El mundo no tiene extremos

Verónica Vega

La izquierda, la derecha y la naturaleza humana. Ilustración por Yasser Castellanos

HAVANA TIMES – Aunque hace siglos se demostró que la Tierra es redonda, aunque tanto adultos como niños sabemos o intuimos lo que significa un círculo: integración, totalidad, infinito… la mente humana tiene la necesidad irrefrenable de ver las cosas divididas: blanco o negro, bueno o malo, derecha o izquierda.

Según la Wikipedia:

“El concepto de izquierda es una clasificación sobre las posiciones políticas que agrupa a estas que tienen como punto central la defensa de la igualdad social, frente a la derecha que considera las diferencias sociales como algo inevitable, normal o natural.

Ambos términos tienen su origen histórico en la votación que tuvo lugar el 14 de julio de 1789 en la Asamblea Nacional Constituyente surgida de la Revolución francesa. En ella se discutía la propuesta de un artículo de la nueva Constitución en la que se establecía el veto absoluto del rey a las leyes aprobadas por la futura Asamblea Legislativa. Los diputados que estaban a favor de la propuesta, que suponía el mantenimiento de hecho del poder absoluto del monarca, se situaron a la derecha del presidente de la Asamblea. Los que estaban en contra, y defendían que el rey solo tuviera derecho a un veto suspensivo y limitado en el tiempo, poniendo, por tanto, la soberanía nacional por encima de la autoridad real, se situaron a la izquierda del presidente.

Así el término «izquierda» quedó asociado a las opciones políticas que propugnan el cambio político y social, mientras que el término «derecha» quedó asociado a las que se oponen a dichos cambios”.

La vida nos muestra que todo lo físico está sujeto a cambios, que las emociones mutan junto a las ideas y conceptos. Que la percepción de la realidad está condicionada por factores diversos, muchos subjetivos, y por tanto lo que llamamos “verdad” es súper relativa.

Quizá sí hay una dualidad proveniente de la alternancia en interpretar la realidad según si predomine el hemisferio izquierdo o derecho. Y por ello también la ancestral contienda entre el alma y la razón. Creo que todas las dicotomías podrían ser extensiones de esa contradicción. La humanidad viaja a través de la experiencia, madura a través del golpe y el dolor. No hay otra vía.

No obstante, hay una verdad única, intangible, que compartimos como esencia. Y hay una verdad siempre referente a los hechos. Por ejemplo, en un juicio. Al margen de lo que vieron y sintieron unos y otros, está lo que ocurrió. Y es lo que se pretende demostrar con evidencias y testigos.

En Cuba, la simplificación dual ha sido un lastre serio para desarrollarnos. Recibimos una educación fundada en la aceptación incondicional a una ideología, en la comparación y en la intolerancia. La verdad era (y es aún para muchos), así parezca venir de la izquierda o la derecha, lo que dicen el Gobierno y los medios oficiales.

Denunciar una verdad de Perogrullo puede meterte en serios problemas. Incluso aunque haya un acuerdo tácito sobre el origen del disfuncionamiento del sistema, si esto se menciona en público, la reacción general puede ser muy adversa.

Recuerdo por ejemplo cómo en una Asamblea de Rendición de Cuentas (neighborhood meeting with the local representative)  que presencié, quienes hicieron planteamientos o críticas de envergadura, acotaron al inicio que eran cuadros o miembros del Partido (PCC).

Yo me pregunté que tenía que ver eso con la denuncia, pues lo que está mal en la sociedad lo vemos y padecemos todos. Por supuesto, la acotación era una medida autoprotectora, pero invalidaba la solidez de otros planteamientos.

Nadie tiene que acotar quién o qué es, para legitimar una crítica con fundamento. Y es lo mismo que sucede con la dicotomía política izquierda-derecha. Falsa dicotomía, me atrevo a decir, porque todos hablan de un mismo mundo al que quieren mejorar.

Hace poco escuché de un youtuber español:

“Los estados nórdicos llevan ya 70 años sin obsesionarse con que si: izquierda o derecha, o si socialismo o capitalismo. Lo tienen superado. Simplemente evalúan lo que les funciona y lo que no, y actúan en consecuencia. Mientras que nosotros, hermanos hispanohablantes, como yo hubiese de juzgar por los comentarios que llevo leyendo a diario durante casi una década, aún estamos en la prehistoria… (política)”

El hombre piensa como vive, es cierto. Por ejemplo, volviendo a Cuba: ¿cómo convencer a un alto oficial o funcionario, a alguien que recibe pródigas remesas, de que la supervivencia está dura y el dinero no alcanza para cambiar un grifo, reparar un techo que se nos cae encima, reemplazar una ventana o puerta con comején?

Poniendo salarios contra precios. Caminando las calles. Haciendo encuestas anónimas. La verdad es lo que está a la vista o se puede demostrar, porque existe, porque sucede.

¿Cómo convencer de que una propuesta de izquierda o derecha es acertada? Poniéndola a prueba. Y si fracasa no tiene que ser mantenida solo porque la propuso alguien específico. Las soluciones no tienen que ser personalizadas. Ni vienen teñidas de una ideología.

El debate de derecha-izquierda crea inútiles confrontaciones, más dolor y estancamiento.

Una de las reflexiones más profundas que he leído sobre el tema la hace el escritor Ernesto Sábato, en su libro Antes del fin. Sábato encarnó al comunista convencido que se expuso y a su familia, a riesgos y privaciones. Y aunque su pensamiento político fue transformándose, nunca dejó de angustiarse por el destino de los desposeídos. Esta obra final está permeada de esa incertidumbre:

“Quizás, por mi formación anarquista, he sido siempre una especie de francotirador solitario, perteneciendo a esa clase de escritores de quienes señaló Camus: «Uno no puede ponerse del lado de quienes hacen la historia, sino al servicio de quienes la padecen». El escritor debe ser un testigo insobornable de su tiempo, con coraje para decir la verdad, y levantarse contra todo oficialismo que, enceguecido por sus intereses, pierde de vista la sacralidad de la persona humana. (…) Es arduo el camino que le espera: los poderosos lo calificarán de comunista por reclamar justicia para los desvalidos y los hambrientos; los comunistas lo tildarán de reaccionario por exigir libertad y respeto por la persona. En esta tremenda dualidad vivirá desgarrado y lastimado, pero deberá sostenerse con uñas y dientes.

De no ser así, la historia de los tiempos venideros tendrá toda la razón de acusarlo por haber traicionado lo más preciado de la condición humana”.

Estoy segura de que la experiencia de la nación cubana es ya suficiente para encontrar un camino que sin comprometerse con ningún “ismo” y usando todo lo que funcione, pueda materializar el sueño martiano: “Con todos y para el bien de todos”, ignorando de una vez esos lados del mundo que solo registran las mentes y los mapas. Porque en la circularidad del planeta y en la complejidad de la realidad se integran, tal como lo hace la existencia en su inteligencia milenaria.

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