Grafiti y amantes desesperados

Verónica Vega

HAVANA TIMES – El grafiti es un fenónemo cuyo origen se remonta a los albores de lo que conocemos como la historia humana.

Se han rastreado ejemplos lejanísimos en el tiempo como las pinturas rupestres, los jeroglíficos egipcios, o en el imperio romano, desde protestas, profecías, caricaturas, consignas políticas, insultos, declaraciones de amor…

Los niños también garabatean de forma espontánea en espacios prohibidos, en un impulso natural de autoafirmación o rebeldía contra el poder.

Ya sea por la propulsión de crear y compartir, indagar en la existencia, exhibir, cuestionar, el objetivo claro del acto de trazar un dibujo, firma, símbolo, texto, de manera pública, es llamar la atención sobre algo.

El mensaje, que toma forma en superficies disímiles: un vagón de tren, una pared, (difuminando los límites entre grafiti y muralismo), un cuerpo vivo (desarrollando un arte tan polémico como el tatuaje) o un monumento artístico (en un acto de insurrección considerado vandalismo), puede llegar a ser causa de delito.

En Cuba el movimiento grafitero no ha tenido la fuerza de los surgidos en Estados Unidos o Europa. Existen escasos vestigios de pictografías aborígenes, y hay indicios de que durante la etapa de la colonia se estamparon en muros de zonas de comercio de La Habana Vieja, textos mezclados con imágenes. Durante la república mediatizada, paredes citadinas reflejaron airadas protestas del pueblo contra la imperante dictadura.

También después de 1959 han aparecido protestas subliminales o directas en espacios públicos, las últimas son cubiertas rápidamente por la oficialidad y generan un clima de paranoia y escrutinio entre los vecinos de la zona involucrada. Este grafiti es doblemente riesgoso, porque precisamente la Revolución usó (y usa) el mensaje político hasta la plaga y el cansancio visual.

Graffiteros rebeldes han sufrido acoso policial y prisión, como el caso de El Sexto, por escribir en un muro del hotel Habana Libre: “Se fue” y su firma, luego del deceso de Fidel Castro. Otro ejemplo es el joven Yulier, que pinta tétricas figuraciones en edificaciones derruidas. Presionado por las autoridades a cubrir todos sus grafitis con pintura negra, decidió negarse y fue protegido por los medios no oficiales y una declaración a su favor de Amnistía Internacional.

También la cultura rock y hip hop, algunos movimientos religiosos, representantes del arte alternativo, ecologistas y graffiteros ingeniosos han dejado su impronta en las paredes cubanas. Pero, sin duda, los grafitis más recurrentes son los tags de adolescentes en paradas y guaguas.

Ahora, al menos La Habana experimenta una nueva tendencia que tal vez intenta emular la función de las digitales redes sociales. El primer antecedente notable de ese género de grafiti fue un aviso cifrado que apareció en los 90 en varios puntos del Vedado:

LINA, CARLOS AUN TE BUSCA

Muchos de los que lo leímos nos contagiamos de la angustia del autor, hasta el punto de desear el reencuentro con su expareja.

Pero en esa ola de mensajes casi escandalosos, por su color y proporciones y, muchas veces, por lo inoportuno de su ubicación no causan el mismo efecto.

Tal vez en el mensaje de aquel Carlos se notaba la necesidad, y en estos, pulsa la fanfarronada.

La monopolización estatal de todo lo que no sea una casa particular (o quizás un negocio privado), ha generado en parte de la población una indiferencia malsana al atentar contra el ornato público. Hay una rebeldía subyacente en estigmatizar paredes ajenas, tanto como en arrojar desperdicios fuera de los depósitos instalados con ese objetivo.

“Si yo no te importo, tú (el Estado), tampoco me importas”, dicen subrepticiamente esos actos de egoísta transgresión.

Y hay que admitir que espanta la tendencia creciente de usar superficies públicas como soporte-correo de amantes anónimos.

Desde declaraciones, votos de compromiso eterno, súplicas de perdón, desesperados intentos de reconciliación, o simple constancia gráfica de pasiones desbordantes que parecen necesitar la vista pública.

La crisis quizás la impulsó el mismo Estado con la saturación de propaganda política, y ahora, ¿cómo contenerla? Ojalá una aceleración en la velocidad de Internet o una rebaja en el precio de acceso a ese servicio, o mejores opciones de recreación, o verdaderas perspectivas de realización, dieran un rumbo más razonable a esa “energía creativa”.

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