Cuba y el efecto de la austeridad impuesta

Veronica Vega

HAVANA TIMES — Nadie puede negar (con hechos) que en Cuba se institucionaliza la mentira desde la más tierna infancia. No se enseña a discernir si no a repetir, se adiestra en cooperar con la simulación, las inspecciones avisadas.

Los niños rápidamente aprenden que cuestionar o denunciar lo que está mal sólo acarrea problemas… que no solucionan nada. Esto es miseria moral. Y espiritual. Es la polilla que roe los cimientos de la sociedad misma.

Según Aristóteles, tal como es arriba, es abajo. La población sólo reproduce un esquema de conducta incorporado. Que los que exigen abstinencia son precisamente los que no la practican, ha pasado en prácticamente todos los sistemas sociales.

Por eso la diferencia puede y debe hacerla el propio individuo. No corromperse está en su área objetiva de poder y es su responsabilidad directa.

Yo que la felicidad no proviene de la riqueza material. Los altos índices de suicidio en los países más prósperos acuñan esta verdad antiquísima.

Según Aristóteles, tal como es arriba, es abajo. La población sólo reproduce un esquema de conducta incorporado. Que los que exigen abstinencia son precisamente los que no la practican, ha pasado en prácticamente todos los sistemas sociales.

Ahora, incluso en Cuba se puede no tomar antidepresivos y estar deprimido, aunque en la compulsión por la supervivencia muchos no lo exterioricen, o ni siquiera lo concienticen.

Las estadísticas de alcoholismo en la isla (y también de suicidios), delatan cuáles son las válvulas de escape para esta infelicidad no confesada.

Cuando visité Francia en el 2011, al entrar a las tiendas no sólo me apabullaba el sobre abastecimiento sino me preguntaba cuál sería el saldo de tanta riqueza. Sé que todo tiene un precio físico, humano, económico y ecológico.

Particularmente, agradezco haber vivido con poco, porque esto me ha hecho más sensible, tanto al exceso como a la carencia.

De niña apenas tuve juguetes, pero mis hermanas y yo hacíamos pequeñas muñecas con retazos de tela, rellenas de guata. Creábamos casitas con cajas de cartón, convertíamos libros en camas, y éramos felices.

Particularmente, agradezco haber vivido con poco, porque esto me ha hecho más sensible, tanto al exceso como a la carencia.

Uno de los ejemplos objetivos de que es posible ser feliz en la mayor pobreza es, sin duda, San Francisco de Asís. Aunque es una figura de occidente, nosotros mismos apenas lo conocemos. Sobre él, como sobre el mismo Jesús, hay más mito, recelo y tabú que información seria.

San Francisco fundó tres órdenes: la de los Franciscanos, (para hombres), la de las Clarisas (para mujeres), y la Orden Tercera, para personas con compromisos familiares que no podían abandonar estos vínculos pero deseaban desarrollarse espiritualmente. Les prescribió cómo llevar una vida sencilla y que su riqueza no constituyese una atadura ni fuente de vicios.

Sin embargo, el primer requisito para ingresar en cualquiera de esas órdenes era la sinceridad.

Francisco, que había abandonado su privilegiada posición social voluntariamente, sabía que la abstinencia forzada envilece al hombre y que la represión de los deseos no genera desapego sino peligrosas formas de neurosis.

Es en este sentido que el cubano ha demostrado ser esencialmente consumista y porque la larga frugalidad se soportaba sólo por la promesa de la prosperidad futura.

En un debate sobre “Antropología del cubano”, publicado en la revista Espacio Laical, expresé como una aspiración mía para Cuba:

“Que se despenalice la prosperidad, como dice Yoani Sánchez, pero que se despenalice también la pobreza. Porque hay un discurso doble: la austeridad impuesta oficialmente y como violenta reacción, una alarmante política de consumismo que afecta no solamente (aunque sí especialmente) a las generaciones más jóvenes. Hay una hipocresía de la prosperidad, la vergüenza de carecer contra el hecho de poseer, aunque sea ilícitamente.  Que no tengamos que hacer una máscara de falsa felicidad de nuestras vidas”.

Por último me encantaría que se hiciera una encuesta nacional (anónima) con la pregunta: “¿Eres feliz?”  Sin especificar “en Cuba”, porque la felicidad es en sí el país que todos buscamos, libre de fronteras temporales o políticas.

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