La Delgada Línea Azul

Verónica Vega

Nostalgia. Foto: Juan Suárez

HAVANA TIMES — “La Delgada Línea Roja” es una bella y atroz película cuyo título alude al trazo que confina en un mapa, a un territorio objetivo de guerra. A la tragedia que decreta esa señalización.

Habituada desde niña a mirar el horizonte sobre el mar que rodea esta isla, y a pensar en los muchos que se fueron y (van) a habitar el misterio de su inaccesibilidad, he pensado que esa línea azul es también para los cubanos una demarcación fatal.

¿Cuántas historias tienen como principio (o fin) esta línea tan filosa que ha podido cortar en dos un país?

Hace unos días saludé a un viejo conocido frente a la UNEAC, y cuando mi hijo me preguntó quién era le respondí: “alguien que cada vez que lo veo me hace sentir que él y yo somos objetos museables… Porque lo conocí entre un grupo de artistas en los 90s de los que al parecer solo quedamos nosotros”.

Se me hace inevitable recordar un poema de Reina María Rodríguez donde habla de sus dos agendas para contactos: una con los amigos de aquí, otra para los que están afuera. No hay ni que decir que los nombres de los de “aquí”, saltan para la otra agenda.

Leyendo el artículo de Harold Cárdenas, creador de La Joven Cuba, “La Contradicción” me convenzo de que tanto la vida como el poder político se alimentan del reciclaje generacional y específicamente aquí, del espejismo de la peculiaridad en un problema que ya cumplió 55 años.

El autor expresa: “De los amigos de mi niñez y adolescencia no quedan muchos aquí, no sé si me tocó la (mala) suerte de estudiar junto a muchos infantes-emigrantes o es que se han marchado tantos, no sabría decirlo porque las cifras de la emigración joven en Cuba no son públicas”.

Que la juventud abandone la isla implica socavar las bases mismas del futuro, esto es innegable, pero, ¿no predominaba la juventud en el éxodo de Camarioca, del Mariel o entre los balseros del 94? Todos mis amigos y familiares que emigraron, lo hicieron siendo jóvenes.

Más allá de admitir que el síndrome digámosle “de la curiosidad, la frustración o la claustrofobia”, parece haberse convertido en pánico, la hemorragia comenzó con la Revolución, y la actual desidia social, la falta de unión y perspectiva civil, son consecuencia no sólo de los bajos salarios, las restricciones tangibles e intangibles, la sostenida labor de descrédito a cualquier forma de disidencia, sino de este largo desangramiento.

El éxodo toma la forma del matrimonio por conveniencia, recorre las intrincadas y caras redes de emigración “legal” ilegal, e infinitas alternativas que solo conciben la desesperación de los necesitados y la falta de escrúpulos de los que tienen acceso a las barreras que delimitan el “aquí” y el “allá”.

Se camufla en las misiones de trabajo, en las visitas a familiares o amigos, muestra su rostro en las colas ante las oficinas de inmigración y las embajadas, y su desolación en los ojos de los denegados por “posible emigrante”, que salen de su entrevista en la SINA.

Muchos de los que abandonan el imponente edificio, frente al malecón, están lejos de ser jóvenes. Perdieron sus mejores años en un país que condena su vejez a la indigencia. Sus hijos y nietos no viven o no quieren vivir en Cuba.

Sufrieron el trabajo paciente y la espera inútil, la prórroga continuada de la ilusión, la separación de esposos, hijos, la soledad y la pobreza. Ven la delgada y remota línea azul como una maldición.

Sí, a mí también me gustaría tener acceso a las estadísticas de la emigración cubana, pero a la suma TOTAL de los que empeñaron su vida en un sueño. Sueño que hace décadas vaga sobre esa línea abstracta que divide, no el mar y el cielo sino el aquí y el allá, la negación y la esperanza.

Las cifras de los que se fueron por vías legales, de los que lo intentaron en embarcaciones frágiles y llegaron, de los que nunca lo consiguieron. De los que salen por misión y se quedan, de los que hacen visitas familiares y también se quedan. De los que han desertado entre los altos oficiales cuyas rutas siempre fueron libres de la burocracia que toca a los “cubanos de a pie”, y libres de la inquisición de las estadísticas.

Y las cifras de los que no se exiliaron y han vivido (o hasta murieron), en casas, calles o cárceles, con la mente fija en cualquier otro país posible, del que no sea necesario huir.

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