El racismo en Cuba: un tema polémico

Osmel Ramírez Álvarez

Niños cubanos. Foto: Yinet Pereira

HAVANA TIMES — En las últimas semanas se han publicado aquí en Havana Times numerosos posts sobre el tema del racismo. He podido apreciar la gran preocupación que genera este penoso flagelo en la mayoría de los que publican y comentan. Muchos enfatizan en la persistencia del racismo en nuestro país y se acusa a la Revolución Cubana de racista.

Soy un socialista-demócrata que critica los errores de la Revolución con apego a lo justo y a la realidad política, económica y social que vivimos. Pero el hecho de que esté en desacuerdo con el sistema totalitario no significa que deba exagerar en cosas que no he visto o desconozco, solo por agregar oprobios: prefiero ser justo. Ese es el espíritu que mueve mis opiniones y aunque no soy un estudioso del tema, puedo exponer lo que observo y contribuir al debate.

Soy de la provincia de Holguín, donde predomina la población blanca. Estudié tres años en la ciudad capital, homónima, también trabajé otros dos. Sería un mentiroso si digo que vi un solo acto de racismo. Si he conocido muchas personas blancas o mestizas que dicen no gustarle los negros para tener una relación, arguyendo banalidades. Lo veo como una cuestión de gustos hipotéticos, porque a veces los que hablan así terminan enamorados de una persona negra y luego lo asumen con naturalidad.

Es cierto que en casos de lazos amorosos se pone a prueba la persistencia o no de los prejuicios racistas heredados. Sí pasan cosas en el interior de las familias y afloran, al principio, esos bajos comportamientos guardados como reductos en el subconsciente, pero por lo general se disipan a lo poco. Es la realidad.

Podemos decir que el racismo en Cuba, al igual que en el resto del mundo, no ha muerto por completo, pero está diezmado. Quedan prejuicios y consecuencias socio-económicas arrastrados por siglos. Una gran tarea es saldar esa deuda y evidentemente no se ha trabajado lo suficiente para conseguirlo. Por suerte, en Cuba no existen abiertamente personas supremacistas, y si los hay son bien discretos, porque nadie sabe de ellos ni se manifiestan como tal.

Con respecto al racismo enfocado por el Gobierno y la Revolución, llevaría otro análisis. No sé lo que pasa por la mente de los líderes, pero al menos lo que exteriorizan, y según como han legislado, evidencian oposición al racismo. Justo es reconocer que la Revolución ahorró en Cuba una lucha desgastante por los derechos civiles de los negros.

El problema es que los que llegaron al poder con posiciones de liderazgo fueron casi todos blancos, por un problema de hegemonía cultural. Lo mismo sucedió en las guerras de independencia. En el camino se incorporaron más negros en puestos importantes, pero mientras el ascenso fue espontáneo, siguieron siendo minoría debido a la hegemonía cultural de los blancos, que aún persiste. Ello conllevó a críticas internacionales a la Revolución Cubana, catalogándola de racista. Y como consecuencia se promueven, desde hace un tiempo, más cuadros negros que blancos, con toda intencionalidad.

Creo que lo que hay que hacer no es promover negros en detrimento de blancos, porque sería otra forma de discriminación a la inversa. Lo lógico es crear programas sociales especiales dirigidos a las personas negras para, a mediano plazo, conseguir el equilibrio cultural en toda la población y, por consiguiente, que por sus méritos asciendan en número proporcional.

Foto: Yinet Pereira

Ahora tenemos un sistema que selecciona al dedo a nuestros representantes y líderes a todos los niveles, y pueden llevar a cabo una estrategia de promoción racial, pero cuando llegue la democracia deberá ser espontáneo y volverá el problema, si no se resuelve en su raíz.

Comparto lo que dijo Martí “dígase hombre y ya se han dicho todas las razas”. Si un dirigente es negro, no lo es para representar solo a los negros ni preferentemente a los negros; igualmente si es blanco. Un líder cubano, sea del color que sea, debe representar a todos sus compatriotas.

Lo que pasa en verdad es que la Revolución solo saca a la luz pública sus éxitos y si hubiese un caso de racismo lo ocultaría, igual que lo hace con una manifestación política u otro problema “incómodo”. Tampoco permiten legalmente agrupaciones espontáneas de la sociedad civil por temor a que lleguen a ser influyentes y se les opongan, ni siquiera por motivos justos como la lucha contra los vestigios del racismo.

Hace años junto a algunos amigos traté de crear un club martiano en mi centro de trabajo y no nos lo permitieron, porque debía partir de la UJC o del PCC; imagínense si permitirían una organización que señale problemas de racismo, uno de sus principales logros para exhibir inmaculados.

Fariñas puede morir mañana por su huelga de hambre, desoído por el Gobierno, y no será por ser negro, será por disentir. Por otro lado decir que la Revolución “hizo personas a los negros” es una expresión racista y es chovinismo barato. Parte de esa estrategia manipuladora de sacar en cara los logros sociales, como si no costaran la renuncia forzosa a derechos vitales para la dignidad humana.

Apropiado es no confundir una cosa con la otra: la Revolución tiene muchos problemas con la democracia y los derechos humanos y eso llega a afectar, incluso, la lucha contra el racismo desde la sociedad civil independiente. Pero acusarla de “racista” luce exagerado, a no ser que existan pruebas que demuestren lo contrario. Más prudente y justo sería enjuiciarla por sus fallas evidentes, sin que ello implique abandonar la lucha contra todo vestigio del racismo: con eso es más que suficiente.

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