El líder y sus principios flexibles

por Martin Guevara

Raúl Castro

HAVANA TIMES — Mediante un acto magistral de prestidigitación, Raúl Castro nos sorprende con una nueva faceta, y se nos presenta como adalid y paladín de la paz en Colombia.

Raúl, presidente de Cuba y General de Ejército durante décadas, bajo cuyo mandato alentó, participó y orquestó una importante cantidad de conflictos armados en América Latina, que dejaron un tendal de dolor en el continente, expresado en muertos, presos, desaparecidos, exiliados de todo signo político y sensibilidad ideológica, y que dirigió guerras tremendamente sanguinarias en gran parte del Tercer Mundo y en particular en África.

Fue el comandante de las guerras de Mozambique, Etiopía y Angola en dos ocasiones, desde su despacho con la excusa del internacionalismo proletario para esconder otras aviesas intenciones menos honrosas, como obtener beneficio del marfil, del diamante, incrementar el profesionalismo y el poder de las Fuerzas Armadas.

Todo por orden de su “hermanísimo”, quien aspiraba a convertirse en una especie de Mariscal del Tercer Mundo, toda vez que aquella ficción de que la pesadilla de la URSS duraría eternamente en su camino del socialismo hacia el comunismo se cumpliese, y mantuviese su incondicional apoyo logístico y estratégico a los hermanos Kastromasov en tales lides.

La característica más asombrosa de estos sátrapas va más allá del nivel de represión, de mentira, de secuestro de la libertad y la verdad por generaciones, aún admitiendo que son estas descollantes y saldrían airosas en cualquier concurso de vilezas ni siquiera su voluntad determinada de destruir los valores de una sociedad, las normas de convivencia, la concordia, la prosperidad, aún reconociendo que en ello son campeones galácticos.

Va mucho más allá.

Lo más asombroso de estos adalides, paladines y estandartes, pero no de la paz, sino del poder a cualquier costa, es la carencia del más mínimo rastro de decoro, de pudor, de vergüenza con que han ido y van atravesando sus cómodas vidas mientras dejan un tendal de sufrimiento en las ajenas.

Pero más que ello, si cabe, el objeto de estudio de este establishment será, sin duda, el arte de lograr que el mundo civilizado, progresista, defensor de derechos del hombre, lejos de condenarlos, los tolere y les permita cualquier desmán o despropósito, sin el más mínimo ejercicio de enmienda, de arrepentimiento, de penitencia tras tantos casos tipificados y consensuados como “crímenes de lesa humanidad”.

La familia real cubana pasó de latifundista a ser jesuita, a ser pro democracia estadounidense, a ser comunistas marxistas leninistas estalinistas cuando colaboraron con el asesino de Trotsky, represores de toda libertad individual, a ser vanguardia de la guerrilla internacional, a ser colaboradores con la dictadura argentina de Videla y de Galtieri, a ser partidario de incentivar la inversión de la gran empresa capitalista internacional en Cuba excepto cubanos, a ser nuevamente jesuita cuando cayó la URSS, a ser más papista, a ser revisionistas del Marxismo Leninismo al enaltecer a Chávez, un alto militar de carrera reconvertido en reformista, con discurso vacío y demagogo que en mi época el PCC lo habría condenado de “reformismo populista y diversionismo ideológico”, muy alejado de cualquier doctrina o filosofía comunistas básicas, a ser pro dólares fáciles suplantando a los  rublos rusos o el petróleo venezolano, en el nombre de los EE.UU.

Y en la última metamorfosis, reconvertidos nada menos que en pacifistas, con lo cual tras cincuenta y siete años de persistencia en el error de menospreciarlos, es hora de reconocerles que son más vivos que el hambre, y que tras medio siglo nos percatamos de que, en efecto, son consecuentes y coherentes marxistas, pero no del atormentado Karl, sino del disparatado Groucho cuando decía aquello de:

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