Extraña aventura con el hombre que amaba a los perros

Vicente Morín Aguado

Un libro que recomiendo.

HAVANA TIMES — Fue una mañana cálida del invierno mentiroso cubano, por poco tropiezo con aquellos norteamericanos en la acera frente a la imponente iglesia gótica del Sagrado Corazón, al comenzar el recto camino de la calle Reina. No les interesaba la religión, me preguntaron por “El hombre que amaba a los perros”. Nos citamos para el día siguiente en La Cabaña, añejo castillo español donde era posible encontrar al escritor Leonardo Padura.

No fue fácil, una cola vendía las papeletas de entrada en moneda nacional, larga fila, en tanto otra mucho más corta, ofertaba iguales accesos a los turistas, pagando en pesos convertibles. Finalmente la solidaridad hizo milagros y nos encontramos justo ante el viejo puente levadizo de la fortaleza que tanto preocupaba al Rey Ilustrado Carlos III, dados los gastos de su construcción. Adentro era la Feria del Libro 2011, si Padura estaba o no, eso ya no sería mi problema.

Nunca vimos al buscado hombre de los canes, eso sí, mucha literatura, inclusive, a propósito del tema recurrente, por vez primera en mi vida pude obtener un texto trotskista, regalo de uno de estos amigos de Berkeley, siempre dentro de la conocida tradición izquierdista, tal vez alocada como casi todo en ideologías si se trata de los Estados Unidos.

Al mediodía pudo más la ansiedad de los recién llegados que el interés literario y terminamos almorzando en una Paladar de la Habana Vieja, yo hablando tanto que desperdicié los diez dólares de un bistec normalmente prohibido para cualquier cubano. Definitivamente mis amigos californianos venían a todas por el escritor del momento, moviéndose en la tarde directo a una presentación especial de Padura en el Vedado, donde mi presencia significaba dólares más allá del acuerdo colectivo entre estos cuatro ocasionales, furtivos además, norteamericanos en Cuba.

Uno de ellos, por temor a las leyes de su país no lo identifico, terminó comiendo en mi casa, donde discutimos a fondo sobre las controvertidas relaciones entre nuestros dos países. Finalmente este americano seco, tal y como el mismo se definió, me regaló la primera computadora que he utilizado en calidad de algo propio, a los cincuenta y cinco años de edad. Días después escribí mi primer artículo para Havana Times.

Sin embargo, el hombre de los perros no salía de mis elucubraciones mentales, porque el libro homónimo de Padura no puede comprarse en las librerías cubanas. Nuestro “Leonardo” de las letras se vende en divisas, secuestrado, según me dicen, por contratos exclusivos que limitan casi en absoluto el alcance de sus textos si se trata de los vecinos de Mantilla, humilde barrio periférico habanero donde aún mantiene su residencia.

Al cabo de tres años, me invitan a la XXIV reunión anual de ASCE, una asociación dedicada al estudio de la economía cubana. En Miami un lector de Havana Times, generoso, me brinda su casa y, mi primer contacto con la Internet libre fue buscar algo sobre literatura, asunto donde anfitrión y huésped coincidieron, yo empeñado en finalmente encontrarme cara a cara con Lev Davidovich Bronstein, uno de esos tantos judíos excepcionales, mundialmente llamado León Trotski.

La historia terminó descargando una biblioteca de nueve mil títulos, más de 1400 autores, por supuesto lo mejor de la literatura universal, que ahora regalo a cuanta persona tenga la paciencia de esperar por copiar más de 20 GB. De paso fue difícil encontrar en Cuba una Aplicación fuera de ON Line para abrir los archivos, pero el asunto quedó finalmente resuelto.

Estoy leyendo “El Hombre que amaba a los Perros”, un tríptico genial de Leonardo Padura y deseo ofrecerlo, como cualquier otra literatura, libre de pago a mis compatriotas. Por cierto, este vecino de Mantilla en la Víbora retrató la juventud y parte de la madurez existencial de mi generación, la suya también, cuando dejó escrito en el capítulo quinto de su citado libro la retrospectiva que ahora vivimos los hombres y mujeres llegados al mundo con la revolución de 1959:

“Ahora me resulta extraño, casi incomprensible, poderme explicar cómo a pesar de que la realidad trataba cada día de agredirnos, aquél fue, para muchos de nosotros, un período vivido en una especie de pompa de jabón, en la cual nos conservábamos (en realidad nos conservaron) prácticamente ajenos a ciertos ardores que se vivían a nuestro alrededor, incluso en el ámbito más cercano”.

Hay mucho por comentar, los caminos enloquecen cualquier brújula, pero yo recomiendo leer a Leonardo Padura, inclusive soslayando la muy mediática historia del asesinato de Trotski.
—–
vicentemorin@yahoo.com

 

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