Hibakushas recuerdan Hiroshima y Nagasaki

Elio Delgado Legón

Un temploe de Nagasaki. Foto: wikipedia.org

HAVANA TIMES — Los testimonios de un grupo de hibakushas (sobrevivientes) de los bombardeos atómicos a Hiroshima y Nagasaki, a los cuales tuve acceso recientemente, me horrorizaron, pues a pesar de haber leído decenas de artículos y noticias sobre esos hechos, nunca me había enfrentado a narraciones tan desgarradoras y que me hicieran reflexionar tanto sobre la naturaleza de esa innecesaria agresión a dos poblaciones civiles indefensas de Japón, cuando ya la Segunda Guerra Mundial estaba casi terminada.

Al leer esos testimonios, me preguntaba: ¿Cómo es posible que haya hombres tan despiadados, capaces de cometer tan horribles genocidios? Pero buscando en mi memoria sobre la historia de las guerras modernas, recordaba otros genocidios cometidos por el mismo sistema, aunque por otros hombres, y llegaba a la conclusión de que un sistema despiadado, como es el capitalismo, genera hombres despiadados, capaces de cometer esos horribles crímenes.

Algunos fragmentos de las narraciones de los hibakushas pueden dar al lector una idea de lo que estoy diciendo.  “Aquella llamarada violenta, aquella multitud de personas carbonizadas, aquellos ríos llenos de cadáveres sin dejar ver el agua, aquellas voces sin sentido que escuchaba en los lugares de reunión, aquellas miradas de súplica, la sensación que sintieron mis dedos al meterlos dentro de la carne descompuesta y tocar los huesos, es algo que nunca olvidaré.” Hiroshi Nakamura tenía sólo 13 años, y aún hoy confiesa no poder olvidar: “Esto es lo que vi en el camino. Los damnificados que habían escapado del mar de fuego tenían su cabello quemado y sus rostros carbonizados. Había personas con las camisas colgando junto con su piel; personas que probablemente eran hombres por tener pantalones; mujeres tapándose sus senos con las manos quemadas; personas semidesnudas con quemaduras por todo el cuerpo; seres imposibles de identificar, no sabía si eran hombres o mujeres. Logré llegar hasta el centro del refugio después de pasar por este gran grupo. Sin embargo, este lugar también era una montaña de heridos”.

Sadao Haraguchi advierte: “Lo terrible de las bombas atómicas es que los daños no terminaron solo con matar a más de 70 mil personas al instante. El verdadero horror había comenzado justo en el momento del estallido.” Y agrega: “También vi trenes completamente destruidos y un sinnúmero de cuerpos. Hay un recuerdo que no puedo olvidar hasta el día de hoy: un cuerpo carbonizado, con su mano derecha alzada tratando de salir, arrastrándose a gatas de su casa desfigurada, podía imaginar el calor que había recibido”.

“No existe razón alguna que justifique el homicidio indiscriminado hacia los ciudadanos no combatientes. Además, la bomba atómica causa daño en los descendientes de los afectados. Por lo tanto, es evidente que su uso es inhumano”. Así expresa Tadayoshi Ogawa, y agrega: “Adultos a 4 Km. de distancia volaron por los aires debido a la explosión y quienes fueron directamen­te expuestos a la radiación en los círculos concéntricos de un km – 1,5 km del epicentro, la mayoría fallecieron en los primeros 45 días y la tasa de supervivencia al pasar los 5 años fue de solo 0,3 por ciento”.

Esto es sólo una pequeña muestra de los testimonios recogidos a los hibakushas japoneses, pero al leerlos viene a mi memoria la imagen de una niña vietnamita corriendo desnuda por una carretera para escapar de las llamas lanzadas sobre su aldea por los aviones norteamericanos, en una guerra sin sentido en la que se cometieron los mayores genocidios conocidos después del holocausto del nazifascismo, en un país tan lejano a Estados Unidos como Vietnam.

Millones de seres humanos perdieron la vida, tanto vietnamitas como norteamericanos, sin ninguna justificación, y siguen padeciendo hoy las consecuencias de las armas químicas utilizadas, recordemos Sabra y Shatila, pero los culpables nunca fueron castigados.

También recuerdo las horribles matanzas llevadas a cabo por el ejército de Israel contra el pueblo palestino y tampoco los culpables han sido castigados.

Si agregamos a lo anterior las miles de víctimas ocasionadas por las guerras, también injustificadas, contra Irak y Afganistán y las llevadas a cabo utilizando mercenarios en Libia y en Siria, no me queda la menor duda de que el capitalismo es una fiera herida de muerte, y como tal lanza en todas direcciones zarpazos que pueden ser peligrosos. Por eso los hibakushas no olvidan Hiroshima y Nagasaki, y nosotros no debemos olvidar ningún crimen, dondequiera que se cometa y tratar de que no quede impune.

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