Polito y el Profe de Marxismo

Caridad

Hace poco estuve en un concierto de Polito Ibáñez y recordé que, muchos años atrás, a pesar de que era uno de mis trovadores preferidos, prefería no mirarle a la cara mientras cantaba.

Me provocaba cierta náusea mirar su rostro y siempre me había preguntado por qué, pero creo que no tenía muchos deseos de averiguar la respuesta.

Ya pasó mucho tiempo de eso esta vez me reí al mirarlo sin ningún problema. Enseguida “recordé” el por qué de las náuseas.

Como buena parte de los nacidos en Cuba tuve que hacer el preuniversitario en una escuela rodeada de surcos de la que solo podía salir cada 15 días, por la vieja historia esa del período especial.

Dos semanas conviviendo con alumnos y profesores dan más oportunidad de conocernos mejor entre todos. Los profesores tenían que hacer Guardia (quedarse a dormir en la escuela) más a menudo.

Una de mis amigas cercanas se enamoró del profesor de Marxismo. El año anterior ella había sido seleccionada como militante de la UJC y él, casualmente, era el Jefe del Comité de Base de la UJC.

Yo me asombré del raro gusto de mi amiga, pues el profe era famoso por su mal olor en las axilas y de vez en cuando también en la boca.

Por lo demás no tenía mayores problemas con él, lo dejaba dar sus largas peroratas sin prestarle mayor atención porque con mis años de entrenamiento me resultaba bastante fácil repetir lo que él quería que dijéramos.

Al inicio de los 3 años que pasé allí los profesores tenían más cuidado a la hora de emparentarse sexualmente con las alumnas, las llevaban con discreción a sus cátedras a la media noche.

Pero con el aumento de las guardias, la falta de comida, y la situación caótica alrededor de nuestra escuela, el caos también se introdujo en ella. Todos sabían que el director llevaba alumnas a su oficina y a una – que dormía en mi albergue y era quien, al parecer, más enamorada estaba de él – solía regalar algunos golpecitos de vez en cuando, quizá cuando el alcohol lo ponía demasiado melancólico.

Por eso el profe de marxismo, que había terminado una “relación” con otra alumna, no tenía necesidad de esconderse y podía andar de manos con mi amiga. Qué alivio para ellos. Pero creo que eso levantó la curiosidad de las otras alumnas, y entonces el profe tenía una pequeña cola de muchachitas detrás de él, esperando una oportunidad.

No sé cuántas la tuvieron, qué más da. Él intercalaba entre ellas y mi amiga que quería creer su promesa de fidelidad.

Eso de la fidelidad nunca me ha interesado ni lo he asumido en el sentido posesivo de la mayoría de las personas, no me interesa lo que haga cada cuál con su vida y menos con su cuerpo, pero lo que empezaba a llamarme la atención era el ligero relajo por un lado y la palabrería moralista y politiquera por el otro, prohibiéndonos muchas cosas e induciéndonos a otras de las que ni él ni los demás eran el mejor ejemplo.

Yo era un poco rebelde en esa época y creo que demostré a mi manera mi incomodidad con todo eso.

Quizá no lo demostré lo suficiente, porque aun después de salir de allí, continué encontrando repulsivo todo lo que me recordara esta y otras anécdotas de mi interesante escuela en el campo. El pobre Polito – que por casualidad tenía algún rasgo facial semejante al profe de marxismo – fue el que llevó la peor parte. Por suerte nunca se enteró.

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