La jubilación del cardenal cubano Jaime Ortega

Fernando Ravsberg

Foto: Raquel Pérez Díaz

HAVANA TIMES — El cardenal Jaime Ortega se jubila, pero deja tras de sí una escuela muy útil para la nación, que podría definirse como ingeniería del diálogo. Hay que reconocerle que diseñó puentes capaces de soportar el peso de las desconfianzas mutuas del clero católico, el gobierno cubano y el de Washington.

Se retira con el reconocimiento de los gobiernos de Cuba y de EE.UU., del Vaticano y de la mayoría de sus compatriotas. Del clero no puede decirse lo mismo, ratifican así la sentencia de Churchill, cuando explicaba que “los enemigos los tiene usted aquí detrás, en su propio partido”.

Durante los años que condujo la Iglesia Católica cubana esta ganó más espacio que nunca antes, las barreras fueron cayendo y los accesos creciendo. El “permiso de importación” de religiosos, por ej., fue clave para una institución incapaz de nutrirse solo con cubanos.

La recuperación de las fiestas religiosas, de las procesiones en las calles, la creación de escuelas, el acceso a cárceles y hospitales, y la visita de tres Papas creó un nuevo escenario. Y se logró a pesar de todos los rencores y las desconfianzas mutuas que aún persisten.

Las Damas de Blanco continuaron sus protestas después de que el Cardenal intercediera ante el gobierno y lograra la liberación de sus familia presos. Foto: Raquel Pérez Díaz

La Iglesia fue un baluarte del anticastrismo, tanto como para participar en una operación de la CIA que sacó del país 14 mil niños sin sus padres. El gobierno expulsó cientos de religiosos extranjeros e internó en granjas de trabajo a los de Cuba, entre ellos a un jovencito llamado Jaime Ortega.

Con semejante antecedente cualquiera hubiera esperado una vendetta, sin embargo, sus dotes de negociador se impusieron. Empezó a sembrar durante el gobierno de Fidel Castro, pero la cosecha se produjo cuando Raúl Castro accedió a la primera magistratura de la nación.

Ortega no vaciló en desprenderse de la disidencia que actuaba dentro del movimiento laico. La primera personalidad extranjera que recibe el presidente Raúl Castro es un enviado del Papa, el cual es, además, el primero que evita cualquier contacto con la oposición.

El nuevo mandatario y el Cardenal establecen una ingeniosa relación. No se trata de identificación ideológica, sino de la necesidad de la Iglesia de espacio para crecer. Mientras, Raúl Castro encontró al interlocutor ideal, una Iglesia, con peso internacional y muy débil dentro Cuba.

La gran mayoría de los disidentes excarcelados gracias a la gestión del Cardenal se fueron a Madrid, donde siguieron sus protestas, esta vez en busca de ayuda económica. Foto: Raquel Pérez Díaz

Sin embargo, Jaime Ortega sigue apoyando las reivindicaciones que considera justas y vuelve a actuar como puente entre las esposas de los presos políticos, las Damas de Blanco y el gobierno para promover la liberación de todos los opositores pacíficos.

Son excarcelados más de 200, la mayoría se marchan a España y la oposición lo acusa de empujarlos al exilio. La mentira podría haber triunfado, pero 12 expresidiarios decidieron quedarse en Cuba, demostrando que abandonar el país fue una opción no una obligación.

A pesar del éxito de esta mediación, las relaciones con los opositores se siguieron enturbiando. Las Damas de Blanco continuaron protestando como si sus familiares no hubieran sido liberados, mientras otros grupos planeaban ocupar iglesias durante una de las visitas papales a Cuba.

El laico disidente Oswaldo Payá acusó al Cardenal de estar creando un partido sustituto de la oposición tradicional y así comienza dentro de la Iglesia una “cacería de brujas” contra los directores de la revista Espacio Laical, quienes finalmente terminan siendo apartados del rebaño.

La última vez que vi a Jaime Ortega estaba en una recepción diplomática de EE.UU., emboscado por una jauría de disidentes que lo acusaban de ser un enviado de Satanás al servicio del comunismo. Y lo hacían bajo la mirada complaciente y cómplice de un funcionario de la embajada(6).

Cardenal sabía mejor que nadie que el escaso número de fieles católicos no les permitiría ejercer presión como pretenden los elementos más duros del clero. Foto: Raquel Pérez Díaz

El odio que algunos sienten es provocado, paradójicamente, por el mayor servicio que prestó a la nación, participar en la construcción de un puente entre Cuba y su vecino del norte. Fue un golpe terrible para quienes contaban con que Washington, tarde o temprano, terminaría doblegando a los cubanos por la fuerza.

Él es un político hábil, sabía que apostando por ese camino jamás se producirían cambios en Cuba, tal y como después comprendió el propio presidente de los EEUU, Barack Obama, quien también aceptó que con la fuerza bruta no podrían someter a la isla rebelde.

Finalmente, la edad, sus adversarios y sus enemigos, lograron sacarlo de en medio, pero su retiro no será total. Dentro de la Iglesia sigue siendo un Cardenal y su peso político en Cuba continuará, porque es el dignatario católico que goza de mayor confianza en el gobierno cubano.

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