El Ébola, Cuba y la ejemplaridad de sus hijos

Alberto N Jones

Entrenando para enfrentar el ébola.

HAVANA TIMES — La amenaza que la epidemia del Ébola significa para todo el mundo, ha sacado a colación lo más ruin del gueto de Miami. Lejos de expresar unas palabras de aliento y respeto por la decisión de Cuba de aportar el mayor contingente médico/sanitario para enfrentar esa tragedia, se han esforzado por presentar esta acción en los medios masivos de comunicación, como otro ejemplo de la esclavitud de un pueblo bajo las botas de un tirano.

Tratando de sembrar la duda entre familiares de los profesionales en Cuba, han exacerbado la posibilidad de contraer una infección y rumorado que el gobierno de Cuba, no repatriará a los que enfermen o mueran en África.

De igual manera, han lanzado una campaña acusando a Cuba de estafa, por apropiarse del grueso del salario que las instituciones internacionales pagan por cada colaborador.

Lo único cierto de todo esto es la descomunal ignorancia que tienen del país y de la estirpe de la que están hechos los hombres y mujeres de Cuba, quienes han demostrado ser merecedores del salario más digno del mundo y jamás han dejado de dar el paso al frente ante el llamado de la patria.

UN POCO HISTORIA

El Mayor Dr. Enrique Betancourt Neninger (Quiquito), hijo de Enrique, maestro primario y de Fidelina, ama de casa, nació negro y pobre el día 11 de Diciembre de 1943 en Cruces, Las Villas. Pronto conoció los rigores de aquella sociedad injusta y tuvo que armarse de un cajón de limpiabotas para mejorar los ingresos de la familia.

El Mayor Dr. Enrique Nenínger. Foto: Revista cubana de medicina militar.

A pesar de su anhelo de estudiar Medicina la falta de recursos económicos lo lleva en 1957 a la Escuela Normal de Maestros de Matanzas. En 1961 se incorpora a la campaña de alfabetización como brigadista en Mayarí, Oriente. Pero en 1963 tuvo la oportunidad de reorientar su vida profesional cuando la Revolución hizo un llamado especial a estudiar medicina para contrarrestar el éxodo de profesionales.

Durante la carrera le son asignadas varias responsabilidades: Jefe de Emulación, Guía de Estudios Políticos y Jefe de piso en el edificio de becarios de G y 25. Luego ingresa a la Unión de Jóvenes Comunistas y colabora como alumno ayudante de Anatomía en el Instituto de Ciencias Básicas y Preclínicas Victoria de Girón.

Como miembro del Buró de la UJC y de la Federación de Estudiantes Universitarios, realiza trabajos asistenciales con voluntarios cañeros durante las zafras azucareras en Pinar del Rio y Camagüey. Ingresa voluntariamente a las Fuerzas Armadas Revolucionarias para cubrir necesidades médicas. Se gradúa en diciembre de 1969 y completa su residencia en 1972 en el Hospital Carlos J. Finlay.

En 1973 cumple misión internacionalista en Guinea Bissau y dos años más tarde estará en Angola. Al regreso le es asignada la responsabilidad de Jefe de Servicios en el Hospital Carlos J. Finlay. Hacia 1980 hace la especialidad en la República Democrática Alemana y más tarde fungirá como médico personal de Zamora Machel, presidente de la República de Mozambique, hasta que el avión en que viajaban cae derribado por las fuerzas sudafricanas un 19 de octubre de 1986.

Joven, incansable y abnegado, dedicó su vida a servir a otros. Hoy, cuando la Organización Mundial de la Salud clama por la presencia de más profesionales de la salud para ayudar en la erradicación del Ébola en África, muchos médicos se olvidan del juramento hipocrático.

Enrique Betancourt Boada, aun siendo un maestro pobre, supo educar y formar a una hija como enfermera, dos maestras y a  Quiquito como médico.  Consecuente con las enseñanzas de sus padres, Quiquito le deja a la sociedad un hijo bioquímico, un dentista, un pediatra, una sobrina médico, un sobrino artista y otro sobrino cibernético.

Veintiocho años después de su muerte, familiares, compañeros y amigos lo recuerdan y tratan de honrar su memoria, emulando su ejemplo e integridad humana.

En momentos en que su hijo menor, Quiquitico, responde al llamado de la patria para llevar su experiencia de pediatra al sufrido pueblo de África, elevamos nuestras invocaciones y buenos deseos para que Quiquitico cuente con el favor y la protección de sus antepasados, para que pueda cumplir ejemplarmente con su deber. Esperamos que, al contrario de su padre que regó con su sangre noble las tierras de África, él y sus compañeros regresen sanos y salvos a la patria digna y orgullosa que los quiere y espera.

 

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