Capitalismo, socialismo y democracia en nuestro entorno político

Osmel Ramírez Álvarez

Foto: Alan Friedlob

HAVANA TIMES – Con mucha decepción observamos en nuestro hemisferio muchos ejemplos de ausencia, ruptura o fallas democráticas. Es muy común que viviendo en una sociedad capitalista, absortos por la libertad económica y el derecho al voto, se crea que se goza de la mayor dosis de democracia posible. También lo es creer, erróneamente, que los socialistas son los enemigos irreconciliables de este grandísimo logro humano.

Pero la realidad es que en este tema estamos constantemente aprendiendo y descubriendo cosas nuevas, despertando de sueños utópicos o modificando viejas creencias.

En primer lugar el capitalismo es tan solo un sistema económico, no político. Hay países capitalistas (casi todos lo son) que tienen como sistema político una democracia y los más exitosos con esta fórmula idílica son una especie de paradigma social contemporáneo (EUA, Costa Rica, los miembros de la UE y otros pocos).

Pero los hay también con dictaduras monárquicas, como en el mundo árabe; o dictaduras militares asociadas al poder del capital como lo fueron las del Cono Sur y la de Fulgencio Batista en nuestra sufrida Cuba. Queda claro que capitalismo no es sinónimo de democracia.

El socialismo (a mi modesto juicio) es solo un ideal social de justicia y equidad que pretende influir tanto en la política (la democracia), como en la economía (el modo de producción capitalista y otras variantes asociadas) para lograr sus objetivos. El entusiasmo desbordado de muchos socialistas del pasado y del presente llevó a querer convertirlo en un sistema político-económico y fue sin dudas un grave y costoso error.

Más acierto tuvo la socialdemocracia, pues más cercano ha sido su proyecto al verdadero ideal socialista. Por eso sus resultados han perdurado más y son reconocidos universalmente como “logros”. Pero lamentablemente en sus formas no llegó a brindar una vía a seguir y quedó reducido su éxito solo a una región exclusiva y a un momento histórico determinado. A pesar de que en casi todos los países inspiraron partidos homólogos, no han podido seguir los pasos de los privilegiados países nórdicos.

Pero es algo intrínseco del ser humano soñar y anhelar un mundo mejor, más justo y equitativo. Es algo muy humano, que nos eleva por encima del mundo animal en que evolucionamos. La violencia, el despotismo y el individualismo mezquino nos deshumaniza y revela los más bajos instintos de “la ley de la selva”, que hace tiempo abandonamos pero que hasta hoy intentamos superar.

Lo que pasa en Cuba, donde se impone este socialismo despótico en aras de conquistar una justicia social y un bienestar que jamás se logrará por caminos tan aberrados, y si se llegase no podría ser sostenible por sus formas incongruentes, es un gravísimo error.

Lo que pasa en Venezuela va por similar camino y es lamentable que el chavismo, que parecía una esperanza, termine convirtiéndose de lleno en un proyecto despótico y totalitario. Es la falta de definición ideológica ajustada a estos tiempos de cambios profundos y de tránsito de una civilización a otra lo que les venda los ojos y conduce al desfiladero político.

En Honduras no es la izquierda quien pisa la democracia, es la derecha. La democracia les cuadra mientras no amenace su dictadura solapada del capital. El Gobierno actual es continuista de la fórmula Micheletti. Lo de menos es intentar la reelección, sino la evidente manipulación del proceso electoral para poner dique antidemocrático al deseo popular. Los pretextos solo son creíbles, o son justificaciones, para aquellos que no creen sinceramente en la democracia.

En Brasil y Argentina tras el retorno de la derecha se intenta gobernar desconociendo la otra mitad del electorado que aún desea preservar lo obtenido durante los mandatos de la izquierda. Y en el caso brasileño ni eso. Temer llegó al poder de manos del PT, hoy sus adversarios políticos. Da asco la política brasileña. Ojalá logren con lo que les queda de honradez en sus instituciones y su clase dirigente, poner coto a la corrupción en todas las tendencias y a la impunidad de las élites.

Y para concluir queda el tristemente célebre ejemplo de los EUA. Trump es un showman, mucho antes de ser un presidente. Su pasión es la escena y mezcla su responsabilidad oficial con su sed de escándalo. Si fuese el mandatario de otro país menos importante para el resto del mundo, no se notaba. Pero lo es de la mayor y más influyente potencia.

Su duelo de terquedad y ofensas con King Yong Un es realmente muy peligroso; se sale de tratados internacionales importantes; toma medidas contra Cuba que ni nos regresan a la posición pre-Obama, ni dan continuidad a la apertura; y ahora enciende el Medio Oriente ordenando trasladar su embajada israelí hasta una ciudad tan disputada como Jerusalén.

Con todo esto solo se obtiene una sola ganancia: Trump está en boca de la gente y a diario en la televisión. No importa si hablan mal o bien, lo que importa es que hablen. Satisface su pasión de showman y de paso es bueno para sus negocios.

Pero ¿Dónde queda el interés de la nación?; ¿está respondiendo Trump a los intereses de la mayoría del pueblo norteamericano o a sus élites capitalistas?; ¿tiene ese pueblo mecanismos reales y funcionales para removerlo de su cargo si le niegan el apoyo inicial? –evidentemente no.

Está claro, aunque muchos no lo noten o no lo acepten, que la democracia tiene problemas, aunque todavía es joven y debe madurar. Se puede enfocar el asunto desde cualquier posición ideológica, pero la democracia es una sola: el poder de la mayoría sin negar espacio vital a las minorías. Gobernar para todos, seguidores y adversarios. El voto y la pluralidad son vitales. No hay una visión distinta de la democracia porque negar estas bases es simplemente ausencia de democracia.

Los capitalistas, por su naturaleza egoísta o individualista, siempre intentarán prostituir la democracia y convertirla en una dictadura solapada del capital, como lo es hoy en efecto. Las dictaduras, de derecha o de izquierda, siempre van a manipular conceptos e ideales para justificar su permanencia antidemocrática en el poder.

Lo sabemos: son tendencias naturales que debemos neutralizar con nuevas fórmulas e ingredientes institucionales que garanticen finalmente el imprescindible “equilibrio social”. La democracia real es “posible” y es el camino hacia la conquista de “toda la justicia” social “posible”, como quería Martí.

Y el socialismo verdadero, ese ideal mal usado, manchado y estigmatizado por adversarios, equivocados altruistas y oportunistas de todo tipo, puede en efecto jugar un importante papel en su consecución. Al menos en Cuba puede muy bien contribuir, donde otros actores no lo han logrado un resultado en décadas, a un mejor desenlace nacional, garante de paz, prosperidad y reconciliación. Así lo vemos algunos socialistas demócratas cubanos.

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