La “maldición” de un número

Verónica Vega

HAVANA TIMES – Los que saben de numerología entienden que una cifra puede encerrar diseños auspiciosos o aciagos. Acontecimientos aún por desatarse y replegados en la simiente del tiempo.

Desde el 10 de julio del 2018, el número 349 palpita en la Gaceta Oficial, amenazando convertir el Arte independiente en Delito.

Su aplicación legal sumará multas impagables con los salarios estatales, castigos para atajar contravenciones, crímenes del talento artístico cubano. Inspectores inescrupulosos susurrarán al oído de sus víctimas propuestas para aplazar la multa, el decomiso de equipos y/u otros bienes.

Si no estuviera impreso en un documento oficial, con ese lenguaje denso, casi impenetrable, parecería un chiste.

En pleno siglo XXI el arte regulado por un Ministerio de Cultura al servicio del PCC, un organismo constituido por personas que no son artistas, ni entienden el arte, ni son capaces de valuar el papel que este ha tenido y tiene, en la evolución de la sociedad.

El arte entraña el principio del pensamiento autoconsciente, el atisbo del misterio de existir y la maravilla de esa creación que aún hoy desconcierta a los científicos, la traspolación (siempre imperfecta e incompleta) de ese atisbo al mundo de las tres dimensiones.

El decreto 349 anuncia la reducción del milagro del arte a la ortopedia atrofiante de una “conducta” obediente e incivil.

“El arte no es más que la suspensión temporal de la incredulidad.”  -Coleridge

“El arte se plantea de algún modo el misterio cristiano de la resurrección, el tiempo salvado, hecho otro, eterno.”  -Eliseo Diego

A partir del 7 de diciembre de este año, todo el que pinte, escriba, actúe, edite imágenes, componga melodías o mezcle pistas con un programa de audio, por obra y gracia de un don natural, intransferible, debe abstenerse de compartir el producto de su creación en público y de comercializarlo “sin que dichos servicios hayan sido aprobados y contratados por la institución que corresponda la prestación de estos”.

Para confundir acerca de ese absurdo y la inminente debacle de la cultura nacional, se difunde fuera de Cuba que el decreto solo ataca la deformación del arte, y productos pseudoartísticos que usan un lenguaje obsceno, sexista y discriminatorio.

La misma política cultural que usó a conveniencia la popularidad del reguetón, porque genera inconsciencia y autoindulgencia (muy propicios para perpetuar la sugestión de la inmovilidad y el incivismo que nos atenaza desde hace medio siglo), ahora esgrime al reguetón como pretexto para barrer con todo el arte independiente.

Lo que ignoran los reguladores y censores del arte, es que ese “tiempo salvado” pertenece directamente a la vida que no cabe en decretos y consignas.

La protesta que iniciaron los jóvenes Luis Manuel Otero Alcántara y Yanelys Núñez con un controvertido performance en el Capitolio, en la que un cuerpo untado de excremento simbolizaba el arte cubano, fue el despertar de los artistas que creamos desde el estado innegociable de la libertad.

El número 349 ha logrado lo que no había conseguido la amañada “tolerancia” oficial hacia el movimiento alternativo: que los artistas no institucionalizados decidamos unirnos para defender el sagrado derecho de crear y compartir nuestro arte, el sagrado derecho de contribuir y pertenecer al futuro de Cuba.

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