Historia, desmemoria, rencor y perdón

por Fernando Ravsberg

HAVANA TIMES — El presidente Obama ha puesto en la agenda del debate nacional el tema de la historia. Desde que se fue quedamos en la isla intercambiando opiniones entre quienes quieren olvidar el pasado, los que proponen perdón sin olvido y los que no perdonan ni olvidan.

La gente necesita conocer su historia, porque es indispensable para trazar la línea que, pasando por el presente, les permite proyectarse al futuro. Es la única posibilidad de apoyarse en los aciertos, evitando los errores y los horrores cometidos por las generaciones precedentes.

La historia de Cuba es la Protesta de Baraguá, pero también el Pacto del Zanjón.

Cuanto más grande sea el árbol y mayor su follaje, más rápido caerá si pierde sus raíces y esas raíces son la historia. No la de los héroes “valientes y decididos”, de las aburridas clases de primaria, sino la de mujeres y hombres que, con sus virtudes y miserias, modelaron la nación.

El viernes santo, el cardenal Jaime Ortega le respondió al presidente Obama que la historia es “maestra de la vida y hace falta tenerla siempre presente” y agregó que se necesitará del perdón, “porque la historia no se olvida fácilmente, hay agravios que no se olvidan”.

Pedir que uno olvide todo el daño que se ha hecho no es justo. Una persona que ha cometido un delito puede aspirar al perdón de la sociedad e incluso a su reinserción, pero ningún tribunal de justicia serio le hará desaparecer sus antecedentes penales, su historia delictiva.

Pero al fin y al cabo, no resulta sorprendente que existan personas en el mundo que solo estén interesadas en el presente. Lo paradójico es que, en el caso de Cuba, se apele a la historia o a la desmemoria de acuerdo con las conveniencias políticas de cada ocasión.

Olvidar la historia es matar el recuerdo de las víctimas de barbaries como esta.

Obama pide olvidar medio siglo de una estrategia diseñada para provocar hambre y desesperación en los cubanos de a pie –política que aún sigue vigente- y los revolucionarios cubanos le responden que de eso nada. Ofrecen como máximo reconciliación sin olvido.

Sin embargo, algunos de los que recuerdan la historia del diferendo cubano-estadounidense creen que no vale la pena indagar sobre la represión contra la intelectualidad en el “Quinquenio Gris” o las granjas de trabajo para homosexuales y religiosos en los años 60 (UMAP).

En la acera opuesta están quienes reclaman que se investiguen y publiquen cada exceso cometido por la Revolución. Lo gracioso es que son los mismos que defienden la política de Obama de olvidar la historia de agresiones estadounidenses contra Cuba.

Una joven psicóloga dijo en el Centro Cultural Félix Varela que vivir en la verdad pasa, entre otras cosas, por llevar una vida consecuente con lo que uno piensa. Esa coherencia nos permite, además, entender el mundo que nos rodea un poco mejor.

No se debería aplicar un doble rasero a la historia para ocultar desaciertos, a la larga solo sirve

para restar credibilidad a las ideas que se defienden. Por el contrario, un análisis crítico del pasado, profundo y en contexto, es la mejor forma de enfrentar el presente.

La historia está hecha de hombres como Tony Guiteras y también como Fulgencio Batista.

Es inevitable, porque el presente tiene sus raíces en el pasado. ¿Cómo olvidar la violencia contra Cuba organizada desde el Plan Mangosta de la CIA, si el principal responsable del atentado en el que murieron 70 estudiantes cubanos sigue siendo protegido por Washington?

¿Quién puede aspirar a que se olviden las UMAP o el “Quinquenio Gris”, cuando las víctimas viven aún entre nosotros y muchos de ellos son igualmente destacadas personalidades de la religión, las artes o la intelectualidad, cuyo aporte resulta hoy imprescindible para la nación?

Incluso, los procesos de paz pueden obviar la justicia, pero nunca la verdad. Es cierto que algunas naciones de América Latina han optado por perdonar a torturadores o asesinos, pero sería inútil e inmoral pedir a las víctimas que olviden su propia historia.

Graziella Pogolotti lo sintetiza magistral y poéticamente: “Mientras palpita la vida, el proceso de construcción del país no se detiene. Efímera, la existencia humana se intercala en un largo proceso. La percepción individual y colectiva transita por los azares de la cotidianidad, recupera franjas de memoria y elabora sueños, aferrada a la permanencia de ciertos valores simbólicos”.

La historia de Cuba se inserta en la historia universal con gran protagonismo.

 

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