La secundaria en Cuba: Ver para creer

Verónica Vega

Estudiantes de secundaria. Foto: radiorebelde.cu

HAVANA TIMES — Los acres comentarios que desató el post de mi colega Yenisel Rodríguez, “La doble sesión como régimen carcelario en la educación secundaria”, sinceramente, me sorprendieron.

Ante nada, percibo en ellos la ausencia de experiencia de primera mano en el asunto. Pero también la mojigatería a usar palabras duras como reacción a un largo entrenamiento en términos épicos y eufemismos.

Cuando mi hijo estaba en la secundaria, ese era justo el comentario entre las madres que se aglutinaban al mediodía en la parte trasera de escuela, todas enarbolando cacharros donde les llevábamos el almuerzo.

Las puertas cuyos cristales rotos reemplazaban dispares tablas dispuestas chapuceramente, los empujones para mirar por el espacio que nos dejaban buscando a nuestros hijos entre la masa de adolescentes que descendía por la escalera, y la ansiedad de ambas partes, completaba una escena deprimente.

El ala abierta de la puerta era obstruida por una mesa y uno o dos profesores cuya función era velar que los muchachos no fueran a huir, y que la entrega fuese lo más veloz posible. Sí, al menos a primera vista aquello hacía pensar en algún centro de reclusión.

Las rejas instaladas desde hace varios años en todos los puntos de salida de las escuelas secundarias también denotan que se necesitan cuidados especiales para evitar la evasión de los alumnos, algo que no ocurría cuando yo cursaba la enseñanza secundaria.

Como tampoco fui testigo en mis tiempos de estudiante de persianas arrancadas o puertas violentamente rotas, algo usual en estas escuelas cuyas reparaciones cíclicas apenas duran.

Pero esto es sólo la cáscara del problema. La agresividad de las jóvenes generaciones deja su rastro no sólo en los cuerpos de las instalaciones educativas.

El éxodo de personal docente experimentado, la improvisación de maestros que denotan absoluta incompetencia, el uso de profesores virtuales que desde un televisor no pueden establecer diferencias ni evaluar el nivel de atención o comprensión, las aulas hacinadas donde los muchachos llegan a sentir claustrofobia, las pésimas condiciones de mesas y sillas que provocan en muchos malformaciones en la columna, y hasta el estado de los baños y sus emanaciones irrespirables, son parte de la degeneración de la educación en Cuba.

El drama que no captan las estadísticas

He conocido niños que, al pasar de la primaria a la secundaria, el cambio (de ambiente y de sistema) les resulta insoportable. Niños que se deprimen, rechazan la escuela, somatizan la ansiedad y desarrollan trastornos de salud y hasta de personalidad.

La sobrina de una amiga, estudiante brillante en la primaria, que adoraba a su maestra, al pasar a séptimo grado reaccionó con una profunda crisis depresiva que requirió la intervención de psicólogos. Incluso se creyó que perdería el curso o algo peor: que no se adaptaría nunca.

Los que arremeten contra el texto de mi colega juzgan seguramente por sus recuerdos de lo que fue la enseñanza en Cuba. Si yo hablara sólo por mi experiencia de estudiante, aparte de objetar contra el adoctrinamiento, no tendría mayores quejas.

A los déficits mencionados se añade el flojo programa de estudios actual, donde la gramática es ambigua y la literatura está ausente, física, química y biología amalgamadas en un bodrio llamado ciencias naturales del que no sacan idea clara de ninguna de las tres, un cuaderno martiano que no abren en todo el curso y una “educación cívica” que sólo despierta confusión y apatía.

La doble sesión fue sólo una medida para aliviar un problema en las calles que desencadena otros, ¿menos visibles? Recuerdo que muchos de los comentarios de los que fui testigo entre esas madres en el horario de almuerzo, versaban sobre lo que ya habían “desaprendido” sus hijos. Desde la ortografía hasta los buenos modales, pasando por la merma de conocimiento en asignaturas básicas.

En las escuelas secundarias, durante el horario de clases, es muy difícil acceder a las aulas, pero yo tuve la oportunidad de subir a la de mi hijo por razones diversas. Recuerdo que el escándalo de los alumnos era tal, que la maestra y yo teníamos que dialogar a gritos.

Ese es el ambiente en el que se mantienen durante ocho horas. En los lapsos de receso el nivel de ruido es peor, y los pasillos apenas pueden contener a una marea de adolescentes ávidos de descargar su exceso de energía. En las frecuentes festividades, se ponía un potente equipo de audio que atronaba todos los pisos de reguetón, por varias horas. Incluso se le pedía a los alumnos (por la izquierda) dinero para pagar al dueño del equipo.

Cuando mi hijo estaba en séptimo grado la profesora puso, como entretenimiento, una película de horror que le causó pesadillas por días. Claro que hablé con la jovencísima maestra, pero insinuarle que aquello era antipedagógico estaba más allá de su pobre comprensión.

Estando ya él en noveno grado su profesor de ciencias, que se encontraba en estado de embriaguez (y dentro de la escuela) golpeó a unos alumnos y fue por esto sancionado.  En los meses que siguieron, el aula, sin ningún docente al frente, era un hervidero de indisciplina. Varios estudiantes se entretenían lanzando con fuerza una pelota de baloncesto a todo inocente que se mantuviera en su asiento, ignorando el peligro. Claro que esto provocaba constantes trifulcas.

“¿En qué lugar van a estar mejor los chicos que en las escuelas?”, pregunta una lectora.  En centros donde reciban al menos, la  educación que recibimos sus padres. En escuelas que no sólo sirvan para “contener” lo que más temprano que tarde se desatará en las calles.

Y para los que no creen en dramas intangibles, los que sólo aceptan estadísticas, ya hay casos que vienen directamente de estas secundarias: el del joven profesor que mató accidentalmente a un alumno cuando le lanzaba una silla a otro, el de la alumna que se cayó de un piso alto durante un trabajo voluntario, el de los adolescentes que fueron encerrados en un closet, amordazados y con la boca llena de papel, por “profesoras generales integrales”, en una secundaria de la Habana Vieja…

Y sin duda muchos más que fluyen subrepticiamente y en unos años ayudarán engrosar esos índices (que jamás nos informan), de profesionales incapaces, de delincuencia, de accidentes, de alcoholismo y drogas, de abuso sexual, de abortos, y, claro está, de exilio.

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