El chavismo intenta enquistarse mientras Venezuela sufre

Por Osmel Ramírez Álvarez

Hugo Chávez en 1999. Foto: biografiasyvidas.com

HAVANA TIMES — No voy a negar que me pareció emocionante y esperanzador cuando Hugo Chávez emergió victorioso a la más alta magistratura de ese hermano país en las elecciones de 1998, y juró ante la Constitución que llamó “moribunda” luchar por una Venezuela nueva: más justa y próspera.

Ya eran tiempos de crisis del modelo neoliberal en nuestro hemisferio y en el mundo, de la que aún no se ha salido del todo. Los estragos de la Escuela de Chicago hicieron mucho más vulnerables las ya frágiles economías de la región, y el gasto social, como siempre pasa en la democracia del dinero, termina siendo el lado más débil de la cuerda.

Fue la oportunidad de oro para la izquierda, de salir de las sombras a la que históricamente fue relegada por la desconfianza popular y por la virulencia mediática liberal, sin dejar de mencionar la represión y la persecución. Ya cansados de probar con los gobiernos de derecha y centro-derecha los pueblos dieron el voto de confianza a los auto-titulados “progresistas”.

Venezuela fue el detonante con Chávez (1999); Brasil con Lula (2003), seguido por Dilma (2011); luego Argentina con los Kirchner (a partir de 2003); Uruguay con Tabaré Vázquez y Mujica (desde 2005); Honduras con Zelaya (2006); Bolivia con Evo (desde 2006); Nicaragua con Ortega (desde 2007); Ecuador con Correa (desde 2007), y Paraguay con Lugo (2008).

Luis Ignacio Lula da Silva. Foto: wikipedia.com

Solo menciono los más destacados y marcadamente de izquierda, pero en general el triunfo fue mayor al alcanzar protagonismos inéditos en los parlamentos y otras instancias electivas. Otros liderazgos con discursos izquierdistas movieron su posición, luego del éxito, más al centro, pero lo alcanzaron bajo la avalancha esperanzadora de esa tendencia.

Se planteó un gran reto: desviarse de los errores del pasado y aprovechar la oportunidad para demostrar que no solo saben criticar a la derecha, sino que son  capaces de gobernar mejor. Por supuesto que gobernar mejor no equivale a populismo barato. No basta con demostrar la intención de una mayor política de inversión social, sino de crear las bases económicas que las hagan sostenible. En el caso de Venezuela, ¡muy clásico!, se desaprovechó, además, una bonanza derivada de los precios exorbitantes del petróleo por un periodo extenso.

Es muy bueno que se inviertan recursos en el bienestar del pueblo, pero si no se hace de la forma correcta, aquella que hace perdurable el beneficio, entonces solo estás haciendo politiquería barata.

Desde el principio Chávez debió generar confianza en el sector privado, lejos de amenazarlo y mostrar tan marcada admiración por el modelo socialista-radical-despótico de nuestra contagiosa isla.

Fidel Castro y Hugo Chávez. Foto: Estudios Revolución

Su devoción hacia Fidel lo convirtió a él y a su movimiento político, en un peligro potencial para la democracia de su país. Todo era mera sospecha y derivación mientras el plus petrolero les permitió dar al pueblo “pan y circo” sin ganárselo, solo por haber nacido encima de una tierra privilegiada. El voto era seguro.

Pero ahora, cuando bajo el gobierno de Maduro terminó la regalía y el petróleo, aún demasiado caro, no permite el despilfarro de antes, el castillo de arena se ha venido abajo. La economía está en el piso, adaptada al dinero mágico, no sudado ni fruto de una gestión económica eficaz.

Si el chavismo hubiese hecho menos politiquería y paralelo al gasto social ascendente, jamás desproporcionado, hubiera invertido en otros sectores como el Turismo y la Agricultura, auxiliado por su sector privado, otro gallo cantaría. Si hubiese aprovechado aquella bonanza para estimular y financiar a las pequeñas y medianas empresas. Si hubiese potenciado empresas mixtas, entre el Estado como financista, el sector privado nacional y el capital externo, creando zonas especiales de desarrollo, parques industriales y zonas francas, siempre apoyando y estimulando al sector privado, otra fuera la historia. China lo hace y allí hay más socialismo que en Venezuela, donde solo es de nombre.

Y no es que no se haya intentado el desarrollo, solo que no se priorizó, y se hizo despreciando al sector empresarial, apostando por la utopía de lo estatal-socializado. Y el mensaje era asustador, siempre bajo el peligro de intervenir y estatalizar. La inmensa mayoría del sector privado vio al gobierno como su enemigo, conspiró contra él y le serrucha el piso cada vez que puede.

Raúl Castro y Cristina Fernández durante una visita de la entonces presidente de Argentina a Cuba.

Y aquellos que han cooperado no lo han hecho por creer en el chavismo, sino por la dádiva del oportunismo, el clientelismo y la corrupción. En eso ha degenerado aquella gran idea de Chávez, como terminó degenerando la gran idea de la Revolución  Cubana y todas aquellas con grandes propósitos, pero erradas en sus vías para conseguirlas. Ahora es fácil echar la culpa total al enemigo político, que siempre va a existir, sin revisar los errores propios.

Otros proyectos de la izquierda no fueron tan desacertados, pero igualmente fueron o serán aniquilados por el populismo o finalmente por la ausencia de un pacto social que los haga sostenibles o que permita la institucionalidad, cultura política y democracia necesarias para su mantenimiento.

Fue una hermosa oportunidad para marcar la diferencia, pero estamos saliendo de ella igualmente manchados por lastres que continúan estigmatizando negativamente. Lo que está haciendo el chavismo por sostenerse en el poder a toda costa, ya sin resultados ni posibilidades de tenerlos, violando y destruyendo a la propia democracia que lo hizo posible, los iguala a los del grupo de Pedro Carmona, que impotentes en el pasado quisieron ganar por la fuerza lo que no podían obtener con el voto popular.

Nicolás Maduro en su cierre de campaña 2013 en Venezuela. Foto: telesurtv.net

Hacen con ello más daño a la izquierda mundial, a la idea socialista y al noble propósito de un mundo más justo, que toda la propaganda malintencionada y manipuladora del poder mediático al servicio esencial del capital.

Ganaría mucho más el chavismo respetando las leyes y el derecho del pueblo a decidir, incluso a equivocarse y luego rectificar, si ese fuera el caso. Si pierden limpiamente, luego pueden volver a ganar; pero de todas formas perderán y solo insisten en ensuciarse las manos antes. Forzar a un pueblo a aquello que creemos mejor jamás será un buen camino para ninguna tendencia política.

Maduro y sus consortes lucen muy mal y meten la pata hasta el fondo. Solo dan patadas de ahogados y lo peor es que lo hacen sin dignidad. Tener un país polarizado, pobre y en caos, no es un buen legado para la continuidad. Hay que saber perder y evitar el epíteto de déspotas. Este intento de enquistarse en el poder los hunde políticamente y daña a la izquierda en general, mientras tanto es el pueblo de Venezuela el que sufre innecesariamente las consecuencias.

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