Lección de cómo tender un puente

Verónica Vega

HAVANA TIMES — Después de la visita del presidente Barack Obama, los comentarios corren como pólvora, encendiendo chispas de esperanza.

Que un mandatario extranjero se arrogue el derecho de mencionar (por primera vez en más de medio siglo) las necesidades reales de los cubanos, es mucho más que uno de tantos detalles “surrealistas” de nuestra historia. Es el triunfo implacable del tiempo y de la lógica.

Hay un antiguo aforismo que reza: “La mentira puede correr un año. La verdad la alcanza en un día”. Lo mismo vale para casi seis décadas de sugestión masiva.

La simplicidad de la verdad se abrió paso con la visita de Obama, y especialmente en su discurso desde el Gran Teatro de La Habana, escenario impuesto para disimular la simpatía que despertaba el dirigente político en la población de la Isla, simpatía que estalló en los gritos y rechiflas escuchados durante su visita a la catedral de La Habana, en un coro espontáneo de una multitud invisible, contenida y refrenada.

Una población acostumbrada a convocatorias políticas que no cambian la calidad de su vida y si acaso le garantizan su cuota de anodina supervivencia sin derecho a opinar sobre su entorno ni sobre su futuro, por primera vez observó con interés el desenvolvimiento de un evento diplomático.

Obama, en un discurso inmediatamente calificado en los medios nacionales de “superficial y mediático”, nos dio una lección de cómo se tiende un puente desde un pasado de conflictos. A pesar del rencor y las diferencias. Disolviendo, no de un golpe, sino con una sonrisa, ese muro fantasma del “eterno enemigo antimperialista”. Basándose en la vialidad de la razón, de la cercanía geográfica, y de la historia que une a ambos países.

EXILIO. Ilustración por Yasser Castellanos

Qué vergüenza que un presidente extranjero sea el primero en hablar del dolor de la familia cubana, dolor que el gobierno propio se encargó de incentivar en forma de rencor, división psicológica por medio de confrontaciones que no respetaban (ni respetan) nexos familiares, afectos ni necesidades humanas.

Qué vergüenza que un presidente extranjero sea el primero en dialogar (no con la oposición, algo impensable en un sistema cuya supuesta seguridad radica en desacreditar a todo el que disiente), sino con los empresarios privados, el primero que aparece en un programa humorístico y demuestra ser, no un semi dios inaccesible sin más familia que el pueblo (¿?), sino un hombre de carne y hueso con esposa e hijas (visibles), que puede incorporar una frase del argot cubano y saludarnos con un cordial: “¿Qué bolá?”

Pero, sobre todo, un político que menciona problemas concretos y propone soluciones inmediatas, que no habla de fingir que somos iguales, sino de convivir con nuestras diferencias. Un hombre que articula sin gestos exacerbados ni histrionismos, sin leer su discurso, sin apelar al eterno pasado, al eterno futuro, a eternos ideales que no visten ni calzan, y peor, que nos han arrebatado hasta la dignidad de actuar y vivir como pensamos.

Por supuesto que una visita y un discurso no son suficientes para tender los muchos puentes que se necesitan en Cuba después de tanta destrucción moral y física, pero la sugestión se rompió por unas horas demostrando que la verdad está aquí mismo y es el único atajo, no hacia un futuro idílico, sino a un presente palpable.

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