El Marxismo-Leninismo como enfermedad terminal de la universidad cubana

Yenisel Rodríguez Pérez

HAVANA TIMES – La permanencia de la asignatura Marxismo-Leninismo en los planes de estudio de la universidad cubana, evidencia el divorcio que existe entre las reformas económicas que lleva adelante el castrismo, y el discurso político que él mismo toma como bandera.

El Marxismo-Leninismo que se imparte en nuestras universidades es una de las tantas versiones que se realizaron de una apócrifa síntesis de la teoría marxista bajo el auspicio del Partido Comunista de la Unión Soviética, a la que se sumaron las llamadas contribuciones de Vladímir Ilich Lenin al marxismo.

De esta manera se dan situaciones verdaderamente absurdas en las aulas universitarias. Pensemos, por ejemplo, en lo que sucede en la carrera de Economía. Esta debe sensibilizar a los futuros economistas con la perspectiva anticapitalista de Marxismo-Leninismo y, de manera simultánea, calificarlos como tecnócratas neoliberales.

¿Existe mayor desfachatez?

La versión que circula hoy es un manual de factura nacional que pretendió actualizar el legado ideológico del régimen soviético y acoplarlo a la realidad de Cuba de finales del siglo XX.

¡Renovar una teoría que en ese momento se hundía en Eurasia llevando al colapso todo el modelo socioeconómico del campo socialista!

Y como si esto no fuera suficiente, usar dicha actualización del Marxismo-Leninismo para enfrentar una crisis económica de la cual ese mismo modelo era responsable.

Es tan absurdo que hasta el estudiante más perezoso termina descubriendo la insolencia de sus profesores marxistas-leninistas.

Hace unos días un estudiante de preuniversitario que viajaba en el mismo ómnibus que yo, se explayó analizando, a través del código de manual Marxista-Leninista, las habilidades del chofer de aquella ruta 20:

“… vaya, este chofe está materializando con la guagua, está acabando con la dialéctica, esto sí es un par de categoría y una lucha de clases.”

La pérdida absoluta de la autonomía universitaria por más de 50 años ha hecho que todos los institutos cubanos pervivan subordinados a una pedagogía que recuerda la escolástica medieval, empequeñecida, además, por el férreo control político que lleva a cabo la Unión de Jóvenes Comunistas.

Dicha situación anula cualquier perspectiva académica novedosa e invalida tanto la libertad creativa, como el ejercicio de la crítica estudiantil.

Más allá del inevitable apego que implica convivir y relacionarse con compañeros y profesores, los estudiantes terminan rechazando en silencio este ambiente académico. Dicha actitud de rechazo hace de las universidades cubanas camposantos atestados de detalles arquitectónicos, alegóricos al conocimiento y a las artes, pero despoblados de cultura discipular y entusiasmo intelectual.

Si esta estratagema seudocientífica, que hace décadas perdió su utilidad política, continúa aun hoy en los programas de estudios cubanos es debido al monopolio que mantiene el Partido Comunista Cubano sobre nuestro sistema educativo.

Todo ha sido parte de la estrategia política del régimen: el control de los espacios públicos y de la vida cotidiana de cubanas y cubanos. De este modo, las universidades han sido sumadas al mapa de dominación comunista, y por tanto vaciadas de vivencialidad y de una genuina cultura gregaria.

De igual modo ha sucedido con innumerables instituciones populares como las fiestas tradicionales, las instituciones barriales o profesionales, la libertad de asociación y mil etcéteras: todas han sido desmembradas y obligadas a resistir y reciclar del entorno de dominación política aquellas realidades que sostengan la dignidad, el sentido y la pertenencia de su imaginario.

Por eso veo en cada sabotaje estudiantil dirigido al Marxismo-Leninismo, una acción, consciente o no, de reivindicación popular frente al autoritarismo y la demagogia gubernamental y académica.

Nunca pierdo la oportunidad de apoyar o protagonizar cualquier iniciativa contra la educación doctrinaria y manualesca. Por eso terminé sumándome al performance de aquel estudiante preuniversitario, cuando creí descubrir “negaciones de negaciones” en los frenazos de nuestro chofer.

 

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