Desventuras de un balsero cubano

Ivett de las Mercedes

Jorge Mendoza

HAVANA TIMES — El viernes cuatro de marzo, un grupo de 27 jóvenes salió de Bahía Honda, municipio de la provincia de Artemisa, rumbo a los Estados Unidos. La embarcación, de aproximadamente seis metros, fue construida entre todos; llevaban agua, comida y un saco de esperanzas.

Al día siguiente se rompió el motor y vivieron dos semanas de agonía en el mar. El sueño de un futuro mejor se alejó de sus mentes. Jorge Mendoza Correa, de 29 años, vecino de Candelaria, fue uno de los tripulantes y nos cuenta sus vivencias.

Jorge Mendoza Correa: Faltaban unas veinticinco millas para llegar a Cayo Tortuga cuando el motor se rompió; se estaba calentando demasiado y no había ningún recipiente grande para echarle agua y enfriarlo. Como íbamos en marcha, sin obstáculos, decidimos utilizar el agua de los tanques que llevábamos para echársela al motor; pienso que nos confiamos y no previmos dejar un poco para saciar la sed. Quedamos a la deriva, a kilómetros de nosotros pasaron barcos de cargas, aviones y nadie nos recogía, le hacíamos señas, gritábamos. La desesperación fue creciendo, los días pasando. Las olas eran inmensas, el sol terrible.

HT: ¿Llevaban protección para el sol y el frío?

JMC: Íbamos protegidos pero uno comienza a quitarse las cosas porque molestan, empiezan las llagas en la piel. Por el día tienes que poner a secar las enguatadas para en la noche cubrirte del frío; también hay que tener cuidado de que el aire fuerte no se las lleve.

La casa de Jorge en Candelaria.

HT: ¿Estuvieron todo el tiempo sentados? ¿Cómo dormían?

JMC: Habíamos perdido un estabilizador, lo que impide que la embarcación se vire o se hunda, así que había que equilibrar el peso: unos cuantos para un lado y los demás para el otro; de pie no se podía estar porque se viraba la embarcación. Tuvimos que sacar agua todo el tiempo. Dormíamos ahí mismo, en una posición incómoda, cuando nos quedábamos dormidos venía una ola y nos mojaba. A menudo nos tirábamos al agua para refrescar del cansancio y veíamos los tiburones, nunca nos atacaron y los delfines estuvieron con frecuencia a nuestro lado.

HT: ¿Qué sucedió cuando se quedaron sin alimento?

JMC: A los seis días de estar a la deriva ya carecíamos de alimento, el agua que llevamos en los pomos la habíamos consumido. De alguien surge la idea de tomarnos el orine, otro dice que es dañino, que tiene amoniaco. Yo fui el primero en hacerlo: oriné y lo filtré con un pulóver; era terrible tomarse aquello, pero uno se va acostumbrando. También nos salvó en esos días el Pez Pega, lo comíamos crudo. Con nosotros iba una enfermera que nos sacaba sangre y nos la tomábamos, cada uno tenía su jeringuilla personal.

En la embarcación iba mi primo y cuidarlo fue uno de los motivos que me mantuvo fuerte, a él no le podía pasar nada; también iba mi cuñado.  Todos nos convertimos en una familia.

HT: Dentro de una embarcación al pairo, sin agua ni alimentos, el sol castigando, cualquier desgracia puede suceder. Los 22 tripulantes eran conocidos, juntos planearon el viaje. ¿Cómo manejaron las pérdidas?

A la deriva. Ilustración: Carlos

JMC: Fue doloroso. Estábamos muy pendientes de que nadie tomara agua salada ni se mojara los labios cuando se echara agua por encima. Si eso sucedía entonces te ibas en diarreas. Hubo momentos muy difíciles. El primero fue cuando una de las muchachas comenzó a alucinar, se puso muy agresiva, molesta, fuera de sí. Al día siguiente pidió disculpas, pero la vi tomando colonia: esto me refresca, me dijo. Al mediodía se desmayó, la cargamos, intentamos animarla y nada. Su semblante había cambiado, los latidos eran más lentos, y comenzó a engarrotarse. No le siento el pulso, le dije a los muchachos; la enfermera confirmó que había fallecido. Decidimos dejarla en la embarcación, tapada, siempre con la esperanza de que el barco madre nos rescatara y poder traer el cuerpo. Con las horas el cadáver se fue descomponiendo, había mucho sol y comenzó a echar sangre por donde quiera; tuvimos que tirarla al agua tratando de evitar alguna infección o epidemia.

El segundo muchacho era del municipio de San Cristóbal, específicamente del Martí. Él desde que salió de Bahía Honda estaba muy débil, vomitaba mucho, no quería comer. Cuando comenzó a delirar ya sabíamos que en algún momento había tomado agua salada; llamaba a su mamá y a su hija. Se puso muy pálido y comenzó a engarrotarse. No pudimos tenerlo mucho tiempo.

El tercero se quemó los pies y los tenía destrozados, nunca he visto la carne ponerse de esa manera. Se quejaba mucho del dolor, estuvo agonizando hasta fallecer. El día antes del rescate murieron seis personas, ¿sabes lo que es perder a seis personas conocidas en un mismo día? En total fueron nueve; si el Crucero no nos hubiera rescatado no habría quedado nadie con vida. Creo que nunca voy a olvidar esos días.

HT: ¿Tuviste miedo? ¿Qué pasaba por tu mente?

JMC: Pensaba que también moriría. Estuvimos varios días en un lugar donde no se veía ni pasaba nada, ni aviones ni barcos de cargas. El GPS dejó de funcionar porque las pilas se humedecieron. Otro día sentimos olor a mangle, seguro estábamos cerca de algún cayo, pero las corrientes te arrastran. No teníamos ya cómo alumbrarnos, las fosforeras también se mojaron.

Una de las llagas.

Pensaba en los que murieron, personas que uno conoce desde pequeño, y en cómo iban a reaccionar sus familiares, seguro que todos nos daban por muertos después de tantos días sin noticias. Pensaba en mi hijo, en mi madre, en mis esperanzas, en qué iba a suceder dentro de unas horas. No podía llorar, no sé por qué, los demás rezaban, sobre todo las dos mujeres. Se me pelaron las nalgas y me salieron unas llagas por estar sentado, también en las piernas; ya no tenía fuerzas para sacar agua. Había un silencio insoportable, el mar es terrible, sobre todo en la noche con la frialdad; a veces no la puedes soportar. Al principio nos abrazábamos, pero cuando pasaron los días no podíamos ni tocarnos por las llagas y quemaduras. En momentos de tormentas hubo olas de doce metros, fue mucha la tensión -por la falta del estabilizador- tratando de mantener el equilibrio. Tuvimos que quitarle algunas tablas a la embarcación para utilizarlas como remos y no nos dio resultado, las corrientes son muy fuertes.

HT: ¿Qué pasó cuándo vieron el crucero?

JMC: Vimos al crucero de lejos; ya era la madrugada del 18 de marzo.  Planificamos no gritar ni hacerle señas hasta que no estuviera cerca, pues no nos había dado resultado en los intentos anteriores. Tratamos de acercarnos lo más posible, empezamos a gritar, hacerles señas con los tanques. El crucero se aleja un poco, de pronto enciende un foco y nos alumbra, pero se demoró  bastante, quizá esperaba alguna orden. Vinieron los de Seguridad y le dijimos que había algunos enfermos, nos preguntaron si queríamos agua o si nos rescataban. Le dijimos que nos rescataran. Subimos en grupos de cuatro hasta que los dieciocho estuvimos a salvo. El crucero venía de Tampa, se llama Royal Caribe. Estoy muy agradecido de las atenciones y cuidados que tuvieron, sobre todo del rescate que es lo más importante, no podíamos sobrevivir un día más.

HT: ¿Ni tomando agua hubieran podido continuar la travesía?

JMC: Estábamos muy débiles. Nos habíamos pasado de La florida. No hubiéramos resistido un día más bajo el sol.

El rescate.

HT: ¿Qué sucedió dentro del crucero?

JMC: Nos sentaron en sillas de ruedas, una enfermera española nos tomó la presión. Tomamos agua y refrescos energizantes. No podíamos comer bruscamente, solo frutas y algo ligero. También nos dieron ropas y zapatos. Estuvimos un día completo en el crucero. La atención fue magnífica, pero empañada por la tristeza; en total habían muerto dos muchachas y siete hombres.

HT: ¿Y luego del rescate?

JMC: El crucero nos dejó en Cozumel, nos montaron en una lancha rápida de la marina y en 45 minutos llegamos a Puerto Ventura; después cuatro horas hasta Quintana Rou, acompañados por el personal de Emigración. Allá nos hicieron un recibimiento, vimos a la enfermera del centro migratorio y nos dio unos medicamentos. Nadie nos habló de las leyes.

Llegamos el sábado 19 y el martes 22 fue que nos explicaron que había que mandar los datos con una foto y una identificación al consulado cubano y esperar quince días hábiles, en ese tiempo el consulado cubano tiene que responder a Emigración si nos autoriza a seguir para Estados Unidos o si nos repatria. Si no hay respuesta, Emigración vuelve a enviar la información y después son 45 días hábiles más, en caso de que el consulado no dé respuesta en esos 60 días, te sueltan para la calle. Teníamos muchas esperanzas de que nos dejaran seguir camino. Estábamos en un lugar que parecía una prisión, aunque ellos te dicen que no estás preso, sino resguardado. A cuatro de nosotros los llevaron para el hospital, a uno tuvieron que ponerle anestesia para curar las quemaduras y las llagas de los pies; él sí pudo seguir camino y ya está en los Estados Unidos; fue el único que llegó.

HT: Después de todo ese calvario ¿qué sentiste al saber que regresabas a Cuba?

JMC: Hasta el último momento mantuve las esperanzas, yo no tengo familia en Estados Unidos que me ayudara a pagar un abogado, pero sí teníamos mucha fe en que nos dejarían continuar.

A las once de la noche del día 23 de marzo  ya habíamos escuchado rumores de que nos mandaban para Cuba, y así fue. Cinco horas de Quintana Rou a Kumal y después a Cancún; una seguridad extrema.

Jorge en el momento del rescate.

Salí en el primer vuelo a las 7 am. Cuando llegamos al aeropuerto de aquí vino la Seguridad del Estado y llenamos unas planillas, después nos hicieron análisis y nos explicaron que nos iban a trasladar a Valle Grande. Estuvimos cinco días, siempre explicándonos que no estábamos presos. Cuando nos entrevistaron dudaron de nuestro testimonio, nos culparon de las muertes. Para mí fue muy doloroso tirarlos al mar, todas eran personas que conocíamos, que queríamos, crecimos juntos… y pasar por el mal rato de entregarle a las familias solo unas prendas…

Después de cinco días en Valle Grande volvieron a investigar a dos de nosotros. El día 29 nos trasladaron en una Yutong y nos dejaron en la autopista de Candelaria.

HT: ¿Lo volverías a hacer?

JMC: Tal vez. Yo nunca he tenido problemas políticos, soy licenciado en Educación, el salario es de 500 pesos mensuales, eso no alcanza para nada.

Sicológicamente estoy muy afectado, por las noches me es imposible dormir recordando lo que sucedió, la agonía, el hambre, la desesperación. Cuando me encuentro a los familiares de algún fallecido enseguida me preguntan cómo pasó todo y aunque uno trate de ocultar algunos detalles, mis palabras me delatan.

Yo creo que merecíamos llegar por todo lo que vivimos. Cuando me vi en el avión de regreso todos mis planes se fueron a bolina, por dentro estaba muerto. Antes de irme trabajaba en una escuela como profesor de Química; ahora ya no tengo ni eso y debo mantener a mi hijo de seis años.  Si lo vuelvo a intentar estaría más preparado, pero no es una tarea fácil, es jugarse la vida.

 

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