Maria Aguilar, una exótica playa cubana o lugar de exclusión

Yenisel Rodríguez Pérez

Playa cubana. Foto: Eduardo Soñora

La camioneta nos dejó en la franja de la playa destinada al parqueo de autos. Estábamos muy cerca de la cuidad de Trinidad, quizás a unos 20 kilómetros. Es una cercanía que acrecienta el disfrute veraniego en la playa, pues al horizonte la bella ciudad de la región central de Cuba nos entrega una acuarela dieciochesca de fachadas coloniales.

Es Playa Maria Aguilar, un hermoso arenal costero del litoral sur cubano. Los trinitarios la aprecian por su abundante arena y la ausencia de espesos arrecifes en sus orillas. En ella el chapuzón se hace más seguro y placentero que en otras playas de la zona; de ahí viene la gran popularidad que se ha ganado entre los bañistas, muy a pesar de ser una de las playas más distante de la ciudad.

Por eso a los pocos minutos de estar en la playa me sorprendió el reducido número de bañistas que disfrutaba del lugar. No pasaban de 15 personas. Todos los presentes habíamos arribado en vehículos estatales o particulares, los pocos en coches de tracción animal, pero por ninguna parte se veía llegar esas multitudes de jóvenes y familias condenadas al andar a pie o al hacinamiento en transporte público para lograr llegar a las distantes playas.

Este sector poblacional generalmente representa más del 50 percent de los bañistas que visitan nuestras playas públicas.

Indago sobre la cuestión con uno de mis amigos trinitarios.

“¿Oreste porque hay tan poca gente en esta playa?”

“Es que la playa queda muy lejos de la ciudad, además por aquí no pasa ninguna ruta de transporte público.”

La respuesta era fácil de imaginar. Playa María Aguilar es un intrincado paraje de la región central cubana, y sabemos por experiencia que los exóticos parajes naturales sólo están al alcance de los nativos y de los visitantes que posean las condiciones materiales necesarias para gestionar la excursión hacia dicho destino.

Sin embargo, presentía que existía otra razón por la cual la playa permanecía desolada.

Fue tiempo después y gracias a la actitud meditativa que me exigió la digestión del almuerzo que mi persistente asombro tomo sentido.

“¡Brother, y el pueblito de pescadores que quedaba cerca de esta playa! Hace algunos años que compré algunos pescados en una de sus casas para cocinarlos en este mismo lugar. Recuerdo que mucha gente venía del pueblito a bañarse y a vender?”  Mi recuerdo sorprendió al trinitario, él pensaba que el tema de la desolada Playa Maria Aguilar se había zanjado minutos antes.

Calle de Trinidad, Cuba

“Habanero a esa gente la sacaron de aquí hace cerca de dos año. El gobierno quería construir un hotel en el lugar; ah, también querían que el pueblo se alejara del mar por cuestión de seguridad ante los huracanes- respondía muy bien informado el trinitario, era una historia conocida por los lugareños.

“Se dice que a los que no querían irse se les saco a la fuerza. Hasta gente suicidada por nostalgia al lugar hay en este asunto. Los ubicaron en un suburbio de edificios feísimos”.  Agregó a los pocos segundos. Me señalaba en dirección a la ciudad de Trinidad como quien quiere divisar algo que ya no existe.

“Y dónde está el hotel”, no recordaba haber visto nada parecido cuando llegamos a la playa.

“Nada, que el proyecto fracasó. No sé si fue una estafa o la baja turística; lo que es innegable es que ya no se construirá”.

Después de aclarado todo, Playa Maria Aguilar tomo otro matiz ante mí. La deliciosa paz se transformó en silencio de cementerio y la bella vista a lo lejos de la ciudad de Trinidad me pareció un privilegio malsano, porque hace dos años los tejados del pueblito de pescadores impedían el espectáculo.

Playa María Aguilar ingresa al catálogo de parajes paradisíacos que pierden a sus pobladores nativos. Ahora el lugar ofrece un ambiente mucho más íntimo y discreto que hace dos años, pero al costo de perder esa autenticidad que logra toda naturaleza conviviente con la comunidad humana que la cuida y respeta como familia propia.

Antes de marcharme, y como por acto de magia, divise una arremetida de jóvenes y familias de espíritu y disposición aventurera. Presentí intransigencia popular. No obstante, lo visto no fue más que un espejismo ingenuo.

Eran grupos de turistas que en sofisticados vehículos climatizados interrumpían la paz paradisíaca de la bella y sencilla Playa Maria Aguilar.

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