Sólo venimos a dormir

Verónica Vega

Ananda Stephan (i) y su padre Joseph Röösli. El instrumento de percussión suizo es el “hang”.

HAVANA TIMES — Nuestra relación con la muerte es tan tabú que cualquier noticia de este tipo nos sorprende.

Y si la persona que se fue era joven y hasta donde sabíamos, sana, el estupor se combina con una sensación de estafa.

No es solo la confirmación de nuestra fragilidad lo que nos golpea en plena cara, sino de lo desorientados que estamos: bogando en un mar de niebla sin ver más allá del paso que ahora mismo estamos dando.

Todo esto pensé al saber que había muerto Ananda Stephan, un joven suizo que conocí en la céntrica calle Obispo, tocando un instrumento musical que entonces desconocía: el hang.

Yusimí Rodríguez, amiga y colega que ya lo había entrevistado para HT, nos llevó al apartamento que entonces él alquilaba, en la Habana Vieja. Poco tiempo después asistí a un concierto de Ananda y su padre, músico y talentoso intérprete del órgano, evento que reporté para HT.

No lo vi después de aquella noche, pero supe que se había casado con una cubana, y hacía unas tertulias en la azotea de la casa donde vivía, en el Vedado, a las que pensé asistir alguna vez, pero nunca fui.

Luego me enteré de que había comprado una finca en Guanabacoa, y ahora, que murió inesperadamente el día 24 de septiembre, al parecer, de leptospirosis.

Mi primer pensamiento fue para sus padres, que debieron experimentar más de una contrariedad con las elecciones de su hijo, trotamundos y ávido inquisidor de la cultura oriental. Recordé el respeto con que Ananda veía el trabajo de su padre, Joseph Röösli, y cómo este intérprete de los grandes clásicos se había abierto a la propuesta experimental de su hijo.

Pensé en el disco que hicieron juntos, donde Joseph Röösli improvisaba sobre las melodías de Ananda: el órgano se contenía para no arrasar con su potencia los tenues sonidos del hang. Contención donde se sentía la infinita ternura de un padre.

Que la vida errante de un primermundista se hubiera detenido justo aquí, en esta isla insignificante del Caribe, llena de contradicciones, me resultaba curioso, pero ahora pienso en lo fatídica que esta circunstancialidad se tornó para a sus padres; para el mismo Ananda, si tuvo conciencia de que estaba a punto de partir.

Oí el rumor de que le dedicarán el próximo festival Love in. La noticia me alegró aunque confieso que me pregunté si la reacción sería la misma de haber muerto un músico errante cubano.

También estoy segura de que ningún homenaje será para sus familiares suficiente alivio. Pero como sé que Ananda en su peregrinaje buscaba no solo una integración a la vida sino respuestas a sus angustias existenciales, tengo fe en que haya encontrado algo que pueda guiarlo en el viaje inesperado que le tocó emprender hace unos días. Ese viaje invisible que nos asecha mientras “soñamos que vivimos”, como nos advierte Netzahualcóyotl:

“Solo venimos a dormir
Solo venimos a soñar
No es verdad que se vive en la tierra,
sólo un poco aquí.

Como una flor en primavera,
así es nuestro ser.
Abre corolas nuestro corazón,
algunas flores echa nuestro cuerpo,
y se marchita.

Porque aunque fuera de oro,
se quiebra,
y aunque fuera de jade,
se rompe.

Como un plumaje de quetzal que se desgarra
nos iremos acabando,
como una pintura
nos iremos secando. (…)

Nos vamos entre flores,
tenemos que dejar esta tierra.
Estamos prestados unos a otros,
iremos a la Tierra del Sol”.

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