¿Poder para los injustos?

Verónica Vega

Carteles puestos por los protectores.

HAVANA TIMES – Es sabido que algunos asesinos en serie debutan experimentando sus crueldades en animales, muchas veces domésticos.

Asombrosamente, la peligrosidad de ese perfil psicológico no ha sido suficiente argumento para que en nuestro país se penalice el zoosadismo.

La prueba determinante ha sido el silencio ante la recogida de firmas como protesta al cachorro quemado vivo, en Manzanillo, en mayo de 2017, y ahora la liberación del violador y torturador de perros, Rubén Marrero Pernas, quien posteaba videos y fotos para la red oculta de zoófilos Beast Forum. 

Un grupo de protector@s de animales nos reunimos el sábado 19 de enero, en el reparto Monterrey, de San Miguel del Padrón, en el mismo parque y zona WIFI donde el oscuro personaje suele sentarse a acceder a Internet, impunemente. A falta de informes oficiales, se ignora si está pendiente de juicio y, sobre todo, si sigue perpetrando sus crímenes.

La convocatoria partió del proyecto ATAC (Apoyando y Transitando a Animales Callejeros), compuesto principalmente por jóvenes que desparasitaron perros de la calle o traídos por sus dueños. El propósito era hacer notar que existimos personas indignadas con estos sucesos.

Las criaturas de que él abusa siguen en idéntico estado de indefensión. No hay ley alguna a su favor, y en la sociedad cubana la violación o el maltrato animal no es realmente un asunto escandaloso.

En las comunidades rurales es “normal” que los hombres violen chivas, puercas, gallinas. Es una especie de secreto a voces, una travesura escabrosa y consensuada. Los animales dependen del ser humano para defender sus derechos. Por eso, Jeannette Ryder, la filántropa extranjera que defendió a los desamparados de esta Isla, solía decir: “Nosotros hablamos por los que no tienen voz”.

La expandida práctica de la religión yoruba, so pretexto de atraer “salud y prosperidad” (¡!) ha legitimado ritos en los que se sacrifican palomas, aves de corral, chivos, carneros… sin la menor preocupación sobre sus índices de sufrimiento. Sus cuerpos mutilados se exhiben en calles, parques, playas, a la vista de los niños, como estandartes de salvajismo.

Por ello no es de asombrar la reacción mayormente pasiva, indiferente, o cómplice de los propios vecinos de Rubén Marrero. Uno de ellos comentó: “A él le hicieron tremendo operativo. Yo creí que era por otra cosa”.

Es decir, violar y torturar perros no es un asunto serio. Total, según dijo otra persona, “él hace eso” (sadismo con animales), “desde que era niño”. Alguien alegó que la madre del criminal está enferma y, avergonzada de los actos del hijo, evita salir a la calle.

El barrio de Monterrey, con sus casas rodeadas de jardines, con perros en casi cada verja, prefiere ignorar al asesino. Alguien dijo que lo había visto pasar hacía un rato, “rumbo al monte, con una perra amarilla”.

“Pobre animal”, comentamos todos los del grupo.

El monte es un espacio de vegetación atravesada por un sucio río donde vimos el cadáver hinchado de un perro con las patas atadas. ¿A manos de quién? Frente a ese paisaje contaminado por la acumulación de desechos y la sórdida indiferencia humana, uno sentía que el responsable podía ser cualquiera.

Sin embargo, la campaña de desparasitación sí que despertó sospechas. Se presentaron primero un policía y, luego, un representante del Gobierno. Ambos dejaron claro que esas acciones no podían repetirse sin permiso oficial. Los carteles contra el maltrato animal, colocados en árboles o espaldares de bancos, fueron retirados misteriosamente.

Según alegó el policía, alguien había llamado para denunciar la presencia del grupo de protector@s. Resulta contrastante con cuánta velocidad se supo de la actividad caritativa y se censuró, sin embargo, ¿cuántas criaturas tuvieron que padecer y morir a manos de Rubén Marrero, antes de que el caso saliera a la luz? (una luz relativa, puesto que la noticia no ha aparecido en los medios oficiales).

Sentados en un banco y observándolo todo, dos hombres que nadie conocía y tampoco usaban la conexión WIFI, nos recordaban que protestar, aunque sea contra la impunidad de un asesino, puede volverse en nuestra contra.

No importa si quienes demandan son correctos ciudadanos. No importa si el reclamo intenta preservar la seguridad de la mayoría.

Una vez más, la realidad nos demostró que el poder no está a favor de la justicia en Cuba, sino  de quienes defienden ese poder, o no lo cuestionan. Toda protesta puede ser politizada y distorsionada.

La comunidad de protector@s se compone de grupos que han surgido como reacción a la natividad descontrolada de perros y gatos, a su ostensible agonía; a la vergüenza que implica para toda sociedad que se autonombra civilizada; a la pésima imagen que damos a los turistas.

Trabajamos por amor y sin apenas recursos. Es preciso consolidarnos, no dejarnos intimidar, confundir ni dividir.

Urge defender no solo los derechos de los animales, sino el de los cuban@s a mejorar nuestro propio entorno, a que se valide la compasión como ejemplo para las próximas generaciones, a que la violación, tortura y mutilación de un ser vivo sea penalizada.

Ningún progreso moral podremos conseguir como nación si obviamos algo tan básico como eso.

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