Ángel Carromero y su cubo de agua

Haroldo Dilla Alfonso*

El carro manejado por Angel Carromero en que murieron Oswaldo Payá y Harold Cepero

HAVANA TIMES — Las últimas declaraciones de Ángel Carromero retractándose de todo lo que anteriormente afirmó, me parecen, para ser compasivo, poco felices.

Si aquella tarde en Bayamo se cometió un crimen o hubo un accidente solo lo saben dios y los involucrados. Yo no puedo asegurar nada. Pero debo decir muy claramente que pienso que, desde el principio hasta ahora, no hay datos consistentes que indiquen que Oswaldo Payá haya sido asesinado.

Entiendo perfectamente a su familia, atenazada por el hostigamiento a que han sido sometidos por muchos años y por la negativa del gobierno cubano a permitir una investigación independiente.
Pero lo primero lo hacen siempre y lo segundo nunca lo permiten, y nada de ello prueba que se haya cometido un asesinato.

No obstante, creo que a la familia le asiste absoluto derecho a solicitar una investigación independiente y el gobierno cubano está obligado, en nombre de la decencia, a facilitarla.

La muerte lamentable de Oswaldo Payá es otro ejemplo de las morbosidades que acarrea la falta de transparencia informativa en Cuba, y la carencia de espacios sociales autónomos.

Aunque el gobierno cubano se alistó para dar información rápida y técnicamente avalada sobre las incidencias del hecho, no creo que ello baste a nadie, si tenemos en cuenta que Payá fue siempre considerado un enemigo y hostigado como tal.

Y luego, las pasiones que se desatan del otro lado, con denuncias de conspiraciones al estilo le Carré, supuestos descubrimientos de photoshops (como si los expertos de los servicios de seguridad cubanos fueran tan estúpidos como para dejarse sorprender por navegadores amateurs) y rastreos de tuits que al final nadie puede garantizar que existieron.

Pero, repito, yo no creo que hubo un asesinato, siquiera por un motivo: hubiera sido el tipo de acción que —teniendo en cuenta la visibilidad de Payá y las urgencias del gobierno cubano— hubiera producido más problemas que ventajas. Dicho en términos de Talleyrand, hubiera sido —peor que un crimen— un error político.

Luego hay una cadena de hechos que, como mínimo, nos hacen dudar de la supuesta trama criminal.

Primero, está la negativa del sueco implicado a decir ni media palabra, como si se hubiera pasado durmiendo un viaje de ocho horas en que según se dice siempre fueron hostigados por autos de la seguridad del estado.

Después, como explicar que si el gobierno cubano pretendía cometer un asesinato haya practicado un burdo chequeo japonés intimidatorio durante ocho horas de viaje, dejando todo el espacio a las denuncias.

Luego todo lo que dijo Carromero ante las cámaras, en el juicio y en cuanta oportunidad tuvo de decir algo: se trató de un accidente producto del mal estado de la carretera y de la falta de señalización. Y de todo lo que no dijo, ni siquiera en la más absoluta intimidad, cuando tuvo las oportunidades de decirlo. Incluyendo las semanas que lleva el buen Carromero en España en un régimen de restricción de libertad muy benigno.

Lo que ahora dice el chico del PP viene a confirmar mis dudas. Ahora, este gladiador internacional por la democracia cambia toda su declaración que según dice fue obtenida bajo amenazas, drogado y alojado en una “espeluznante” celda en la enfermería de Bayamo, donde había que echar agua con un cubo en el inodoro.

Y acicateado, confirma, por su incapacidad para seguir siendo cómplice de su propio silencio.

Carromero acaba de declararse víctima del hecho, y no victimario. Y con ello acaba de dar un paso adelante para conseguir una reducción de su ligera pena carcelaria, una situación que considera injusta y que espera “no dure mucho tiempo”, lo cual es una aspiración legítima de todo reo. Pero no razón suficiente para cambiar una declaración.

No me detengo en los argumentos de Carromero y la historia que cuenta. Remito al lector a que la lea, incluso que vea el video de la confesión, y saque sus propias conclusiones.

Carromero fue, y sigue siendo, una broma de mal gusto de la derecha europea. Fue un regalo tóxico que ha costado muy caro: la vida de dos activistas opositores, incluyendo a uno de sus más reputados líderes. Y ahora quiere seguir ganando un espacio bajo los reflectores con una historia floja y llena de agujeros.

Apoyemos a la familia Payá en su justa demanda de una investigación independiente y dejemos que este pobre chico siga su camino, deseándole mejor suerte que el agua del cubo que tuvo que usar en la enfermería de Bayamo.
—–
(*) Publicado originalmente por Cubaencuentro.com.

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