La tierra para el que la trabaja

Fernando Ravsberg*

La burocracia agraria se sostiene sobre las espaldas de quienes trabajan las tierras. Foto: Raquel Pérez

HAVANA TIMES — Esta semana se conmemora un aniversario de la firma en Cuba de la Ley de la Reforma Agraria, que transformó la vida de decenas de miles de familias campesinas sumidas en la más dura miseria, según revelaba una encuesta de la Agrupación Católica Universitaria en 1957.

Los trabajadores agrícolas dejaron de recorrer los caminos buscando trabajo en las cosechas y se establecieron en fincas propias de donde ya nadie los podría volver a expulsar, sus hijos tuvieron acceso a la escuela y ellos mismo fueron alfabetizados.

Sin embargo, pronto el gobierno revolucionario creyó que la colectivización agraria se correspondía más con su ideología que las parcelas individuales. Presionaron a los campesinos para sumar sus tierras a las granjas estatales o a las cooperativas, controladas también por el Estado.

El koljoz soviético se impuso en Cuba a pesar del pobre resultado que había tenido en los países socialistas europeos. Don Ramón Labaut, el abuelo comunista de mi esposa, entregó su tierra gustoso pero Narváez Arias, su yerno, decidió continuar al viejo estilo.

Hace unos años subimos las montañas y vistamos las fincas, la del abuelo está comida por los bejucos. La de los Arias en cambio produce tanto café como para que Narváez se haya construido una buena casa en el pueblo y viva retirado mientras sus hijos siguen sembrando las lomas.

Don Alejandro Robaina, el tabaquero, fue otro de los campesinos rebeldes, se negó en redondo a entregar las tierras que habían sembrado su padre y su abuelo. Décadas después el propio Fidel Castro acudió a él para averiguar cómo lograba semejante rendimiento y calidad.

Don Alejandro era un hombre sin pelos en la lengua así que le respondió que si Cuba quería desarrollar una buena cosecha tabaquera, la única forma era volver a entregar las tierras a los campesinos. Y la vida demostró que tenía razón.

La gran parte de las tierras cubanas están muy compactadas por lo que se necesitan tractores para removerlas. Foto: Raquel Pérez

En los años 80, Fidel Castro le recomienda al líder del PC francés, George Marchais que “no se les ocurra socializar la agricultura. Dejen en paz a los pequeños productores, no los toquen. Si no, pueden decir adiós al buen vino, a los buenos quesos y al excelente foie gras” (2).

Sin embargo, durante 2 décadas más se insistió en buscar inútilmente nuevas formas de colectivización que superara la productividad de los pequeños campesinos. No fue hasta el 2008 que se decidió entregar tierras a los guajiros y a otros que sin serlo también apostaron por esa vía.

De inmediato la burocracia se puso a trabajar: les prohibió construir casa en la finca, les prohibió importar maquinaria, puso precios disparatados a las pocas herramientas que les vendieron y los obligó a distribuir mediante Acopio, el organismo estatal famoso por su ineficiencia.

A pesar de todos los obstáculos los guajiros limpiaron a machete las tierras de marabú, levantaron la producción y dejaron al país preguntándose de que serían capaces si les dieran libertad de decidir, les vendiesen insumos o les permitieran comprar camiones para distribuir sus productos.

Conocí a un funcionario jubilado del Ministerio de Comercio Exterior que recibió una parcela en las afueras de La Habana y ahora cría puercos con un éxito tremendo, siembra el mismo los alimentos de sus animales y cocina el sancocho con biogás producido con las heces.

La agricultura es un trabajo duro pero en Cuba tiene cierto atractivo, los pequeños campesinos no solo gozan de acceso a la educación y a la salud, también se convirtieron en uno de los sectores de la población con más dinero, un caso raro en América Latina.

La vida de los campesinos cubanos cambió radicalmente desde que en 1959 se les dieron las tierras. Foto: Raquel Pérez

De todas formas la escasez de agua y el desgaste de las tierras hacen difícil que la agricultura logre abastecer las necesidades totales del país. Incluso antes de 1959, con la mitad de la población, Cuba importaba grandes volúmenes de alimentos.

Un día pregunté a un campesino si era cierto que la tierra cubana produce todo lo que le siembren, se sonrió con astucia y dijo “sí, si se trata de productos tropicales, si la enriqueces con fertilizantes, si la fumigas con plaguicidas, si le aplicas herbicidas y si le instalas sistemas de riego”.

Difícilmente Cuba pueda convertirse en el vergel con que sueña el imaginario popular pero tampoco tiene por qué continuar siendo una tierra plagada de hierbas malas, con un rendimiento productivo mucho menor que el que tenía hace medio siglo.

La entrega de tierras empieza a dar sus primeros frutos pero para hacerla avanzar más se necesitará eliminar las restricciones tontas impuestas por una burocracia agropecuaria ineficiente que debería ir desapareciendo junto al modelo agrícola que la engendró.

Si hace 53 años los campesinos cubanos levantaron la consigna de “¡la tierra para el que la trabaja!”, hoy deben comprender que no basta solo con eso, también hacen falta recursos y, sobre todo, poder de decisión para participar en el diseño de las políticas agrarias.

(2) Libro “Cien horas con Fidel”, autor Ignacio Ramonet

(*) Publicado con la autorización de BBC Mundo.

 

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