Cuba con aroma de Chanel

Frank Simon

El momento del desembarco de Chanel en Cuba. Foto: notiminuto.com

HAVANA TIMES — Sucedió una tarde-noche de primavera, en medio del otrora glamoroso Prado habanero, que esta vez mostraba a los nuevos leones de la selva, los leones humanos, los de mentalidad leonina, leyes leoninas, secretos leoninos.

El ganado quedó a cientos de metros, un ganado que pudiera llevar el nombre de “perdido”, gente que ya casi se asumió como no-gente, como no-seres ambulantes, como ciudadanos cuyo aroma no será nunca Chanel.

Nadie en Cuba vio el desfile, nadie leyó ningún titular, apenas un cintillo apareció en algún sitio web nacional. Sin embargo, los colores y luces de la apabullante marca comercial paralizaron las vidas, los muros grises, los hierros oxidados, los ventanales caídos y el balconaje aparatoso de la ciudad. La Habana zanjada en su yugular, el perfume con olor a humano muerto, las mentes leoninas y los alientos a león que le disputaban el cetro a los leones de metal.

Pobre Habana que nunca estuvo tan cerca y tan lejos de Chanel, pobre Habana tan cerca de chanel y tan lejos de Dios.

La ciudad está lejos de oler a Chanel, no pudiera nunca pagarse el lujo porque necesita antes comprarse unas muletas y rezarle a San Lázaro para que no la deje caer. La Habana tiene lugares más sacros que el Prado, tiene por ejemplo el Rincón, sitio alejado del centro adonde los cubanos van con sus promesas y deseos, lugar que huele a incienso y a pobre, a santería, a África, a cariño. Pero aun los sitios sacros habaneros no compensan la desacralización de otros, como el Prado de las permutas y las peñas de pelota o el Malecón de las putas y los románticos, de las descargas y los borrachos.

El diseñador Karl Lagerfeld, izq, con modelos de Chanel que desfilaron por el Prado de La Habana el 3 de mayo. Foto: Ramon Espinosa/AP/cubadebate.cu

Esta vez Chanel nos excluyó, puso barreras, pulió el piso del Prado, limpió nuestras huellas, nuestros escupitajos, nuestros vómitos provocados por alguna borrachera del 31 de diciembre, chanel barrió con esta humanidad pequeña y barriotera, chancletera y entrañable, realidad de todos que quedó para nadie, ruina de nosotros mismos que debemos velar nosotros mismos en nuestro funeral, Chanel nos destruyó en apenas unos minutos, Chanel quiso demostrarnos que somos nadie, provincianos, crédulos, anodinos.

En su lógica, Chanel es todo y tú y yo, nada, Chanel no admite que sus desfiles se califiquen de “empingaos”, “encojonaos”, “volaos”, Chanel tiene su propia jerga que ya pagó boleto de entrada a los diccionarios chics de este mundo, a las academias, a los gobiernos, a las ideologías en apariencia inexpugnables.

Chanel es Chanel, diría un defensor de lo indefendible, ¿y nosotros qué somos?, ¿existe todavía un nosotros en la lógica de Chanel, en esa ilógica donde sólo encuadra un yo egoísta y excluyente?, chanel que se robó el país sin siquiera saber qué cosa es Cuba, qué fue, qué será (eso nadie lo sabe). Chanel que no huele a escuela al campo, a servicio militar, a recogida de papas, a maleta de palo, a coger botella en medio del periodo especial a través de los amarillos, a una rebosada de queso y yuca sin queso y sin yuca. Chanel que seguramente venderá este momento, pasando por encima del valor de mi vida, de la tuya.

Chanel que obvia lo cubano y se aprovecha de lo cubano, que fabrica un cliché cubano y lo vende como cubanía, chanel que en la Habana del 2016 instala un iglú del 1950, donde tú y yo no cabemos, pequeño iglú que huele a Chanel y a jerarquías, mini Palacio de Buckingham que rompe el piso pulido del Prado, afrancesamiento que no se basa en la egalité sino en el blanco borbón, en las lises recalentadas, en los leones heráldicos. Chanel que como otrora hiciera Albemarle, clava un pabellón imperial en el rostro de los anhelos populares, Chanel que se burla, que hace gritas, que niega el gesto irreverente de los Rolling Stones hace unos días, chanel que nos recuerda el mundo grande gobernado por mentes pequeñas, el mundo que se empequeñece y nos aprieta el zapato a mí, a ti.

Un día cualquiera en el Prado de La Habana. Foto: Caridad

Chanel que no dialoga contigo, sino que te dicta un precio, te dicta una vida y una muerte, te dicta constantemente, Chanel que es el león del Prado, pero un león británico, apaisado en los gules de un escudo extranjero, un león que aún parece esparcir su aliento Chanel sobre los desiertos sitios del tercer mundo.

Cuando José Martí hacía hincapié en la necesidad de dignificarnos, lo dijo en el sentido de una construcción diaria, constante, porque Cuba ha sido eso, un equilibrio complejo entre el sacrificio y el facilismo, entre el aroma a Versalles y los olores del dolor. Chanel vino a montarse en la cuerda flaca de los días, chanel quiere crear un aroma Prado Habanero, donde ni esté el Prado ni esté La Habana. Chanel quiere una Cuba Chanel que no es posible, donde no somos posibles, donde nunca fuimos posibles. Chanel es una película, una vidriera, quiere todo bello, todo limpio y somos las máculas.

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