Luis Miguel del Bahía
Y es verdad que la preciosura que tienen los parajes naturales de Cuba no los he visto en ningún lugar.
Pero cuando el descubridor de las Indias Occidentales se arrodilló en la arena mirando a lo alto, no había P11s.
Venía apretujado, con un calor terrible, y mientras pasaba frente a la costa recordaba aquellas palabras que de mi tierra se dicen.
Por un momento el tedio me agarró y quería salir del camello, la poquedad y la Llave del Nuevo Mundo.
Intentando escapar, acerqué la cabeza lo más que pude a la ventanilla, y entonces pasó: La belleza y el aire marino harto superaron al monstruo de las 18 ruedas. Me sentí Colón.
“Quizá no se puede tener todo: un amanecer y unas playas que hagan honor a la Creación acompañados de grandes edificaciones” -dicen-.
Tener rascacielos cuesta, y no sé cuánto haya que sacrificar para ello. Ojalá no todos los atardeceres por aire acondicionado en el transporte público.
Tampoco abandonar la acrópolis de la habana por una vida rural; creo que del ir y venir de uno y otro se hace la magia.
Hay que trabajar por un poco más de confort sin perder de vista el medio. No todo se reduce o a la Bolsa o a sentarse en la orilla de una playa. Ambos en una medida sensata son saludables.
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