recursos. Sin embargo, hacen gala de mayor limpieza y excelencia, sin escapar del desastre de este huracán categoría cinco que lleva medio siglo estacionario.
Una de las tareas más arduas e inmediatas que tendrá “La nueva Cuba”, la que debe brotar del imprescindible cambio, será rescatar y engrandecer aún más nuestra capital, convertirla en una ciudad moderna y funcional.
Sin desdeñar su encanto jamás perdido, que no deja de inspirar a poetas y cantores, cual ave Fénix ha de emerger todavía más seductora. Y entonces sí podrá ostentar con dignidad y justeza el título, hoy dudoso, de “Ciudad Maravilla”.
Para que sea también la vitrina pulcra y representativa de un país con otros bríos, que realmente esté en progreso.
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