¿Dónde está el sentido común?

Verónica Vega

Foto: Elio Delgado Valdés

HAVANA TIMES — Cuando entrevisté hace varios años para HT a un Babalawo, me alarmaban los mismas provenientes de las ofrendas religiosas que se han establecido en la Habana.

Como casi todo en Cuba, nada ha cambiado en ese sentido sino para empeorar. El fruto de la fe de los numerosos creyentes nos condena a todos a respirar podredumbre.

Las costas, las playas que no son de interés turístico, cualquier esquina, hasta los parques más céntricos, son objeto de estas prácticas heredadas de nuestros ancestros. Dondequiera que exista una ceiba, su destino es estar rodeada de cadáveres en descomposición.

Ahora cunde la alarma por el caracol (Achatina fulica) traído de África por un nigeriano para un ritual yoruba. Según la Wikipedia, este caracol es una de las especies invasoras más dañinas del mundo. Es el molusco terrestre de mayor tamaño, se reproduce a gran velocidad, posee parásitos capaces de provocar la muerte al animal que lo coma, y para completar, puede provocar una enfermedad con frecuencia letal: la meningoencefalitis.

No puedo dejar de preguntarme por qué, una vez más, la reacción oficial son frenéticas campañas de fumigación… y silencio sobre los estragos que está acumulando esta religión que tanto atrae a los turistas.

Turistas que viven en ciudades limpias y libres de plagas.

En lo personal, no apruebo la matanza de animales, pero nunca le he impuesto a ningún santero mi desaprobación, puesto que su creencia y rituales no me conciernen. Así mismo, tengo claro que nadie tiene que ser afectado por lo que creo.

Por eso me asombra esta insólita apatía de los cubanos, su incapacidad de tomarse en serio la destrucción de su entorno, el derecho a vivir en un ambiente sano, de no tropezar con estos espectáculos repelentes, símbolos de crueldad, y nada edificantes para nuestros niños. El derecho a que ninguna religión pueda añadir otra plaga a las que ya invaden su privacidad con puntuales fumigaciones, su tranquilidad con incertidumbre.

Una de las impresiones que más se repiten en mi experiencia diaria, es que personas que “se han hecho santo”, se destacan por su actitud prepotente y el puro blanco de su vestidura contrasta con su falta, no ya de amor, sino de mera cortesía.

No dan una imagen loable de su fe, y me cuestiono cuál es el respeto que le inspiran esos dioses que ostentan por medio de coloridos collares y pulsos. Símbolos a veces de solapado y amenazador poder (no es poco común que un creyente amenace con “echar al caldero” a un supuesto enemigo).

¿Es esto lo que paraliza también el sentido común de los veladores de la salud pública?

La religión católica, que ha sido mundialmente atacada por el saldo de su oscurantismo y abusos de poder, por posturas conservadoras y casos encubiertos de pedofilia, (y en Cuba por practicar cierta pluralidad política), tiene a su favor la atávica caridad desplegada con enfermos desde lepra hasta SIDA, con los pobres, con los ancianos.

Uno de los pocos asilos en la isla donde es posible “una vejez digna y segura”, es mantenido y atendido por la iglesia Católica, que, dicho sea de paso, tiene también excelentes programas de educación abiertos al público. Programas donde se estimulan la vocación y la disciplina, donde los laicos tienen los mismos derechos que los creyentes.

¿Dónde están los beneficios que ofrece al progreso social el credo Yoruba, al menos en Cuba? ¿Dónde está su aporte a la preservación de la ética, mínima premisa de toda religión?
¿Es ético contaminar el aire que todos respiramos? ¿Es ético poner en riesgo la vida de los ciudadanos por una creencia personal? ¿Es ético promover la desconfianza, el daño a otros, convertir una religión en signo de jerarquía social?

Al menos yo, no conozco a una sola persona que se haya unido a estas prácticas por la noble aspiración de ser un mejor ser humano, sino buscando protección y prosperidad.

Sin embargo, las estadísticas muestran que las comunidades donde prácticas similares se han enraizado y expanden, son de las más pobres del mundo. Las sociedades que han conseguido erigir ciudades altamente desarrolladas en comercio, en tecnología, en cultura, no han invocado a otro dios que al tangible dinero, no han seguido más regla que el sentido común.

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