Una decisión equivocada

 

Por Ivett de las Mercedes

Ilustración por Carlos

HAVANA TIMES – María Teresa Álvarez Martínez (36 años) intentó suicidarse cuando tenía 23 años. En Cuba el tema del suicidio está muy ligado a la no aceptación, la discriminación, el bullying que se ha hecho muy frecuente en el mundo entero, a los deseos de independencia y a pensar diferente.

HT: ¿Por qué intestaste suicidarte?

María Teresa: Ya no tenía otra opción, me sentía sin fuerzas para resolver y apartar toda la situación que existía con mi madre. Mi forma de pensar no le gustaba y no fui capaz de defenderme. La educación que me proporcionaron mis padres, principalmente mi madre, era de una excesiva dependencia, yo diría que algo enfermiza, prevalecían sus pensamientos, sus criterios.

Para ella la familia era algo importante y aunque viviéramos una vida falsa, había que demostrar que éramos las mejores. No sé si la palabra correcta era pánico o respeto cuando le decía que no iba a regresar a casa en la noche, porque me habían invitado a una fiesta, mi salvación fueron las mentiras, historias que creaba para poder irme con mis amigas de campismo o quedarme algún que otro día con Reina en su casa cuando sus padres no estaban.

Tal vez influyó el sentido de culpabilidad de no haber sido lo que mi madre deseaba: tener una familia, incluyendo tres o cuatro hijos, ser un orgullo y un ejemplo a seguir para todo el barrio. Los amigos me aconsejaban: ¿por qué no te vas de la casa? ¿Por qué tienes que darle explicaciones de tu vida? Las mismas mentiras me fueron enfermando y hasta mi vida se convirtió en una de ellas.

HT: ¿Lo intentaste solo una vez?

MT: No, en realidad fueron varias veces. La idea no me abandonaba, incluso se lo dije a mi madre cuando me exigió que dejara a Reina, me dijo que estar con un hombre es lo más rico del mundo, que cuando yo quisiera tener alguna intimidad con ella entonces la buscara, como si el amor fuera solo sexo. En casa eran discusiones a cada momento, ella me criticaba, me hacía sentir mal, nunca sentí su apoyo, todo lo que yo hacía era malo. Dejé de motivarme por la música, la lectura, lloraba con frecuencia. Muchas veces tuve la idea de sentarme a conversar con mi madre, sentir su apoyo, por lo menos que fuera receptiva aún sin tener su aprobación, me sentía muy sola. Un día, después de una gran discusión, le dije que me iba a suicidar y no me creyó.

HT: Tuviste la suerte de quedar con vida. ¿Cómo intentaste hacerlo?

MT: Había planificado ese día ir al parque Lenin con Reina. Cuando mi madre me vio salir me gritó que si me iba no regresara, no la obedecí. Ya me sentía muy mal, agresiva con los que me rodeaban, todo era oscuridad en mis pensamientos. De regreso en la tarde vi a mi madre de lejos hablando con unas vecinas, subí rápido las escaleras. Sobre la mesa una botella de ron a medias que había consumido mi hermana -ella siempre estaba tomando-, con un sorbo me tragué cerca de 20 pastillas de diazepam, estaba loca por desaparecer. Cuando me desperté estaba en el policlínico con un levin para expulsar lo que había ingerido. Algunos vecinos permanecieron conmigo hasta que me llevaron para la casa. Fue un momento muy difícil.

HT: ¿Qué sucedió después?

MT: Los primeros días no quise ver a mi madre, ella estaba descontrolada, lo supe luego por sus manos temblorosas, su comportamiento. A la semana vino la sicóloga del área de atención y decidí ingresar, lo necesitaba, ya me había pelado al rape con la idea de verme diferente, de borrar de cierta forma lo que había hecho. Comencé a escuchar voces y sonidos que me atormentaban, al principio era momentáneo, pero con los días se fueron haciendo más evidentes. Cuando eso sucedía y estaba en casa me metía bajo la cama, o salía corriendo para ningún lugar; dejé de bañarme, de reír, lloraba de repente, la noche era torturante, no dormía. Hay una frase que me recuerda esos días: es difícil tratar de dormir cuando la mente no se calla. Reina se alejó, supuse que era un peligro para ella y sufrí mucho. Fue a verme al hospital una vez y sentí en su mirada que todo había terminado.

HT: En el hospital de día ¿Cómo fue tu estancia?

MT: Lenta, aunque los doctores eran muy preocupados, Arnoldo era mi sicólogo. En las mañanas teníamos psicoterapia individual y de grupo, ahí me di cuenta que había personas peores que yo. Jugábamos dominó, parchí, ya en la tarde iba para la casa. Con el tratamiento de la trifluoperazina y amitrictilina fui mejorando, me sentía sedada. Los doctores citaron a mis padres, ellos también asistían a las terapias de grupo aunque con poca regularidad.

HT: ¿Te recuperaste rápido?

MT: Me dieron el alta después de 6 meses. Mi madre estaba diferente conmigo, no era violenta, aunque aún teníamos poca comunicación. Las voces fueron desapareciendo, dejé de tomar las pastillas, no puedo evitar deprimirme cuando recuerdo ese pasado. Yo me quiero, disfruto todo lo que hago, he tenido logros en mi profesión, soy buen ser humano, amo lo que me rodea.

HT: Ha mejorado entonces la relación con tu madre

MT: Mis padres son lo más preciado que tengo, no les guardo rencor. No sé si aceptan mi orientación sexual, aunque no me critican, ni se toca el tema porque no es necesario. Cada día se hace más común ser discriminado por ser diferente. Aceptar a los demás es un aprendizaje que nunca termina.

HT: ¿Crees que fue fácil para tus padres?

MT: Fue difícil para ellos, sobre todo admitir que mi decisión no fue un chantaje emocional, que yo estaba realmente perturbada, en aquel momento no sabía cómo enfrentar la vida, era complacer a mi madre o complacerme yo, sobrevivir a las diferencias es todo un reto, se necesita mucha fortaleza para conquistar la vida que uno quiere. No todo el mundo tiene el valor de salir ileso de una situación límite, pero la solución, de seguro, no es el suicidio.

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