Sustituir insatisfacciones ó Comprar en SEDANOS

Yenisel Rodríguez Pérez

Sedanos. photo: confidentcouponing.com

HAVANA TIMES, 18 ene — Muchos cubanos que emigran hacia Miami buscan mejorar sus condiciones de vida. Allá encuentran al alcance de su mano una canasta básica que vista desde la isla parece más bien un saco providencial, salud aparte aclaremos.

En un inicio dicha situación supera por mucho las expectativas de los recién llegados. Reconocen un mejoramiento de su bienestar de vida.

Sin embargo con el paso de los meses y los años, estos inmigrantes descubren, sorprendidos, que sus expectativas ya no son las mismas que cuando llegaron de Cuba. Y la sorpresa no reside tanto en descubrir mutables sus necesidades. Lo que desconcierta es que la mutación no posibilite la ansiada ampliación de las mismas.

Todo lo contrario, emerge una enorme ampliación de sus insatisfacciones. Es como seguir atascados en la misma jerarquía barrial cubana, con algunos cambios ornamentales.

Es parte del desarraigo sociocultural en su dimensión competitiva y autolegitimadora. Es una exigencia de todo proceso migratorio.

Lo curioso es que a simple vista uno espera que ese desarraigo suceda de manera equivalente o correspondiente. Es como si al incompleto rompecabezas del bienestar en Cuba, se acoplarán piezas complementarias.

Un repertorio mínimo de piezas que terminan por definir esos rasgos inciertos con los que en Cuba erigíamos los paisajes cotidianos de nuestra sobrevivencia.

Complementar el consumir “lo que se pueda” con la abundancia gastronómica del supermarket; el consumir para prestigiarnos precarizadamente en Cuba, coronado con la noción estadounidense de vida exitosa.

Es precisamente en este aspecto, el del prestigio y la distinción social, donde sobrevienen las grandes desilusiones de los cubanos recién llegados a Miami.

Si partimos de que la satisfacción en el consumo tiene que ver tanto con las características intrínsecas de los productos, su valor de consumo biológico por ejemplo, como con aquellas características no intrínsecas, pero que nos prestigian en el barrio.

Es de suponer que ambas tienen que ir de la mano para lograr la conformidad con el modo de vida norteamericano. El prestigio y la distinción facilitan la construcción de identidades, sobre todo de identidades jerarquizadas.

Por ejemplo, tenemos el caso de los productos comercializados por la red de tiendas SEDANOS en Miami.

Desde Cuba muchas de las familias que pueden sintonizar canales norteamericanos reciben los spots publicitarios de SEDANOS como el plus ultra del prestigio consumista. Sus colores nítidos de carnes y salsas, los crujientes ingredientes, lo ajeno de esos misteriosos sabores, van formando parte de las expectativas de futuros inmigrantes.

Se puede decir que SEDANOS monopoliza muchas de las imágenes optimistas y  entusiastas que contiene un inmigrante cubano en su cabeza cuando se piensa en Miami.

Pero resulta que SEDANOS no es en Miami lo que aparenta desde Cuba. La sorpresa del inmigrante recién llegado no se hace esperar. Lo peor es que muchas veces la verdad se revela importunamente.

Así le sucedió a Yakelín, la tía de una conocida.

Recién llegada y empleada en Miami, es invitada por sus compañeros de trabajo a participar en una fiesta colectiva. Ella acepta complacida. Inmediatamente comienza la distribución de los platos a llevar. Resulta que a Yakelín le toca llevar un pernil de puerco asado.

Buena noticia para una cubana” – Pensaría ella.

Sépase que por esta tierra se le rinde culto culinario a la carne de cerdo. Nadie mejor que nosotros para ofrecer la mejor alquimia de sus carnes asadas.

“¡Claro!”  exclamo para sí Yakelin mientras realizaba el largo viaje de regreso a casa.

“SEDANOS es la solución”, así comenzaba el desastre.

Y es que lo visto desde Cuba no era suficiente, algo que Yakelin terminó por aprender en aquella, su primera fiesta con inmigrantes latinos en EE.UU.

A lo lejos la algarabía de los latinos y sus bailes. De entre las luces del fondo hace su entrada la hermosa cubana con un exorbitante pernil asado. Todos quedan en expectativa: “cerdo asado a la cubana”.

Yakelín comienza a desenvolver el oloroso pernil asado. De repente eclosiona, desde el centro del salón, un estrepitoso grito de espanto. Tan estridente como cuando se dice lo que se piensa sin ton ni son.

“Pero tú compraste el pernil en SEDANOS. “Mijita”, aquí en este McDonalds nadie compra en SEDANOS. ¡Pero que bruta eres!” -Arremete la portorriqueña del grupo contra Yakelín.

Ya eran más las doce de la noche y Yakelin no paraba de contarle a su prima, la de Cuba, el suceso de aquella noche. Se le oía reír hasta desternillarse. La vergüenza vivida en la fiesta había dado paso al choteo y al cubaneo pasadas algunas horas.

Así renacía una nueva insatisfacción para Yakelin. La insatisfacción de tener que comer lo que vende SEDANOS. Aprendió que un refrigerador lleno de comida comprada en ofertas de SEDANOS constituye un indicador de pobreza en Miami.

Sólo los pobres están detrás de las ofertas para poder comer todo el mes. Llenar sus congeladores de la carne favorita en un solo día.

Por el contrario, cuando se es rico o de clase media, uno se puede dar el lujo de comprar al día. Lo anterior explica porque un congelador con un poco de todo lo caro, es un congelador prestigioso en Miami.

En Miami los adinerados no gastan espacio ni dinero por gusto. Su carne es refrigerada con el dinero del supermarket hasta el día en que ellos deciden comerla.

¿Para qué traer a casa un pedazo de carne tres días antes de cocinarlo? Así se mueve el prestigio en el país receptor de Yakelin. En Cuba es diferente.

Ya se terminaba la tarjeta de cinco minitos con la que Yakelin pagaba su llamada a Cuba. Desde su cuarto se podía ver la cocina.

Ahí estaba el resplandeciente papel de estaño en el que otrora envolviera el asado fatal. Su brillantés era ultrajada por una etiqueta comercial que cubría el borde superior. Era el logotipo de SEDANOS.

“Vaya mala suerte”  confiesa mi amiga.

“Si no hubiera pegado el logotipo de SEDANOS en la envoltura todo hubiera salido de maravilla”.

Nada de mala suerte, pensé para mis adentros. Eso fue jugarse gato por liebre o peor aún, pasarles liebre de SEDANOS por gato de boutique a los latino-americanos de Miami.

¿Y qué paso con el pernil de cerdo?

Nadie en Cuba lo sabe, ni su prima.

Sería un crimen, comentamos antes de despedirnos mi amiga y yo, que la avergonzada prima lo dejara a la suerte de canes callejeros y mendigos norteamericanos. Sí, porque en estos días nadie como nosotros, los de acá, agradecería dicha mole de masa y grasa.

Lo recibiríamos con los brazos abiertos, aunque ese pernil de SEDA-NOS  “mono se quede”.

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