Cuba enfrenta un nuevo desafío en el viejo diferendo

Fernando Ravsberg

HAVANA TIMES — Obama debería agradecer la amabilidad de Cuba, ningún periodista le hizo una pregunta difícil, nadie lo interpeló por el embargo, por la Base militar de Guantánamo, por los presos sin juicio que tienen allí, por la financiación de la oposición ni por la propaganda de Radio y TV Martí.

Eso sí, apenas el mandatario estadounidense dejó el Gran Teatro de La Habana, comenzaron las entrevistas a los asistentes, que casualmente eran los mismos que habían protagonizado los enfrentamientos en Panamá, durante la Cumbre de Las Américas.

En los días posteriores aparecieron decenas de artículos, reportajes televisivos y de radio contra Obama. Un tardío intento de contrarrestar el efecto que produjo entre los cubanos su visita, una respuesta que ha provocado incluso las burlas de la población.

Después de la visita se desató en la prensa de Cuba una furia contra Obama que llegó, incluso, al irrespeto racista.

En defensa de mis colegas debo decir que evidentemente no fueron ellos los que diseñaron tan “brillante” estrategia, sino los mismos que lo hacen siempre y que por cierto estuvieron de cuerpo presente controlando a los periodistas cubanos durante la visita de Obama.

Después comenzaron a reflejarse opiniones mucho más serias de intelectuales, políticos e incluso religiosos. Desde ópticas diferentes la nación empezó a procesar las propuestas de Obama y el nuevo escenario en el que todos tendrán que actuar en el futuro.

Ambrosio Fornet reconoce que “nos hallamos ante un nuevo desafío —que nosotros mismos, muy sensatamente, contribuimos a lanzar— y ahora no podemos negarnos a enfrentarlo. ¿Estamos en condiciones de hacerlo con éxito? ¿Seremos capaces de afirmar nuestra identidad cultural con la misma firmeza con que afirmamos nuestra soberanía durante todos estos años? (1)

La mayoría cuestionó el intento de Obama de hacer borrón y cuenta nueva, el cardenal Jaime Ortega, acepta perdonar, pero se niega a olvidar: “No se pasa la página y no se deja atrás la historia, porque la historia es necesaria y la historia es maestra de la vida”, (2) sentenció.

Mientras Fidel Castro se pregunta si también hay que olvidar a “¿los que han muerto en los ataques mercenarios a barcos y puertos cubanos, un avión de línea repleto de pasajeros hecho estallar en pleno vuelo, invasiones mercenarias, múltiples actos de violencia y de fuerza?” (3).

Sin embargo, el ex-mandatario termina con una frase lapidaria: “No necesitamos que el imperio nos regale nada”. Una idea que no comparte ninguno de los cubanos con los que he hablado, muy por el contrario, muchos creen que Cuba sí necesita de los EE.UU.

En la negociación, Cuba logró la liberación de los agentes presos de por vida en los EE.UU.

Y necesitó del comercio con EE.UU. cuando el bloqueo obligó a cambiar todo su parque industrial y adoptar tecnologías más atrasadas, cuando se quedó sin transporte por falta de piezas de repuesto e incluso hoy, cuando sus finanzas son perseguidas por todo el mundo.

Cuba necesita de este acercamiento, porque este le abre las puertas de todo el mundo, tal y como quedó demostrado tras el 17 de diciembre del 2014, con el acceso a nuevos créditos, con el crecimiento de las ofertas de inversión y con el salto del turismo.

Cuba lo necesita y no es una abstracción, porque quien lo necesita es el jubilado que recibe 10 dólares estadounidenses mensuales y el maestro que no llega a fin de mes. Lo necesitan los trabajadores cuyos salarios apenas alcanzan para el 46 por ciento de las necesidades familiares (4).

El mérito de la nación cubana ha sido, justamente, ser capaz de sobreponerse a esa necesidad sin ceder al chantaje de la fuerza. Pero cuando EE.UU. acepta su fracaso, mantener el enfrentamiento difícilmente contaría con el apoyo de la mayoría de los cubanos.

Hay que reconocer que el liderazgo de Cuba ha sabido cuándo y cómo sentarse a negociar. Y lo hicieron sin ceder la soberanía, rescatando a los agentes presos, sin discutir la política interna y hablando de igual a igual con la mayor potencia del mundo. ¿Qué más se podía pedir?

¿Estará preparada Cuba para acercarse a su antiguo enemigo?

El valor de Raúl Castro y su equipo de gobierno consiste en apostar por la fortaleza de la nación para administrar los riesgos que implica este acercamiento. Confiando, como dice Fornet, en “nuestra convicción de que vale la pena seguir siendo quienes somos”.

Es verdad que Washington prepara una nueva estrategia de influencia más sutil, menos grosera, que se podría calificar hasta de encantadora. Pero para poder aplicarla con un mínimo de coherencia tiene que aflojar el lazo que aprieta el cuello de la economía cubana.

El asunto ahora es lograr que este respiro se refleje en la mesa de los cubanos y para eso es necesario que avancen los cambios internos. No los que EE.UU. puede aspirar, sino los que la nación aprobó en asambleas hace ya varios años, de los cuales solo se han aplicado una ínfima parte.

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