Un cubano sin móvil inteligente

Con los pobres de la tierra

Verónica Vega

Actitud. Ilustración por Yasser Castellanos

HAVANA TIMES — Mi vecina me cuenta que su hijo, quien comenzó a estudiar en el Instituto Enrique José Varona, se quedó sorprendido cuando en la clase de inglés (la asignatura en la cual aspira a licenciarse) el profesor preguntó quién no tenía un móvil inteligente.

La razón de la pregunta era muy funcional: el maestro pone las tareas usando la aplicación Zapya, de modo que los alumnos están obligados a disponer de un celular con sistema androide.

En toda el aula solo un estudiante no lo tenía, y es fácil deducir cómo se sentiría al declararlo. Ahora, el hijo de mi vecina no tenía un móvil propio, ella casualmente le había prestado el suyo ese día. Es el único teléfono en la casa y hacía apenas unas semanas que un familiar lo había traído de Estados Unidos.

Alamar

Al oír la historia pensé que habría sido más digno exponer la situación real y ponerse de parte del único alumno que no tenía siquiera un móvil prestado. Pero sé por experiencia que la solidaridad es un fenómeno cada vez más obsoleto, mucho más en los ambientes juveniles, donde rige una ley tácita: aparentar un nivel de vida al menos de clase media, no importan las carencias, angustias y atropellos ocultos tras la cortina.

O tal vez hay un modo más tajante de decirlo: los que dicen la verdad no encajan dentro de las universidades de Cuba.

Imaginé a ese alumno sin móvil contando en su casa la vergüenza que había pasado, reprochándole a sus padres, no ya el no estar a la altura material de los otros, sino carecer de una herramienta imprescindible para sus estudios.

Imaginé a los padres atribulados, pensando qué hacer para suplir la nueva necesidad del hijo al que por nada del mundo quisieran desestimular en su propósito de ser un profesional.

La situación hace surgir la pregunta de cómo reaccionaría la dirección del Instituto Superior Pedagógico Enrique José Varona, si esos padres se quejaran de que se les está exigiendo a los estudiantes de su centro, un material docente que la Revolución no puede garantizarles. Y que ni siquiera los padres pueden costear con sus salarios.

Pero qué joven quiere apelar a tal discurso que equivaldría a ridiculizarlo. Los nuevos tiempos imponen nuevas velocidades y hay que montarse en el tren, cueste lo que cueste.

No hay duda de que los pobres de esta tierra cada día están más solos. Al pasar cerca de “La Guayabera”, un complejo cultural instalado en lo que fue una textilera en Alamar, me descubrí recordando lo que me decían en la escuela secundaria que está justo a solo unos metros de allí. Aquellas clases de Fundamento de los Conocimientos Políticos que enfatizaban tanto en la superioridad del socialismo como sistema social.

En el lobby de la propia instalación cultural hay un panel con fotos del origen del proyecto de “La ciudad del futuro”, construida por hombres humildes para un mundo donde habría una sola clase social: la trabajadora.

Aunque yo era entonces una niña asumo que “trabajo” entonces no significaba “lucha”, ni “ganancia” “desvío de recursos” sino peculio ganado honestamente, y sin zozobras. Al menos eso fue también lo que aprendí en la escuela.

En literatura se dice que la realidad siempre supera a la ficción. Parece que en filosofía también. El socialismo, quién sabe si a causa de errores de dogma o de horrores de praxis, no funcionó, pero como nunca se admitió públicamente, no puede decirse, y lo que resultó del experimento se establece rápida y expansivamente, no importa el nombre que tenga.

Frente a “La Guayabera” se alinea gente de diversas generaciones a usar la cara conexión por WIFI, con Smartphone, Tablet o laptops. Tampoco importa que los equipos o las tarjetas que permiten el acceso a internet sea imposible pagarlas con un salario estatal. Para qué hablar de verdades de Perogrullo. A estas alturas, las incoherencias del sistema no se comentan, se compensan, y todo el mundo sabe cómo.

Si alguien me preguntara cuáles son, en mi criterio, los aportes de la Revolución a la sociedad cubana, sin vacilar diría que dos: el exilio y la mentira. No porque no reconozca los méritos tan promulgados como la gratuidad de la salud y la educación, sino porque éstos se han deteriorado visiblemente, y en cambio los otros dos solo crecen.

El ambiente dentro de La Guayabera, y alrededor de esas mismas fotos donde se ve Fidel con las entusiastas tropas de cascos blancos, es frívolo y competitivo. La gente no va a consumir cultura sino comida, bebida, confituras, y a denotar que no son de la clase obrera (aunque lo sean).

En todas las épocas el futuro es de los que tienen. Lo triste es cuánto cuesta ese “tener” a los cubanos. Y que además de la ya asfixiante meta de la supervivencia nos dejemos poner términos aún más altos, en una carrera para la que somos discapacitados.

Con los pobres de la tierra
quiero yo mi suerte echar
el arroyo de la Sierra
me complace más que el mar.
-José Martí, “Versos Sencillos”

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