El poder de la duda

Verónica Vega

Simberg

HAVANA TIMES — Más de una vez, me ha tocado ser testigo de la sentencia invalidante de un médico que destruye en una frase el concepto de “mañana”. Pero lo peor es la fe del enfermo, que la acata como inexorable.

También crecí en medio de esa tradición donde el galeno es una figura hierática, pero poco a poco mi instinto me fue llevando a confiar más en la experiencia directa de la vida y en mi propia voluntad, que en conclusiones derivadas de la observación de las enfermedades, su clasificación y comportamiento.

Tengo claro que la medicina occidental ha salvado millones de vidas, y que el progreso tecnológico facilita la prescripción y tratamiento de innumerables patologías. Sé que exámenes antes traumáticos ahora pueden resolverse por medio de Rayos X, ultrasonido, resonancia magnética o tomografía axial computarizada, etc.

Y valoro profundamente la buena voluntad de los doctores que dan lo mejor de sí, especialmente en nuestro país, con toda la presión administrativa sobre ellos, la falta de recursos, el exceso de pacientes, y los bajos salarios.

Pero desde mis primeros cuestionamientos existenciales, me preguntaba cómo alguien ajeno a mi cuerpo podría saber más de este que yo misma. Me parecía lógico que lo que funcionaba en otros, podía no funcionar en mí y que cada organismo es un micro mundo.

Mi primer contacto con lo que se ha llamado (no sin circunspección) “medicina alternativa”, me confirmó que hay opciones diferentes para recuperar la salud, métodos desestimados por ignorancia, prejuicios o por la parcialidad de los medios debido a los intereses que monopolizan el mercado. Ciencias preservadas por cadenas de generaciones que perviven en la apacibilidad de las aldeas, y su éxito es apagado por la efervescencia de la industria farmacéutica.

De las que he conocido, me ha impresionado sobre todo la Ayurveda. Ya muy evolucionada en la época de Buda, compila más de 5000 años de sabiduría, hoy en día es uno de los sistemas médicos oficialmente reconocidos en la India y ha ganado gran crédito internacional por su capacidad de tratar al ser humano no solo en su aspecto físico, sino como todo un sistema orgánico.

Hay un documental que recomiendo, “Ayurveda, el arte de vivir”. Muestra ejemplos de soluciones a enfermedades desahuciadas por la medicina convencional. El testimonio de un paciente diagnosticado de cáncer de estómago que no se le pudo extirpar el tumor ni resolvió con quimioterapia ni radioterapia. Acudió a un médico Ayurveda, quien le aseguró que podría curarlo. Le aplicó ciertos medicamentos, incluyendo hierro magnético y polvo de oro para aumentar las defensas. A los seis meses el paciente se hizo otro escáner y no había evidencia alguna de cáncer. De eso hacía ya 14 años.

Ilustración por Yasser Castellanos

Otro paciente, un niño, fue diagnosticado en el hospital de anemia de Fanconi y le dijeron a sus padres que la única cura era el trasplante de médula ósea.

Desesperados, acudieron a un médico rural cuyos pacientes hacían largas filas para ser atendidos. Este les recomendó una simple corteza que debía ser suministrada al niño con leche, tres veces al día.  En un mes, mejoró su recuento de leucocitos, empezó a comer y a jugar, y ya se había incorporado a la escuela.

Un joven occidental que había aprendido la medicina Ayurveda refiere cómo en su experiencia, la causa de muchas dolencias que nos atormentan y van en ascenso, está relacionada con el exceso: obesidad, diabetes, altos índices de colesterol que producen enfermedades coronarias, artritis… y no solamente por el consumo de alimentos sino de estímulos, impresiones, sensaciones. Este joven enfatiza en cómo se subvalora de esta ciencia justo un principio irrefutable: que la salud física está ligada a la salud mental, algo que demoró medio siglo la medicina académica en aceptar con la neurocirugía.

Algunos de estos practicantes sufren por el problema que implica la deforestación, y con ella la pérdida de árboles que son fuente de inapreciables medicamentos. Otros conservan piedras preciosas también por sus propiedades curativas: oro, diamantes, rubíes, esmeraldas… gemas con cuyo lucro podrían vivir holgadamente hasta el fin de sus días.

Volver a nacer

Supe de la medicina Ayurveda hace más de veinte años, pero empecé a investigarla seriamente hace un año por un asunto personal. Justo el verano pasado, padecí una crisis que, sin que mediara siquiera un examen de Rayos X, me diagnosticaron como una enfermedad degenerativa de la vértebra cervical. Según el médico, ya no podría agacharme, recoger nada del piso o barrer debajo de la cama para evitar el vértigo, la pérdida del equilibrio o hasta una caída.

Durante la segunda crisis, al preguntarle desesperada a otro médico si había un remedio, dijo tajante: “Volver a nacer”.

Pero como arrastro la terquedad de la cabra de mi signo (Capricornio), pensé que el horizonte no podía cerrarse, así, de un solo golpe. Un neurocirujano me indicó Rayos X que no arrojaron nada. Una especialista en ortopedia me aseguró que la cervical “no provoca mareos”, y me sugirió ver a un otorrino y a un clínico. Como el proceso era demasiado largo, decidí seguir indagando por mi cuenta. Fui descubriendo que los molestos síntomas empiezan con tupición nasal, falta de aire y fatiga. De hecho en las dos últimas crisis, lo único que me alivió fue que me pusieran oxígeno.

En un folleto de Ayurveda encontré un remedio para el asma que enseguida empecé a practicar. El vértigo desapareció, y comprobé que los mareos también desaparecían con la evacuación de la flema en los senos paranasales. Lo que venía luego era la sensación de falta de aire propia del asma, aunque se sabe que es más bien exceso de aire retenido. Incorporé unos ejercicios de respiración, además de otros físicos. Comprobé que podía volver a mi vida normal, seguir con mis expectativas de futuro sin convertirme en una discapacitada, dependiente de los demás, amargadas por la impotencia.

Hoy, no puedo evitar recordar que mi madre recibió una sentencia como la mía, sin un chequeo previo, y también era asmática. De hecho, la causa de su defunción fue insuficiencia respiratoria. Para aliviar los mareos recurría al gravinol y la somnolencia resultante la deprimía. Perdió la confianza en su capacidad para salir sola y se replegó al círculo de la casa, la inseguridad y la frustración.

Cuando veo personas de diversas edades portando minervas en sus cuellos y hablar de discapacidad de por vida, me pregunto qué exámenes apoyaron el diagnóstico emitido.

Me pregunto cómo un médico puede atrofiar el interés de un paciente por el derecho natural a una vida sana, y cómo la medicina occidental ha llegado a ser tan incuestionable con esa propensión a desahuciar.

¿Por qué tantos médicos eligen ser inconscientes del peso de las palabras? Yo no llamo a eso objetividad sino irresponsabilidad. Las consecuencias de una depresión pueden ser más letales que cualquier patología.

La primera premisa de la medicina ayurvédica es conocer el funcionamiento del cuerpo y el origen de las enfermedades. La meta es el autodiagnóstico y la salud incluso durante la vejez.

En los países donde la atención médica se cobra, me parece lógico generar dependencia de los médicos, hospitales y farmacias. Pero en Cuba, donde estos servicios son gratuitos y justo ahora cuando se advierte hasta en los policlínicos que: “La atención médica es gratuita, pero le cuesta al Estado”, ¿por qué no se han habilitado cursos de adiestramiento en esta ciencia que no exige grandes recursos y hasta propone desarrollar la conciencia del paciente en su poder de autonomía?

Me pregunto por qué no empezó a incorporarse ya desde los años 90, cuando fue despenalizado el Hatha Yoga y la Acupuntura. No es un secreto que con todo el materialismo científico, más de un doctor, ante un caso insoluble ha llegado a sugerirle al familiar que puesto que la medicina no puede hacer nada, recurra a la santería.

En medio de la angustia, la intolerancia se quiebra. Y es mucho mejor que existan opciones avaladas por una milenaria tradición de conocimiento y funcionalidad.

Sé que los prejuicios sobreviven hasta a las mejores intenciones, que mucha gente rehusará los principios de una ciencia que nada tienen que ver con los enfoques de nuestra cultura, no importa si estos ya pueden explicarse mediante los conceptos aportados por la física cuántica.

Pero sigo pensando que la educación no debería incentivar la inconciencia de ser extranjeros en nuestra casa (el cuerpo), pues somos nosotros los que cargaremos con él, sus ventajas y su detrimento.

Y en policlínicos y hospitales me gustaría contrarrestar la abulia que provoca la larga espera, la acumulación e interacción de incertidumbre, dolencias y desesperanza, con carteles donde se exhorte a luchar con toda nuestra fuerza por la vida, a no rendirse ni ante un veredicto de invalidez.

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