Del Terror y la Cobardía

Por Verónica Vega

Calle-Reyna, Havana. foto: Caridad

HAVANA TIMES — La “Polémica lingüística en torno al Terror”, que por mi imposibilidad de acceso a internet leí fragmentada y con retraso, me dejó rebobinando las mismas dudas:

¿Se puede cronometrar el miedo? ¿Qué autoridad demarca dónde termina éste y comienza el terror?

Entiendo que hay definiciones circunstanciales, como delimitar el terror ejercido por tropas paramilitares (bien visibles) o narcotraficantes, sobre todo para no crear confusión cuando se es leído por personas que asociarían el término a otro contexto.

Pero, ¿es la mayoría la norma obligada de referencia siempre?

No dejo de preguntarme cómo se aplica esto en el caso de los cubanos. Por ejemplo, si un ciudadano se opone públicamente al gobierno y es violentamente reprimido, ¿esta violencia no califica como “terror” sólo porque no es masiva? En todo caso, la barra de contención para la política de terror fue la propia masa, que no lo apoyó, no el gobierno.

Por otro lado, este solo “performance de terror”, tiene la capacidad de atajar cualquier contagio y transmutar el descontento en rumores que disuelve, muy pronto, la corriente del tiempo.

Insisto en que un gobierno sustentado en el miedo, es un sistema de terror en potencia. Y aunque haya diferentes escalas de terror, todas parten de un mismo origen y tienen un mismo fin.

Se afirma que el control comienza con la educación, que es a través del adoctrinamiento de mentes aún vírgenes donde se implanta el patrón que se quiere reproducir: obediencia al estado, al líder, al controlador. Como la mascota a la voz de mando del amo.

Pero este entrenamiento no puede implantarse sin la cooperación (aún inconsciente), de las generaciones precedentes. Y éstas se suman a la inercia de obediencia por fe, efervescencia, imitación… y también por la experiencia directa del terror, o su referencia.

El monstruo bajo el silencio

La teoría sobre “los campos morfogenéticos”, demostrada con experimentos concluyentes, plantea que dentro de cada especie del universo, sea esta una partícula o una galaxia, un protozoo o un ser humano, existe un vínculo que actúa en un nivel subcuántico, permitiendo que una información pueda ser transmitida al instante, sin mediar efectos espaciales.

Por ejemplo: una acción que una especie animal, por razones específicas de supervivencia, incorpora a su aprendizaje en una zona de la Tierra, es asimilada inmediatamente por ejemplares de su misma especie, en otro lugar del planeta.

Según esta misma teoría, la res que entra a un matadero, aún sin haber presenciado ningún sacrificio, presiente su muerte a través de la experiencia de muerte de las otras reses. Los hombres que las conducen palpan su cambio de actitud, su terror, su resistencia.

Parto de esta premisa para referir una anécdota personal: por los años 90, en pleno período especial, conocí a dos mexicanos que me dieron “botella”. Durante el trayecto, me hicieron todo tipo de preguntas acerca de Cuba. Sociales, políticas…Yo respondí libremente lo que pensaba. No sentía el más mínimo miedo.

Por alguna razón, los turistas debían pasar primero por la casa donde estaba hospedados. Recuerdo que quise ir al baño, y luego esperé en la sala a que ellos salieran de nuevo hacia el auto. Allí, mirando la amplitud de la casa, casi sin muebles, aspirando un ambiente que yo definía en mi mente como inusual, y un denso silencio… tuve la seguridad absoluta de que esas personas eran de la policía política. Y que estaba atrapada por todo lo que había dicho.

Recuerdo el pavor que sentí, un sentimiento absolutamente irracional y paralizante. Empecé a llorar, con temblores, con espasmos. En ese momento, los dos turistas regresaban para volver al auto y reiniciar el viaje. Podrán imaginar sus caras de asombro, de susto, al hallarme en tal trance.

Pero no crean que me sentí ridícula por el malentendido. De hecho, no lograban convencerme de que era un malentendido. Y durante el resto del viaje tuvieron que apelar a abundantes razones para tranquilizarme, antes de separarse de mí y seguir su camino, muy impresionados del enorme miedo que tienen los cubanos.

El origen

Recuerdo que por mucho tiempo, cuando evocaba este incidente, me preguntaba por qué yo había reaccionado así. ¿Cómo se gesta ese miedo?

No recuerdo que nadie, directamente, me dijera en mi infancia o adolescencia que no se podía criticar el gobierno. En mi familia jamás hubo activistas políticos, ni siquiera teníamos el antecedente de presos comunes. Tampoco tuve vecinos, amigos, conocidos que me contaran de experiencias de represión a disidentes.

Pero sí supe, por los años 80, que quienes querían irse del país eran “repudiados”. Los límites de este repudio eran difusos, se conocía de casos de golpes. Anónimos, imprevistos, incontrolables. Era algo aterrorizante. Y en ese clima enrarecido, donde la razón y el sentido del derecho son desplazados por el pánico, la gente, (como mi propia familia) se cuidaba bien de exponer que tenían intenciones de emigrar.

Sólo años después supe de un caso concreto: a un tío del padre de mi hijo lo mataron en una de esas golpizas (anónimas, impunes) cuando intentaba salir rumbo al aeropuerto.

Ahora, si sólo la disposición a emigrar podía costar eso, ¿cuál sería el precio de una oposición frontal al gobierno? Creo que, desde los primeros “performances”: contra todo lo que olía a simpatizante de Batista, (dudosos y arbitrarios como cualquier catalizador de histeria colectiva), la hoguera purificadora de los UMAP, la parametración… se habían marcado las pautas, activando la paranoia que mantendría por largo tiempo, despejado el camino.

Para completar y afirmar este proceso, junto al control totalitario de las empresas y los medios de información, se implantó la vigilancia mutua y la compensación material a la lealtad política. Y además de someter a una burocracia intrincada la salida y entrada de la isla de todo ciudadano, se matizó el paisaje con imponentes vallas que dictaminan (aún), por ejemplo: SOCIALISMO O MUERTE.

Si un recurso psicológico para desplazar un pensamiento negativo es invocar justo el pensamiento opuesto, (digamos, para el miedo, ¡valor!), ¡cuánto daño nos hacen esas sentencias lúgubres, siniestras, truculentas…! Son subliminales advertencias de castigo, ejemplares de una iconografía del terror que reemplazó a la naturaleza y al arte, y bajo cuya aura, crecimos.

Mientras, entre susurros o silencios, o fluyendo a través de la ignorada dimensión morfogenética, la experiencia del horror ajeno siguió viajando, sembrándose en el subconsciente de los cubanos y ahí, en lo oscuro, se volvió el monstruo que nos paraliza.

De la cobardía

Otro matiz interesante en la polémica, lo aporta el colega Osmel, cuando comenta: ¿no será que en vez de hablar de terror deberíamos referirnos a nuestra propia cobardía?

Pero yo me pregunto: ¿de dónde sale la cobardía sino del miedo? De ese mismo miedo implantado, inoculado.

Cuando mi hijo era pequeño, una vez descubrí que había escondido un juguete roto. ¿Por qué lo había ocultado, si, como me confesó después, lo rompió accidentalmente? Porque tenía miedo. En alguna ocasión previa, una torpeza involuntaria suya había hecho estallar mi ira y su instinto de conservación le indujo a mentir, a omitir,  a evitar el castigo.

Aquello me impactó tanto, que a partir de entonces intenté darle toda la confianza posible para que, al menos conmigo, no sintiera la sombra de un poder absoluto y punitivo.

Pienso que el miedo proviene de una distorsión intencional de la realidad. Los gobiernos, ya sea con controles religiosos o políticos, crean la ilusión de que ellos son la única autoridad objetiva, una autoridad arbitraria que expía o premia inexorablemente.

La conciencia de Dios, que no tiene nada que ver con la religión porque es una experiencia individual e intransferible, imposible de condicionar con las leyes humanas, ayuda a las personas a desmontar el mito de este poder. Y también, claro, la fuerza moral.

Sin embargo, un sistema donde el ciudadano carece de oportunidades para ejercer su iniciativa civil, atrofia la voluntad y reafirma el espejismo de que el poder está fuera del individuo.

Según Gandhi, se necesita no sólo tiempo sino incluso emprender acciones concretas y vivir logros parciales para que los individuos vayan recuperando la conciencia de su propio poder.

No sé cuánto falta para que los cubanos comprendamos esto. Mucho menos cuánto para que al menos una mayoría, pasemos de la comprensión a la palabra, y al acto. Pero confío en que, poco a poco, la gente prefiera optar por un cambio aquí adentro antes de seguir cooperando con tantas formas de enmascaramiento que nunca proveerán de una felicidad real.

O que decida enfrentar el terror oficial (implícito), en vez de desafiar ese otro del mar, el azar, los tiburones… elección que, para mí, requiere también de tremendo coraje.

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