Si no pasas trabajo no eres cubano

Caridad

Cubana de Aviación. Foto: wikipedia.org

HAVANA TIMES — El pasaje lo conseguimos por Cubana de Aviación.

Un amigo nos puso sobre aviso: si no quieres estar un par de días en el aeropuerto de Maiquetía, llega a las 5 ó 6 de la mañana aunque tu avión salga a las 3 de la tarde. ¿Por qué? Se dice que Cubana vende boletos por encima de su capacidad real, y a esto se suman los pasajeros de Misiones que también interrumpen los vuelos regulares.

Luego de una noche sin dormir, pesando los maletines, tomando té para aliviar los nervios, llegamos a Maiquetía un poco antes de las 6 de la mañana. Encontramos una pequeña cola, varios cubanos, la mayoría venezolanos.

Mis nervios estaban más calmados luego de asegurarme de que ninguno de nuestros dos maletines se acercaba a los temidos 30 kilos; todo cubano – y no cubano – conoce el trauma de pasar por la Aduana de Cuba. Pero a las 10:30 de la mañana, cuando nos anunciaron que el avión tendría un pequeño retraso y nos llevarían a un hotel, descubrimos un pequeño detalle que me impedía viajar a Cuba.

No lo descubrí yo, sino el señor encargado de revisar los pasaportes en ese pre-chequeo. No me faltaba el temido cuño de la Habilitación para entrar de nuevo a mi país – luego de ser declarada inmigrante – era más sencillo y, por tanto, más aberrante: otra prórroga.

Aunque para cualquier persona con otra nacionalidad, que no sea la cubana, tener un pasaporte significa pagar una sola vez por él, para un cubano no solo significa pagar varias veces por ese documento, sino también estar pendiente de todos esos cuñitos y sus tiempos de vencimiento.

Si, ya lo sé. Iba a viajar y debía estar pendiente de todos mis cuños. Pero ya había hecho un par de prórrogas y en mi cabeza se instauró de alguna manera la idea de que los tenía al día. También lo sé, “no estoy aquí para pensar”.

Así que mientras a mi pareja casi le daba un infarto “porque ella sabía que algo nos impediría viajar a Cuba”, yo salía corriendo para el consulado porque a mi favor tenía ese pequeño retraso en la salida del avión; y no dejaría escapar tan fácil la oportunidad de volver a Cuba luego de 4 años.

Pero salir corriendo es un modo muy novelesco de decirlo. Me lo impedía un pequeño detalle: no tenía efectivo.

De hecho tampoco es que tuviera mucho dinero en el banco. Ya casi todo lo había gastado. Pero algo quedaba, así que corrí al cajero.

Unas 30 personas en la cola del cajero me permitieron tener un tiempo para planificar cómo haría para llegar a Caracas antes de las 12 del día (hora en que cierra la atención al público el Consulado) si el viaje de Maiquetía a Caracas dura aproximadamente una hora y el Consulado está al otro extremo de Caracas.

La cola también me dio tiempo a pensar qué cara le pondría al motorizado para que me hiciera la carrera por menos de los 2.000 que habitualmente cuesta; y de dónde sacaría los 1000 bolívares para el trámite de la dichosa prórroga. Porque en mis cuentas no tenía más de 2.500 bolívares.

Saqué unos 1.400 del Banco de Venezuela, que era todo lo que me quedaba gracias a que unos días antes el Banco me había cobrado doble una compra y aún no me devolvían el dinero (algo que se está volviendo habitual en Venezuela). Del Banco del Tesoro saqué 600, pero cuando fui a sacar un poco más no me lo permitió, algo así como que había excedido la cantidad permitida en un día.

Con apenas dos mil bolívares salí corriendo del aeropuerto (ahora sí literalmente corriendo) y recorrí casi un kilómetro tratando de encontrar una moto-taxi que me llevara a Caracas.

Debajo de un puente encontré a un motorizado tomando chicha, ¿Me llevas hasta Caracas?, el tipo asintió y para mi sorpresa solo me cobró 1.500 bolívares, así que llamé a una amiga cubana para que corriera al consulado a prestarme el resto del dinero que me faltaba para el cuño de prórroga.

El viaje, loma arriba, fue más lento de lo que imaginaba. La moto no era de las más raudas de Venezuela y todos los autos de 4 y dos ruedas nos pasaban veloces por el lado mientras yo miraba angustiada el reloj del motorizado. Solo rezaba para que la ronroneante moto no muriera en medio del desolado camino, o alguno de los baches nos sacara para siempre de la carretera.

A las 12:05 pasamos por Plaza Venezuela, el gran reloj de La Previsora me anunció que solo un milagro haría que me atendieran en el Consulado. Pero no perdí la fe, ya saben que es lo último que dejamos ir.

A las 12:15 estaba ya en el Consulado. Casi caigo a besos al motorizado y todavía hoy le envío todas mis mejores energías para que nunca le falte un pasajero y encuentre baratos los cauchos para su moto.

Mi amiga ya estaba allí con el dinero y por el intercomunicador alcancé a mencionar la palabra aeropuerto y enseguida me hicieron entrar, a pesar de que ya estaban a punto de salir a almorzar y habían cerrado la caja de pagos. No pasé más de 5 minutos allí, salí prometiéndome estar más al tanto de todos mis cuños aunque no parecieran importantes y llegué al aeropuerto con tiempo de sobra para el chequeo.

En inmigración todo transcurrió sin problemas y ya casi me sentía en Cuba, eran las 6 de la tarde y se anunciaba que saldríamos a las 8 de la noche; y llegaron las 9, las 10 y las 11, las 12 y la 1….y aquel montón de cubanos y venezolanos sentados, de pie y regados por el piso esperando que el avión nos permitiera abordar. Digo el avión porque no creo que a ningún ser humano razonable se le ocurriera tener aquella cantidad de personas allí, sin ofrecerles la más mínima explicación.

Solo a las 2 de la mañana levantamos vuelo, de mal humor, soñolientas y nerviosas de que a medio vuelo decidieran regresar a Caracas, por cómo estaban las cosas.

Sobre las 5 de la mañana aterrizamos en La Habana. Mis amigos me esperaban desde la noche anterior, así que no la habían pasado mejor que nosotras. Migración otra vez normal, esta vez ni siquiera me preguntaron qué venía a hacer a Cuba, como la primera vez que viajé solo por un año. Recogí mi mochila, entregamos la boleta de declaración y cuando creía que tendría que comenzar el humillante proceso de pesa-tu-maleta-dime-qué-traes-ahí se abrieron las puertas y era libre otra vez.

Diez días después todavía estoy choqueada por haber pasado tan fácilmente por la Aduana. No sé si, como venía con mi pareja venezolana, pensaron que también lo era; si por tener tantos cubanos de Misión ya tenían suficiente personal con quien “entretenerse”. Solo sé que no sé nada, es lo que puedo decir. Porque no creo que sea común salir de allí tan fácilmente.

Después de todo, al parecer, las 12 horas de retraso en el vuelo con Cubana me trajo algunos beneficios.

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