¿Por qué no comer croquetas gratis?

Yenisel Rodriguez

Hace algún tiempo que concluyó la última Feria Internacional de la Habana, sin embargo aún hoy recuerdo lo que me sucedió el día de su clausura, que es cuando tiene acceso la mayoría del pueblo a estos lugares.  Ocurrió que la deshidratación y el hambre me obligaron a retirarme del lugar antes de las doce del día.

Al final el morboso culto que te exige el desarrollo tecnológico y la estética del marketing, la razón inicial de mi negativa a visitar ferias comerciales, nunca alcanzó a saturarme porque la falta de “jama” me obligó a salir huyendo.

Cuando más entusiasmado estaba averiguando sobre el funcionamiento de todo ese rollo tecnológico, salvajemente comienza a estremecerme un gran dolor de cabezas.  Me doy cuenta de que ya es la hora de almorzar e invito a mis acompañantes a beber algún refresquito de plomo con saborizante, sabiendo que en dichos contextos a la moneda nacional no se le permite grandes cosas.

“Sólo un refresquito para terminar de recorrer los stands.” fueron mis pensamientos mientras localizaba los establecimientos gastronómicos.  Uno siempre guarda la esperanza de que la Cruz Roja asegure un servicio mínimo para el trabajador común, sobre todo el día de la clausura, cuando la vista más gente.

Pero, ni refresco de plomo ni Cruz Roja había para nosotros los traficantes de la moneda nacional.  De nada nos había servido el haberla infiltrado en esta y otras ferias; la INTERPOL del CUC nos había sacado ventaja.  Siempre nos logra rodear con bocaditos de atún y cervezas importadas.  Nos apuntan con sus 1: 50 CUC y sus 2.35 CUC respectivamente.

Al final siempre tenemos que decidirnos entre regresar a casa en busca del almuerzo que pensábamos dejar para la comida o aferrear nos a la adrenalina que provocan los sueños consumistas, para conseguir recorrer el resto de los stands.

Yo siempre opto por regresar a casa.  Nunca podré entender como funciona un panel solar con el estómago vacío, menos aún hojear el catálogo de jamones que la empresa Bravo estaba distribuyendo el día de la clausura de la última feria Internacional de la Habana.

Después supe que ese día los americanos, ¡discúlpenme, quise decir Alimport! (empresa importadora cubana), repartió croquetas gratis a los desfallecidos visitantes.  Me dio algo de vergüenza pensarme enredado en la matazón para comer de manos de un empresario norteamericano.

Quizás era cuestión de prejuicio; pero me había evitado la ardua tarea de explicarle a mis acompañantes, lo necesario de enfrentarse a los colonialismos que nos reservan las ferias internacionales, los managements y las divisas.

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