Veo a un consumidor y saco la pistola

Consumir en Cuba

Por Yenisel Rodríguez Pérez

HAVANA TIMES – La imposibilidad de tener un día de compras, libre de hostilidad, en Cuba es uno de los mayores logros del socialismo real. Una guerra cotidiana que ha hecho de los servicios una cultura del maltrato, que nos vemos obligados a practicar de todas las maneras posibles.

Han sido desplazados valores elementales que se dan en cualquier acto de compraventa corriente. No hablemos ya de amabilidad o cortesía, la atención más elemental a la persona que está comprando se considera un privilegio.

Un amigo colombiano me confesó que en su país se siente más sobreviviente que ciudadano. Nosotros podríamos decir algo parecido: somos sobrevivientes cotidianos de la humillación y el maltrato. Por el momento vamos ganando relevancia continental con esa creciente tendencia del maltrato al consumidor, hijo pequeño de la narcocultura y la delincuencia organizada, las cuales invernan en esta forma de violencia “menor”.  

Otra vuelta de tuerca al desbarajuste social que dejó la demagógica búsqueda de la igualdad. De un obrerismo generalizado y una burocracia estatal privilegiada, hemos llegado a este revoltillo de clases y estatus sociales. Poco se impregnó del mito altruista del hombre nuevo y mucho se conservó del egoísmo ancestral.

Quedamos igual que siempre: explotación, discriminación y venganza en la sociedad civil; pero ahora sin ton ni son, todo mezclado. Hoy las contradicciones de clases, la lucha por el estatus y la definición de los roles sociales van a la deriva, emergen por aquí y por allá como paradojas de un autoritarismo decadente:

-Pagar un servicio y recibirlo como limosna

– El tránsito público como ring de boxeo del contacto visual

– Clase media con cultura marginal

El mercader como ave de rapiña con el tiempo a su favor, favorecido por el desabastecimiento y la pobreza generalizada. Esperando, siempre esperando para hacer carroña del cliente. Usarlo para expiar el desconcierto que provoca una burocracia que sataniza su economía y su patrimonio. El consumidor como rumiante atado a la masticación de un pasto seco y poco nutritivo, que se le arroja de mala gana.

Una coreografía letal donde los que pactan en contra de la sociedad (mercado negro y Estado), presumen entre sí un antagonismo que no lo es tal. El verdadero enemigo de ambos es el derecho al consumo.

El Estado suministra los recursos, y la ética del mercado negro organiza una distribución informal que complementa la mera sobrevivencia que ofrece la logística oficial. Entonces la sociedad toda se ve inundada de valores propios del crimen organizado, la marginalidad y la cultura de la pobreza.

El Gobierno de Miguel Díaz-Canel habla de un rescate de la cultura de los servicios, cuando precisamente vamos tocando fondo en ese sentido. Se nos impone, entonces, un proceso de aculturación con total impunidad.

Entendámoslo como la disipación de la sensación de bienestar aun en los entornos más triviales y efímeros que podamos imaginar. Gastar dinero puede ser considerado una provocación en este país.  

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