Las buenas noticias

Verónica Vega

Fuente de la 5ta Avenida, Miramar, Playa. Foto: Irina Pino

HAVANA TIMES — Los que hacemos periodismo independiente en Cuba, donde los medios oficiales describen una realidad inexistente o verificable solo para una privilegiada élite, solemos notar solo lo que decepciona.

Esto nos vuelve mordaces, escépticos, inconquistables. Pero desde hace un tiempo, al caminar por La Habana percibo un gradual renacimiento.

Se lo comento a mis amigos y hacen muecas desdeñosas. Como si fuera autosugestión o ese optimismo kitsch matizado de preciosas fotos y música melosa que circula en el ciberespacio y es clasificada como spam (correo basura).

Les hablo de las restauraciones que revelan la belleza arquitectónica de la ciudad, de esas luces empotradas en los muros destinadas a realzar bajorrelieves y estatuas, a competir con la ensoñación. De las fuentes que reviven de pronto, fuentes que permanecieron por décadas secas y cubiertas de mugre, y ahora lanzan rientes surtidores.

Les digo que cuando monto en taxis particulares, veo que cada pasajero al subir al vehículo dice: “Buenos días, buenas tardes…” como un despertar espontáneo de valores perdidos (o más bien olvidados).  Que veo surgir negocios cuentapropistas desplegando ingeniosas iniciativas para atraer la atención, todo esto colorea el ambiente dotándolo de impulso, corriente: vida.

Les cuento del trasiego de turistas y, muy especialmente, de una efervescencia indefinible, como esos sonidos que viajan en la distancia y solo perciben las bestias y los clarividentes: convulsión, movimiento, cambio.

¿Y qué?, me dicen. ¿Si los salarios siguen idénticos, y los precios solo suben? ¿Y qué, si ves gente pidiendo limosna, viejos vendiendo jabas de nailon, más alcohólicos que nunca y hasta homeless? ¡Y hay que ver cómo están los hospitales…! Y  hay que zumbarse las consignas y la televisión con sus loas al “gran líder”!

Será que cada cual solo ve lo que quiere, pienso. De tanto vivir de espaldas a la velocidad de esta época, entre promesas que se disolvían (o aún disuelven) en el tiempo y las réplicas contenidas, entre la perentoriedad de las despedidas y de las improvisaciones, hemos terminado sucumbiendo a la sugestión de que la lógica jamás nos dará alcance.

Pero se sabe que la transformación es la primera cualidad del mundo físico. Cuando nos creíamos (o nos convencieron) de que permanecíamos firmes, estáticos, las casas se corroían hasta caer ante nuestros ojos, la gente repetía (o repite) lo increíble solo por instinto, y la verdad prohibida se desbordaba en el silencio, en la apatía, en las cifras del exilio.

Sabíamos que el “surrealismo”, en la práctica, es insostenible. Cuba también está condenada al orden (que no es ni será nunca justicia equitativa), pero un orden donde la ganancia se obtenga por el trabajo producido y no por lo que se le “raspe” a un Estado que consiente el robo que carcome sus propias raíces.

He visto esta ciudad (mi ciudad), en los edulcorados 80, vi la crisis de los 90 cuyo término no se ha podido fijar en una fecha y se fue disolviendo con el nuevo milenio. Y nunca fui testigo de una recuperación tan notoria.

Y aunque veo también la frivolidad de las generaciones jóvenes, las coacciones tácitas, su cooperación con la destrucción moral, los estragos físicos, (calles rotas, animales sufrientes, expandidos vertederos), veo que al mismo tiempo se emprenden reconstrucciones, (mercados, comercios, Casa de Cultura), se abren nuevos espacios. Y se articulan tejidos vibrantes, indetenibles, que van regenerando la fibra social. La mayoría de los motivos son egoístas, los mismos que mueven el resto del mundo: economía, confort, poder… pero este reordenamiento va pariendo sistemas de convivencia más civilizada.

Y el control sigue ahí, pero obligado a mutar, a ceder, por su propia supervivencia.

Si en algo creo es en las leyes del universo, de las que esta Isla es parte, por más que nuestro ingenuo chovinismo nos haga creernos excepción. Nada está realmente estático ni siquiera los muertos. La descomposición es un trance donde los elementos bullen, no importa que el proceso se acelere con el fuego o se esconda bajo lápidas de mármol.

Y ahora que el movimiento es visible, solo hay que saber dónde insertarse. Al fin y al cabo, no la sociedad cubana sino la especie humana se divide en dos únicos bandos, como definió Martí: los que construyen y los que destruyen. Por más que empujen las circunstancias, la elección la hace cada cual.

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