Por dios, qué daño nos hicieron….

Caridad

Caracas, Venezuela

HAVANA TIMES — Así terminé hace poco el correo que escribí a una amiga. No es que la frase la escribiera con ese tono de drama y victimización que puede parecer a primera vista, más bien estuvo llena de ironía y de ese humor que arrastramos – a veces como una carga pesada – los cubanos.

La frase con la que terminé el correo tiene que ver con que – por estos días – tendré en mis manos un nuevo “negocio”.

Debo poner precio a mi trabajo como fotógrafa. Eso me llena de ansiedad.

Después de llegar a Caracas he empezado a hacer uno de los trabajos que se me ha dado mejor en los últimos años, el de hacer fotos.

Antes estaba contratada en algún sitio en La Habana y recibía un salario sorprendentemente similar al resto de los salarios en Cuba. Trabajara mucho o poco siempre recibía el mismo dinero que – por supuesto- cada vez alcanzaba para menos.

Soy de esa generación a la que la palabra “Negocio” o “Privado” se les mostró como el peor de los pecados humanos: Egoísmo Atroz.

Aprendimos en la escuela que el acto de trabajar es un acto de entrega al prójimo, que el dinero era un sucio producto de ese trabajo, que muy pronto quedaría como un rezago más del pasado.

Y aunque el sueño se volvió pesadilla antes de que nuestro cuerpo necesitara maquinitas de afeitar, en algún sitio de nuestro noble cerebro se quedó bien guardadita la hermosa, y culpabilizante idea.

He aquí que después de tanto tiempo y tantas enseñanzas de la vida – que se empeña en llevar la contraria a cualquier utopía – no acabo de encajar ni en un lado ni en el otro.

De pronto me veo haciendo mi trabajo casi por limosnas, porque a veces encuentro personas que quieren “una fotico de la niña” y sé que no tienen mucho para pagar.

Pero de pronto no tengo dinero para agarrar el metro o comprar un pomo de agua.

De pronto voy a poner un precio más alto por alguna sesión de fotos y me parece que es demasiado, y mi pareja se pone de mal humor porque no entiende mucho mi preocupación.

De algún sitio me viene el deseo de regalar las fotos.

Es una locura, ¿no?

Pero a la vez no puedo, todo aquí es demasiado caro – aunque a diferencia de “allá” mucho más asequible -.

Estando en Cuba tendría el mismo dilema, incluso peor. El problema no es del sitio donde me encuentre, es del sitio donde crecí, y el momento, claro.

Lo que más risa me da es que quienes nos enseñaron toda esa basura nunca se la creyeron, me imagino lo gracioso que les resultaría el asunto, como quien hace una broma pesada a un niño ingenuo sabiendo que, solo con el tiempo, el niño descubrirá la crueldad de la broma.

Por suerte no me “domesticaron” mucho más, no lograron convertirme en una autómata o una artista burócrata. Lo peor del mundo es tener que trabajar en algo que no nos induce a evolucionar, a aprender, y de eso pude escapar quizá por puro instinto.

El dinero – es verdad – me sigue pareciendo estúpido y unos cuantos etcéteras más, dar un valor al trabajo es como convertir en barro lo que en algún momento ha sido luz.

Pero aunque una parte nuestra sea Luz, del barro – esa mezcla ideal de agua y tierra – nacimos todos.

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