Las faltas de la Revolución

Verónica Vega

Foto: Mabel Nakkache

HAVANA TIMES — Me sorprendió enterarme de que un medio oficial como el periódico Trabajadores denunció un acto de discriminación racial que está siendo investigado por la Fiscalía General de la República. La acusadora es Danay Aguirre Calderín, estudiante de Derecho de la Universidad de La Habana.

De acuerdo con su testimonio, ella tomó un taxi en Marianao y a mitad del recorrido decidió bajarse unas paradas antes. El chofer vociferó que “cada vez que se montaba un negro en su carro era lo mismo y por eso no los soportaba”. Le ordenó abandonar el auto sin llegar al destino solicitado y le dijo que “en su carro no quería negros”.

Que alguien se haya expresado en esos términos no es para nada una sorpresa. Frases como esas las escucho desde hace décadas sin connotaciones legales.

Por los 80 viví una experiencia parecida. Viajaba en un taxi desde la Habana Vieja, y el chofer se detuvo ante un joven negro que lo solicitaba. Le dijo que lo recogería cuando me dejara a mí, a lo que el hombre pareció acceder. Al arrancar el auto, espetó con rabia: “Que se quede ahí esperando, yo no monto negros en mi carro…” Me quedé estupefacta, y el hombre siguió contando cómo unos pasajeros de raza negra lo habían emboscado hacia un lugar oscuro donde los esperaban otros cómplices y lo golpearon con palos y tubos. Le fracturaron varias costillas y quedó vivo de milagro. Todo para robarle el dinero que llevaba.

Hace tiempo supe de un taxista que en la loma de Alamar lo emboscaron también y asesinaron, torturándolo previamente con particular ensañamiento. No sé quiénes ni de qué raza eran los criminales, porque esas noticias, como se sabe, no se divulgan oficialmente.

Con tales precedentes el rencor y los prejuicios pueden tener cierto sustento. Pero las generalizaciones son aberraciones que no ayudan, sino a fundar mitos donde la verdad no tiene espacio.

La pregunta que me viene a la mente es por qué, si desde que era niña se me inculcó en la escuela que la Revolución había erradicado la discriminación racial, he presenciado tantas manifestaciones de racismo también desde que tengo conciencia.

¿Por qué nunca antes oí que una persona estuviera detenida por expresiones racistas? ¿Por qué todo suele quedarse en la discusión, tal vez hasta la agresión física, la protesta personal, el murmullo?

¿Por qué nunca nos enseñaron en la escuela que, puesto que la Revolución había erradicado el racismo, toda persona que fuera víctima de ese flagelo en cualquier escala, podía recurrir a la ley?

¿Por qué la joven acudió a la sección Buzón Abierto para formular su queja? Es oportuna la publicación y el debate, pero ¿existe el racismo como figura legal?

Una vecina me contó que su hijo, joven de la raza negra, habiendo dejado su bicicleta en los bajos de un edificio, subió a uno de los pisos altos y presenció cómo un muchacho rubio se montaba en el vehículo y desaparecía antes de que él pudiera descender las escaleras para intentar darle alcance. A consecuencia de su denuncia, fue citado varias veces a la estación de policía donde le mostraban fotos de presuntos sospechosos del robo: siempre eran individuos de la raza negra. En vano enfatizó que el ladrón era “rubio natural”, de los pocos que se ven en esta Isla. Terminó desistiendo de ir a la unidad y de esperar justicia.

Es bien sabido que personas negras, mulatas o con dreadloks, son mucho más requeridas por los agentes del orden, como si existiesen en su contra instrucciones muy precisas.

Me acuerdo de un chiste racista que oí siendo niña: “Agostinho Neto, el de los huevos prietos…”  La frase era una especie de venganza contra la propaganda oficialista sobre los presidentes socialistas que nos visitaban, y cuyas augustas presencias no cambiaban el endeble panorama económico del país. Era una expresión de la falta de fe en el sistema y una válvula de escape para drenar la presión del adoctrinamiento político.

Pero en la propia escuela nos obligaban a cantar: “Aé, aé, aé la chambelona, Nixon no tiene madre porque lo parió una mona…”

Se nos inculcaba un lenguaje despectivo hacia las figuras políticas que representaban a países supuestamente enemigos. Se fomentaba como un derecho legítimo la mofa, el irrespeto, la falta de ética.

Nos enseñaron como justo acosar a cualquiera que el discurso oficial eligiera blanco de su ataque, podía ser el rockero, el homosexual, el intelectual, el artista… Todo el que denunciara una carencia de la Revolución, porque en la enfermiza visión impuesta, todo mal (o bien) erradicado por ella, se extinguía para siempre, como por efecto de una radiación nuclear.

La Revolución que sin pedir heredamos y parecía contener la doble acepción de país objetivo y Patria subjetiva, que parecía abarcar el ser colectivo y el individuo, que constituía nuestro credo y la raíz de nuestros principios, no nos enseñó nada sobre derechos básicos inalienables. Derechos que no dependen de una ideología, que no están sujetos a las oscilaciones de la política.

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