El precio de pensar diferente

Osmel Ramírez Álvarez

HAVANA TIMES — Con el permiso de mis lectores: siempre escribo sobre lo que me rodea o de la alta política, pero hoy hablaré de mi propia historia. Sobre mis ideas discordantes con el régimen y mi experiencia con la Seguridad del Estado. Podría resultar interesante.

Siempre he sido un hombre rebelde, desde pequeño, pero no violento. Mi rebeldía se debe más bien a no conformarme con las cosas que creo injustas. Martí me reforzó mucho con su ética y su patriotismo, y debo ser sincero, también el joven Fidel. Por años abracé el marxismo y creí en verdad lo que me enseñaron.

Pero me formé en las ciencias naturales y mi espíritu es netamente científico. Si lo hubiese hecho en las ciencias sociales hubiese estado en desventaja. Aquí en Cuba te enseñan solamente a repetir, a creer en la dialéctica y negarla al mismo tiempo, adorando “dogmas eternos” que hay que descifrar.

Empecé a hallar incongruencias y me volví un crítico constructivo. Eso quería decir que pensaba que el socialismo ortodoxo podría ser viable si se retocaban algunos puntos. Poco a poco la experiencia práctica y una mayor profundización en la historia humana y en la filosofía política me convencieron de lo contrario.

Pienso que Marx era un hombre altruista, no tengo dudas, e imaginó un mundo más justo basado en lo que vio en el siglo XIX; pensó que lo alcanzado entonces por Inglaterra era la cúspide del desarrollo capitalista. Creyó, también, que la clase trabajadora siempre iba a ser analfabeta e incapaz de defenderse por sí misma. Por eso había que destruir el capitalismo y hacer una dictadura del proletariado, encabezada por su vanguardia. Toda la debacle viene de ahí, de ese error histórico.

Si Marx pudiese presentarse en el mundo hoy y observar a sus amados trabajadores alfabetizados, con teléfonos en los bolsillos conectados a Internet, muchos con títulos universitarios y técnicos, llenos de sabiduría por tener televisión, radio y acceso a la red de redes. Si ve esto le da un infarto y rompe con gusto el Manifiesto Comunista.

No creo que haga falta ni partido único (supuestamente de vanguardia) ni dictadura del proletariado ni destruir el modo de producción capitalista. Del socialismo solo hay que preservar el ideal de justicia social como complemento de la democracia, esa que hasta ahora la han estigmatizado como “burguesa”.

En este último punto, en la democracia abogo por minimizar el papel del dinero para que no continúe siendo una dictadura solapada del capital. Buscar, además, el equilibrio entre el poder económico de la minoría capitalista y el numérico de la “menos poseedora” mayoría trabajadora.

La Iglesia Católica de Mayarí

Para mí el modo de producción capitalista solo debe ser despojado de su dictadura, esa que se esconde tras bastidores en la democracia actual. Sería un jaque mate al laissez faire, que a mi juicio es lo que impide hacer justicia social.

Veo al capitalismo como a un potro vigoroso: si se le deja a libre albedrío, al mismo tiempo que trabaja y crea, destruye y lastima. Pero si se ata correctamente al carro de la buena sociedad, si se controla su fuerza arrolladora, prestaría un servicio invaluable. Sacrificar el caballo sería un suicidio. Solo vean donde pararon los que lo hicieron alguna vez.

Viendo así la nueva sociedad más justa, me hice a escribir. La Seguridad del Estado, que todo lo controla, supo de eso. En una ocasión iba de viaje a la capital y decidieron detenerme, llevarme a la estación de policía y revisar mi equipaje.

Me intervinieron unos papeles que llevaba siempre conmigo y una memoria de 8 GB, con todo lo escrito. Siempre cargaba con estas cosas. No me asustaron ni me resistí. Me acordé de Sócrates, el famoso filósofo ateniense de la era clásica, cuando expresó que si no había luchado por cambiar las leyes injustas, debía someterse a ellas.

No me retuvieron mucho tiempo ni me vejaron. Al contrario, hasta fueron respetuosos, más allá de su cuestionable trabajo. Me estudiaron y mantuvieron vigilado intensamente por dos años, sin que eso prescriba hasta hoy, claro está. Después de caer en la lista negra nunca sales. Citaciones periódicas, vigilancia en el barrio y reclutamiento de amigos cercanos.

La memoria fue sometida a tantos programas de rescate de archivos que afectaron sus drivers. Cuando exigí su devolución, no sirvió para nada. Por suerte tenía varias copias escondidas de mis artículos y ensayos. Uno de ellos llegó a ser conocido en el Departamento de Filosofía e Historia de la Universidad de Moa, la más cercana.

Me invitaron a impartir una conferencia sobre el nuevo socialismo frente al claustro. Fui y resultó muy bueno, con gran polémica por parte de los profesores recalcitrantes y mucho entusiasmo entre los más jóvenes. Pocas horas después la Seguridad del Estado lo supo. Seguramente alguno de los profesores fanáticos era un agente. Asustaron a la dirección del departamento, dijeron que yo era un opositor en vigilancia, porque creían que detrás de mí estaba “el enemigo”.

Cuando lo supe me preocupé de que me destruyeran en el barrio, donde gozo de gran prestigio. Comencé una campaña informativa que neutralizara los intentos de desfigurarme. Hasta hice un video con una entrevista preparada donde explicaba todo. Se hizo viral en el área y se extendió creando expectativas. Tuve que hacer otro.

Un día me visitaron y devolvieron mis cosas incautadas. Me dijeron que ya habían terminado su trabajo investigativo y solo seguía siendo de interés como potencial atractivo para “el enemigo”.

El ideológico del PCC provincial, el director de la escuela del Partido y un doctor en Filosofía, de la Universidad de Holguín, se entrevistaron conmigo para convencerme de que dejara de pensar en el socialismo, que eso ni siquiera era tarea de ellos, sino del más arriba. Fue lo que entendí.

Contactaron conmigo numerosos disidentes. José Daniel Ferrer incluso me escribió una carta invitándome a su casa. Tuve, además, un encuentro con Eliecer Ávila. Pude constatar las ideas que manejan.

Como las mías son diferentes, aunque con objetivos similares, no sentí deseos de militar con ninguno. Me motivó más la idea de formar algo nuevo, que propusiera a los cubanos un socialismo democrático y de mercado. Creo en ese derrotero.  Numerosas personas se aglutinaban a mi alrededor y algunos demandaban la formación de un movimiento bajo mi liderazgo.

El poco traficado calle central de Mararí.

Lo valoré, trabajé en ello y desistí por el momento. Predominaba el miedo y no teníamos los recursos necesarios para que tanta gente rompiera con el Estado. Hay que vivir en Cuba para saber cuánto cuesta que te excluyan. Por mí no era problema, tenía y tengo la fuerza espiritual para resistir. Pero mis compañeros titubeaban y no quise “morir antes de nacer”.

Fue cuando decidí hacer periodismo alternativo. No hay en Cuba el derecho a influir en la política o la ideología del pueblo si te alejas del discurso oficial. Por otro lado, el espacio que ha sobrevivido y encontrado financiamiento exterior es el más reaccionario con el socialismo. Como soy un socialista diferente, el gobierno me desprecia y vigila, mientras la disidencia me ve como alguien que supuestamente está perdido o que propone más de lo mismo.

Yo, por mi parte, pagaré las consecuencias de creer en “toda la justicia”, como aprendí del Maestro. Expondré mis ideas frente al pueblo, como pueda, poco a poco. Ese es mi sensor y al final dirá si estoy errado. Agradezco mucho a HT por permitirme avanzar en este sagrado propósito de trabajar por una Cuba mejor, “con todos y para el bien de todos”. Y a ustedes, compartiendo o no mis criterios, por valorar con mesura todo lo que escribo. A eso me debo.
—–
Fotos: Lucas García Molinari

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