Toda concesión reiterada ante el Estado o el Mercado como anunciación de un espíritu proaristocrático

Yenisel Rodríguez Pérez

HAVANA TIMES — La libertad social esta más allá de los proyectos de Estados Populistas y de Mercados Neoliberales. Es un convencimiento ideológico fundamental para aquellos que luchan por refundarse individual y socialmente desde la autogestión de su propia existencia sociopolítica, cultural, económica y religiosa.

Sin embargo, sabemos lo difícil que es conquistar este estado de cosas desde cualquier esfera de la vida. Lo que es inaceptable es que muchos antiestatistas y antineoliberales vivan como drama personal esa exigencia revolucionaria de desenmascarar la hipocresía democrática de los gobiernos todos y la falacia económica del mercado internacional.

Podría citar a esos que inoportunamente justifican ciertos roles del Poder, aun cuando ellos mismos son parte de convocatorias que buscan desacreditar dichos roles a toda costa. No me refiero a esos acertados criterios que demuestran lo infructuosos de construirnos poderes fetiches a los cuales asignarles, vaya oportunismo, hasta nuestras propias cuotas de autoritarismo y monopolio.

Me refiero a ese deseo oculto, a esa pasión invisible, a ese convencimiento perverso de encontrar iluminada nuestra virtud cívica dentro de los recintos estéticos o vivenciales de los poderes tradicionales.

Son complicidades extremadamente sutiles. Pueden anunciarse en esa actitud reiterada de crear paréntesis o de sugestionarse con una infundada ingenuidad que reconoce filantropía en algunos recovecos discursivos del Estado Populista o del Mercado neoliberal.

De codearse con galanterías innecesarias, con envestirse de títulos y estrellas o exigir claridad fonética, voz de toro y elocuencia académica, cuando vayamos a ser nombrados.

Pero nada que condenar, aunque si de lamentar. Que se tire la primera piedra y nadie saldrá ofendido, incluyendo quien escribe.

Lo realmente condenable es que nos desunamos los antiestatistas y antineoliberales en el objetivo fundamental de hacernos más libres en el día a día de nuestras vidas, por cuestiones como estas.

No se debe pedir la cabeza de aquel individuo que representa o se inspira en poderes tradicionales, mientras tanto nos sigan emocionando, de cualquier manera, los cantos de sirena estatales y de mercado.

Mientras nos quite el sueño no haber aclarado la diferencia entre dictadura y totalitarismo cuando se referían al Estado cubano. Desvelado por no señalar el derecho que sustentó a los EE.UU. en la OEA cuando exigió al gobierno cubano atenerse al Pacto Internacional de Derechos Humanos.

Reconstruyamos una cultura política que no se regodee en un optimismo provinciano con el Capital. Que renuncie a exaltarse con ese entusiasmo de izquierda latinoamericana propopulista, que mucho tiene que aprender del antiestatismo cultural que perviven en la sociedad cubana actual.

Trabajemos en colectivo para expiarnos mediaciones inmovilisadoras.

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