Enfermos de agradecimiento

Caridad

HAVANA TIMES, 12 ene — En algún momento leí una historia sobre el debate entre un niño y un cocodrilo adulto.

El niño – no recuerdo si era de África o de la India – había ayudado al señor cocodrilo a salvar su vida. El cocodrilo, más tarde, tuvo hambre e insistía en comerse al niño.

Así comenzaron a hacer una encuesta entre todos los animales a ver cuál de los dos llevaba razón, pues en su defensa el niño alegaba que él había salvado de la muerte al cocodrilo.

La pregunta era: ¿Debía el cocodrilo serle agradecido por el resto de sus días?

La mayoría de las personas padecemos de esa enfermedad por casi toda la vida.

A veces somos como el niño. Hacemos alguna acción que podría considerarse buena para otra persona, y luego esperamos que, más adelante, esa persona se comporte acorde con ese supuesto bien que le hemos hecho.

Como muchas veces sucede que no hacen lo que uno desea, nos sentimos heridos, utilizados; les acusamos de mal agradecidos, malas personas.

En el fondo todos llevamos mucho de Cocodrilo y un poco de Niño. Creemos que la vida es tan sencilla como para dividirla en el Bien y el Mal, en lo Justo y lo Injusto.

Creemos que ser Agradecidos forma parte de las buenas costumbres, forma parte de lo elemental para un buen ser humano.

En la práctica, nuestro lado de cocodrilo se convierte en víctima si se enferma de “agradecimiento”.

Entonces haremos lo que nuestros padres desean que hagamos solo por complacerles, por “agradecimiento” a todo lo que han hecho por nosotros.

Si tenemos una pareja que ya no nos motiva, permanecemos a su lado solo por todo lo bueno que nos ha dado.

Si el centro de trabajo ya no nos ofrece ninguno de los beneficios que consideramos primordiales, seguimos en él, solo porque en algún momento sí nos lo ofreció.

Olvidaremos cómo arrastrarnos sobre la tierra, zambullirnos en el lodo o nadar bajo el agua; olvidaremos el sabor de la carne, la sensación de la adrenalina al acechar una presa; y hasta nos saldrán llagas en la piel porque la enfermedad del agradecimiento nos dicta que hay un montón de personas a nuestro alrededor y encima de nuestras cabezas que, en algún momento, hicieron muchas cosas para beneficiarnos.

Creo que el niño debió arreglárselas de otro modo para no ser presa del cocodrilo, ese chantaje emocional de “no me comas porque yo te salvé la vida” no puede ser la premisa que guíe la vida de nadie.

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